jueves, 4 de octubre de 2012

...Y llegó la revolución...

Ya sabéis que no soy persona de meterme en harina política. No me gusta impregnar este blog de polémicas ni convertirlo en un muro de debate. Quiero que este sea un espacio literario, un portal de reflexiones lejanas a polémicas de carrera en un taxi... pero es que ya no puedo más.

Desde hace semanas, meses, tal vez, siento una tremenda desazón. Impotencia y cierta desgana hacia el mundo en general (vaya expresión más propia de escritora me ha quedado ¿no?)

Yo que me paso media vida enchufada al Facebook y a otros espacios sociales en la red he ido descubriendo cómo éstos van siendo colonizados por el grito social en forma de post, protestas, reflejos de una sociedad tan hastiada como yo misma.

Es algo que no se puede ignorar, no se puede acallar el conjunto de voces que claman por un cambio, pero tampoco soy ajena a que pocos o ninguno tenemos en la mano la llave de ese cambio. ¿Cómo nos enfrentamos a esa sociedad desgastada, a esta crisis que vapulea sin piedad a unos y otros? ¿Cómo luchamos de forma EFICAZ contra los abusos e injusticias?

Quiero dejaros lo que un amigo ha escrito sobre el tema porque creo, sinceramente, que es una de las pocas personas que conozco comprometidas hasta la médula . No es que yo comparta al 100% sus ideas, pero sí alabo su valentía por defenderlas siempre de forma coherente. Contaros que cuando él subió esto a su muro hubo una avalancha de comentarios, que ha sido compartido por muchísimas personas en sólo un par de días. Creo, que si no estáis de acuerdo con lo que dice, al menos sí que os hará reflexionar de una forma diferente, y, quizá, despertar un poco ese animal revolucionario que todos llevamos dentro.

Gracias Jorge.


lunes, 21 de mayo de 2012

El Artista



Ella se movía despacio, segura de sí misma, entre los estudiantes que admiraban su anatomía, sus curvas, su sensual forma de caminar entre los caballetes, los carboncillos, las pinturas sin manchar su inmaculada blancura. Casi flotaba mientras serpenteaba por los patios en busca de Él.

Ella, rubia, con la piel nacarada que asomaba entre los pliegues de su vestido veraniego, con sus labios sonrosados y su mirada azul que congelaba cual Medusa a aquel que osara mirarla fijamente… a cualquiera menos a él, a quien ella buscaba inconsciente de la ola de admiración que arrastraba tras ella.

Inocente, se acercó sonriente al lugar donde él se encontraba sumergido en un lienzo. Sentía cómo su corazón latía más fuerte cuando por fin aspiraba el aroma de sus ropas, de su tabaco.

Se sentó, sin hablar, a su lado… su fría mirada se tornó en rojo carmesí, sus labios se henchían anhelantes, y su piel se teñía de rosado rubor, inocente, virgen, sólo por pensar que él fijaría sus pupilas en su hermoso rostro.

Levemente, ella acarició su hombro, tocó su rancia camiseta buscando su atención. Él, sorprendido por la interrupción levantó la mirada, hasta entonces fija en su trabajo, no sin cierto matiz de reproche, pero al verla, al ver al ángel que susurraba su nombre cerca de su piel, su semblante se tornó dulce y desarmado, sus fierezas sucumbían ante ella.

Con inimaginable ternura él retiró los cabellos dorados del rostro de Angelie, mientras ella entornaba los ojos ensoñando, tal vez, un beso.

Presto sustituyó la raída y vieja tela por un papel nuevo, blanco, como ella.

No sin pudor, Angelie se desprendió de sus ropas, descubriendo sus sensibles volúmenes. Sus hombros, sus caderas, los dedos de sus pies, los rosados pezones hacían que la luz reflejada en ellos cobrase un nuevo y divino significado.

Marco, el joven Marco, quien nunca antes había experimentado la sublimación del deseo carnal como cuando se encontraba delante de su ángel, tras admirarla unos instantes, dibujaba con fervor religioso cada una de esas curvas que le hacían creer de nuevo en Dios.

Con el carbón en la mano, Marco se deleitaba con cada trazo, cada línea le hacía sentir el hombre más afortunado sobre la tierra por que ella, el Ángel, era suya, suya de ese modo que jamás podría serlo para otra persona. Era su musa, su cielo, su hambre y su sed, así como su calma y cobijo.

La desesperación asomaba a los ojos de Marco al descubrir que nunca sus trazos recogerían la belleza de aquel ser a caballo entre lo humano y lo que está más allá de la razón. Sucumbía al desánimo y se revolvía en su desesperación, para pronto entender que esa inalcanzable perfección era, precisamente, lo que los mantenía unidos. Y así seguiría siendo… tampoco él deseaba otra cosa.

Finalizada la sesión, Marco extendía su mano, y dejaba sobre las ropas unas pocas monedas. Se alejaba, para no empañar más con su mezquindad humana, con la materialidad del cobre, la esencia de aquella criatura. Angelie las recogía y se cubría presurosa.

Sin siquiera volver su cara hacia ella, Marco se despedía formal, Angelie se marchaba, escondiendo entre sus cabellos dorados una lágrima, elixir que recogía con su índice y posaba, a modo de firma sobre el papel en el que Marco la había dibujado.

domingo, 20 de mayo de 2012

El valor de una ilusión

Sí, una ilusión que se hace realidad, un sueño que se va dibujando...
Hace una semana me llegó la noticia más esperada para un escritor: Voy a publicar
Tantos días soñando con ello, tantas noches deseando algo así que ahora que por fin ha llegado se he hace difícil llegar a creerlo.

Y el caso es que siempre he tenido confianza, siempre he sabido que si alguien me leía con interés descubriría que merezco la pena, pero esto es tan tan difícil... cuanta gente no tiene nunca una oportunidad como la que se me ofrece ahora... Sí, soy muy afortunada.

Quiero dedicar estas líneas a los que siempre me habéis dado ánimos, a los que habéis enjugado mis lágrimas en los momentos difíciles, a los que creéis en mí: GRACIAS!!!

Y por supuesto, gracias a Sepha, por confiar en que podemos ganar juntos.
Sí! sí! sí!!!!!!!

sábado, 5 de mayo de 2012

¿Nueva etapa?

No sé... la verdad es que tengo ganas de volver a mis reflexiones...

Hace un tiempo empecé a publicar fragmentos de mi nueva novela, pero como ya os comenté, por motivos "profesionales" he tenido que interrumpir la publicación. (Por cierto, gracias mil a todos los que os habéis interesado por seguir leyendo en privado la Historia inacabada, sois geniales)

El caso es que ando estudiando un curso de Community Manager, y justamente ahora estamos viendo el bloque dedicado a la comunicación a través de un Blog.

Acabo de terminar de leer un libro interesante sobre cómo utilizar este medio para convertirlo en una herramienta útil para la empresa. Pero no es eso lo que ha detenido mi atención, Me he parado a reflexionar ¿por qué escribo yo este blog?

¿Y por qué?

La verdad es que empecé esta aventura como medio de promoción de mi novela "La Escondida" que muchos ya conocéis, pero ahora, y más allá de eso, esto se ha convertido en un medio de expresión literaria, una forma de contaros lo que se me pasa por la cabeza, historias divertidas, personales, ajenas... pero sobre todo, quiero que sea algo que ayude a comprender lo que pasa por la mente de alguien que trata de ser escritor o escritora, cómo nos importa el uso de la palabra y cómo para nosotros es fundamental dar a conocer nuestro modo de expresarnos, a veces más lírico, a veces más irónico o ácido.

Sé que por los contenidos este blog no es precisamente mayoritario, los que me seguís habitualmente posiblemente lo hacéis por amistad o porque en algún momento mi modo de expresión captó vuestra atención y os gusta, de vez en cuando, leer algo curioso y medianamente bien escrito.

¿Qué echo de menos? pues sobre todo los comentarios, el que me dejéis vuestras opiniones, lo que os hace sentir lo que escribo... echo de menos (y mucho) el diálogo...

A los que me leéis, ¿por qué no dedicar un minuto a dejarme una impresión por escrito?

Ahí queda eso ;-)

martes, 17 de abril de 2012

Noticias

Hola a mis fieles seguidores ;-)
Aquellos que estéis interesados en seguir leyendo las aventuras y desventuras de Claire, Breanna y Aedan, por favor, enviadme un mail a martamdelfresno@gmail.com y os enviaré los capítulos de forma privada.
Un saludo a todos!!!

martes, 21 de febrero de 2012

Una historia inacabada (12)


No tengo ni idea de cómo me impuse a mi naturaleza temerosa, cómo un impulso intrépido se adueñó de mi cuerpo y me hizo decidirme a buscar la forma de escapar de la enfermería para investigar por mi cuenta lo que escondía el cementerio en aquella casita de piedra.

Llegó la noche, todo estaba muy oscuro. Había comprobado que cada dos horas, Caroline aparecía blandiendo un termómetro para comprobar el estado de Eanny. Había escuchado sus sonoros ronquidos entre visita y visita, y tras la tercera, decidí levantame sigilosa de la cama en cuanto la oí resollar de nuevo. Busqué mis zapatos bajo la camilla y descolgé mi chaquetón del perchero cercano. Coloqué mi almohada bajo el cobertor y me deslicé hacia el pasillo. El viento soplaba muy fuerte aquella noche, haciendo que los cristales de las ventanas bailasen en sus marcos, ofreciendo un concierto de golpeteos de distinta intensidad. El castañeteo incesante de los vidrios avivaba mi inquietud. Me levanté sigilosa y comprobé que nuestra guardiana dormía profundamente. Eran las dos de la madrugada pasadas según vi en el reloj del despachito de la enfermería.

Notaba mi pulso en las sienes, en el cuello. A punto estuve de volver corriendo a la seguridad de mi camastro, pero las coquillas de la curiosidad no cesaban ni siquiera ante el miedo que trataba de paralizar mis piernas.

Sin llegar a ser del todo consciente de mis pasos, me encontré frente a la verja del cementerio con la mirada perdida. Las lápidas asomaban entre las verdes hojas. Había agarrado tan fuertemente los barrotes que unas férreas hojas de lila de los adornos se me habían clavado en las palmas hasta herirme. Ver mi propia sangre goteando y sentir el pulsante dolor de las yagas me hizo salir de sopetón de esa especie de trance en el que había llegado hasta las puertas del camposanto. Mis sentidos aletargados parecían despertarse y la carga de adrenalina segregada me enervó como el mejor tónico.

Busqué el barrote suelto de la verja por donde, días atrás, Breanna y yo nos colamos a curiosear. Caminaba sigilosa en pos de la lucecilla que brillaba a lo lejos, que se desparramaba por una de las ventanitas de la casa de piedra. ¿Viviría alguien allí? Me pareció ver salir humo del techo, de una chimenea. Olía fuertemente a coles cocidas. Confundida imaginé que era el hedor que desprendían los cuerpos putrefactos que descansaban bajo las lápidas que yo sorteaba. Me tapé la boca y la nariz con la mano para evitar respirar aquella pestilencia.

Me había acercado mucho a la casa y el olor era aún más fuerte, y cálido, no podía evitar que el tufo se me pegara a la ropa y al interior de mis pulmones y mi garganta. La repugnancia que sentía y las ganas de vomitar habían disipado mi miedo y mi prudencia. Estaba peligrosamente expuesta, frente a un protalón de madera vieja y astillada en los bordes. No podía dejar de mirar la aldaba de hierro que pendía de la parte más alta de la puerta.

Se oyó un chasquido y como si de un relámpago se tratase, una luz me cegó por unos instantes. ¡La puerta se había abierto!. Bajo el dintel se perfilaba una figura oscura, un hombre fuerte y desaliñado que… ¡Oh Dios Mío! Tenía un enorme cuchillo sujeto en su mano izquierda. Grité y salí de allí corriendo lo más deprisa que pude. No me fijé en los ojos de aquel hombre clavados en mi espalda mientras huía, no atendí a su vos bramando “¡Niña, niña!” Corrí y corrí lo más deprisa que pude y sin querer me adentré en el cementerio aún más. Me detuve frente al alto muro de piedra que cerraba el recinto separándolo del bosque. Miré atrás, pero no vi a nadie. Sin pensarlo dos veces trepé como pude sujetándome en las piedras, hiriendome en los dedos y desollandome las rodillas. Salté al otro lado y me torcí un tobillo. Para colmo, un enorme charco de barro me esperaba dispuesto a frenar mi caída. No importaba que estuviera empapada y tiritando, seguí corriendo sin rumbo escapando de aquella visión.

Exhausta llegué a una zona ocultra entre árboles y matorrales. Me acurruqué junto al tronco caído de uno de ellos aterrada, acallando mi respiración para que aquel hombre no me descubriera si es que había conseguido seguirme hasta allí.

No sé cuanto tiempo estuve parada en ese lugar, encogida como una liebre acechada por un zorro. En cuclillas sujetando mis piernas contra mi pecho. Temblaba como un trozo de gelatina, mis dientes castañeaban y el frío me corroía por dentro. En ese momento me di cuenta de que no tenía la más remota idea de dónde me encontraba. Estaba sola en medio del bosque, en medio de la noche… y no sabía cómo regresar.

lunes, 20 de febrero de 2012

Una historia inacabada (11)


Todas las miradas se volvieron hacia mí, noté una mano sobre mi hombro, alguien que me decía “tranquila, tranquila… ya pasó”. El mundo daba vueltas sin control, estaba mareada y las imágenes se alejaban y oscurecían por momentos. Me desmayé.

Mi pantomima se me había ido de las manos.

Recordaba vagamente cómo había empezado todo. Una chica de mi edad me había empujado sin querer mientras nos dirigíamos a las clases. Yo, aprovechando la ocasión, había saltado hecha una furia, gritando y haciendo aspavientos, fingiendo estar fuera de mí. Recordaba los gritos de mis compañeras, Adele intentando sujetarme por los brazos mientras yo pataleaba y repartía puntapiés a diestro y siniestro. De pronto la imagen de Sor Madelaine, una geringilla, una aguja se abría camino a través de mi piel y… y nada… el silencio… oscuridad, calor…

Al despertar estaba en la enfermería. Abrí los ojos despacio y reconocí de inmediato la blanca pulcritud del recinto. Había varias camas alineadas y unas cortinillas que separaban unas de otras. La mayoría estaban descorridas, pues en aquellos momentos no había más personas enfermas en tratamiento. Estaba sola. Había un cuartito anexo a la sala de camas donde las hermanas enfermeras se retiraban a descansar. También había una estancia cuyas puertas solían permanecer cerradas, en ella se guardaban, bajo llave los medicamentos, y, en las ocasiones que era necesario hacía las veces de morgue. Recordé el día que murió la Madre Sophie, quien fuera en su día Superiora del Convento de Santa Brígida, a los noventa y siete años de edad. Recordé la imagen de aquella viejecita de piel apergaminada cuando era trasladada desde la “morgue” hasta la capilla para su funeral y posterior entierro, casi cuatro días después de su muerte. El estómago me dio un vuelco al rememorar el olorcillo a putrefacción malamente disimulado por los perfumes y aceites con los que habían impregnado su cuerpo.

Pasé en la enfermería el resto del día, la superiora creyó que era lo más adecuado dado mi estado de nervios. Había padecido la muerte de un ser tan querido hacía tan poco tiempo...

Estaba decidida a sedarme de nuevo, para que pudiera descansar al menos unas horas. Al momento estaba allí de nuevo Caroline, una de las enfermeras que llevaba un perfume de violetas inconfundible, con unas pastillas diminutas y un vaso de agua. Yo fingí tragarlas sin reservas y en cuanto ella se dio la vuelta las escupí y las guardé en el doblez de mi calcetín.

Aún me sentía un poco mareada, pero estaba lo bastante lúcida para echar un vistazo a mi alrededor y descubrir a Eanny en una camilla cerca de la mía. Se la veía tranquila… seguramente dormía. Aún no me sentía con fuerzas para levantarme, pero esperaría el momento adecuado e iría a hablar con Eanny, Misión cumplida. Había conseguido acercarme a ella.

Permanecí allí tumbada, aislada de la realidad, rodeada por el blanco inmaculado de la enfermería. Suelo blanco, blancas paredes, blancas sábanas y la luz aterradoramente blanca que se colaba a través de los finos visillos de gasa blanca que cubrían los ventanales. Y dentro de mí, sólo oscuridad. El aire olía ligeramente a alcohol, a desinfectante… y a violetas. Seguía sumida en un cierto sopor, producto de lo que fuera que me habían inyectado hacía unas horas.

A lo lejos sonaba la campana que anunciaba la hora del almuerzo. La puerta se abrió de nuevo, Caroline volvió junto a mi cama y me tomó el pulso. Quiso comprobar que yo seguía dormida. Una voz desde el pasillo la apremiaba – “no te preocupes, va a seguir durmiendo mucho tiempo, con lo que le has dado no creo que despierte hasta mañana, y nosotras no nos demoraremos mucho tiempo en el comedor”, Caroline se marchó sin que yo la oyera responder, llevándose con ella sus efluvios florales. Ahora más que nunca me repugnaba ese olor, me revolvía el estómago sentí ganas de vomitar y tuve que reprimirme.

Estábamos solas Breanna y yo. Me levanté y fui hasta la puerta de la enfermería sin hacer ruido, casi deslizándome sobre el frío mármol con mis calcetines de lana. Me vino a la cabeza la absurda idea de que patinaba sobre un lago helado. Abrí con cuidado y me asomé sigilosamente hacia el pasillo. No había nadie, también el cuartito anexo estaba vacío. Fui de nuevo hasta la zona de las camillas y me acerqué a mi amiga. Allí seguía Breanna, profundamente dormida. Me arrodillé junto a ella, cogí su mano que ardía, igual que su frente. Ella se removió un poco. Intentaba abrir los ojos y los labios, tratando de balbucear algunas palabras. Le resultaba imposible. Su frente perlada de sudor y sus mejillas enrojecidas ilustraban su estado febril. Mis esperanzas de que ella pudiera contarme algo se estaban desvaneciendo. Suponía que únicamente podría arrancarle algún delirio… no quería empeorar su estado molestándola, así que vencida, volví a mi cama.

Caroline volvió enseguida, me encontró tumbada boca arriba, tapada hasta los hombros y con la mirada fija en el techo. Yo me había perdido en mis propios pensamientos. Ella se sorprendió de encontrarme despierta y amablemente me ofreció agua fresca. Después se sentó en el borde de mi cama y tomándome de la mano, me invitó a hacer lo mismo. Con un gesto cálido me interrogó: “¿cómo has dormido? ¿Qué tal te encuentras? ¿Has tenido pesadillas?” y contesté escuetamente: “Bien. Débil. No.”

Ella discutió con Sor Madelaine sobre la conveniencia de mantenerme en la enfermería durante la noche. Caroline pensaba que yo estaba repuesta de mi crisis, pero Sor madelaine se quedaba más tranquila si yo ermanecía atendida durante la noche, así podrían vigilarme por si volvía a perder los nervios. Controlarían mi estado cada dos horas como hacían con Breanna, no iba a suponer un trabajo extra. Carolina aceptó sin ofrecer demasiadas reservas.

Un nuevo plan cruzaba mi mente, si Breanna no podía contarme qué había descubierto en el cementerio iría yo misma a averiguarlo.

viernes, 17 de febrero de 2012

Una historia inacabada (10)


Las primeras luces del alba me despertaron. Parece que finalmente me había dormido. Sentía el cuerpo dolorido y un cansancio extremo. La tensión que había sufrido se dejaba sentir en cada uno de mis músculos, de mis huesos.

Me levanté pronto para ducharme y vestirme. Desayuné en el primer turno, deprisa, sin apenas probar el cacao caliente. Quería dejar tiempo suficiente para hacerle una breve visita a mi amiga Eanny. 

Dispuesta a entrar en la enfermería me encontré con la férrea defensa de Sor Madelaine.

- No, definitivamente no puedes entrar
- Pero…
- Claire, Breanna está muy enferma y necesita descanso para restablecerse lo antes posible… además no querrás contagiarte, ¿verdad?
- No… yo…  - titubeé
- Pues eso, niña. Anda, vete al salón hasta que empiecen las clases, o pídele a Adele un poco de leche y un bizcocho extra, ¡que te estás quedando en los huesos!

Me alejé de la enfermería por el largo corredor. No pude evitar recordar las palabras de Sor Madelaine “te estás quedando en los huesos” me detuve un momento a contempar mi reflejo en uno de los ventanales que como soldados en formación custodiaban ambos lados del pasillo. De pronto me sentía una extraña dentro de mi propio cuerpo que en los últimos meses no sólo había perdido unas cuantas libras. Consciente, por primera vez en mucho tiempo, de mis formas me vi unos dedos alargados, los tobillos se me habían afinado mucho, al igual que mi cintura. También debía haber crecido unos cuantos centímetros. Mis muslos se habían estilizado y mis caderas, aunque estaban faltas de relleno, se habían ensanchado y redondeado. También lo habían hecho mis senos. Tal y como Eanny aventuraba, a los 15 años estaba empezando a convertirme en una mujer.

El aislamiento de mi mejor amiga me daba pocas oportunidades de conocer lo que ella había averiguado la noche que enfermó. Sabía que quería contarme algo, pero no le había sido posible. Yo no tenía su coraje y no me atrevía a andar sóla por las noches entre las lápidas del cementerio, pero la creciente curiosidad me hacía cosquillas en el estómago y las cosquillas siempre me exasperaban. Tenía que idear un plan para que me llevasen a la enfermería junto a Breanna, así podríamos hablar. To qué instintivamente mi frente para comprobar si mi temperatura no había subido… pero no… estaba fresca y lozana como una rosa recién brotada. Tampoco me dolía el estómago… Ay que ver, estaba deseando enfermar para poder estar al lado de mi amiga.

De pronto recordé ora vez lo que me había dicho Sor Madelaine, estaba muy delgada… no me iba a costar demasiado fingir un ataque de debilidad, aunque no creía que eso fuera suficiente para que me llevasen a la enfermería… No, a lo sumo, me encerrarían en el dormitorio guardando un poco de reposo… no quedaba más remedio que echarle un poco de teatro. A nadie le extrañaría que tras la muerte de mi madre, alejada de mi mejor amiga, y con esta “debilidad” que me acosaba, sufriera un ataque de histeria. Esa era la solución. Habría que esperar el momento justo. Unos gritos, un fingido desmayo y derechita a la enfermería, seguro.

martes, 14 de febrero de 2012

Una entrevista muy interesante

http://www.eldiariofenix.com/content/todos-somos-escritores

Gracias a  , sois una inspiración.

San Valentín sí, San Valentín no...

"Muchos piensan que este día se celebra desde hace poco y que surgió por el interés de los grandes centros comerciales, pero su origen se remonta a la época del Imperio Romano.

San Valentín era un sacerdote que hacia el siglo III ejercía en Roma. Gobernaba el emperador Claudio II, quien decidió prohibir la celebración de matrimonios para los jóvenes, porque en su opinión los solteros sin familia eran mejores soldados, ya que tenían menos ataduras.

El sacerdote consideró que el decreto era injusto y desafió al emperador. Celebraba en secreto matrimonios para jóvenes enamorados (de ahí se ha popularizado que San Valentín sea el patrón de los enamorados). El emperador Claudio se enteró y como San Valentín gozaba de un gran prestigio en Roma, el emperador lo llamó a Palacio. San Valentín aprovechó aquella ocasión para hacer proselitismo del cristianismo." (Wikipedia)

Pues eso, siempre discutimos sobre la oportunidad o no de celebrar un día como este. Por mi parte estoy totalmente a favor de hacerlo, ¿y por qué? pues porque siempre es bueno tener un día referente para recordar a quienes más queremos, padres, madres, enamorados... Si bien es cierto que para esas personas que tanto queremos cualquier día es bueno para demostrarles nuestros sentimientos, y que más vale un beso a tiempo que un ramo de flores o una caja de bombones, también es cierto que la vida que llevamos muchas veces nos olvidamos de hacerlo como es debido. Por ello, no está mal que alguien (aunque ese alguien sea El Corte Inglés) nos recuerde una vez al año que tenemos a una persona especial que espera nuestro cariño.

Que los centros comerciales hacen su agosto es indiscutible, pero ¿por qué no tomarlo simplemente como una celebración más? ¿no es hermoso tener una excusa más para celebrar el amor?

Personalmente, prefiero celebrar San Valentín (léase también Día de la Madre, Día del Padre etc...) que muchos otros festejos cuyo origen y fin es mucho menos hermoso...

Feliz día a todos 

lunes, 13 de febrero de 2012

Una historia inacabada (9)


¡Puaj! Puré de repollo otra vez… ¿cómo alguien podía comer aquel mejunje?, “al menos está caliente” me dijo Breanna, siempre viendo el lado positivo. No pude evitar lanzarle una mirada cargada de reproche. Ella me devolvió una sonrisa culpable y me susurró “todo a su tiempo, confía en mí”. Punto y final, ahí acababa nuestra conversación por el momento.

Breanna no acabó la cena, empezó a encontrarse mal, tenía una fuerte tiritona y la fiebre le había subido mucho. Tenía las mejillas y la frente muy coloradas. La hermana Adele la acompañó a la enfermería. Yo me quedé muy preocupada y me pregunté cuantas veces había estado vagando por el cementerio entre la nieve sin que yo me diera cuenta. De pronto había olvidado mi ansiedad por que ella me contase lo que había descubierto, ahora estaba francamente preocupada por su salud. Estaba muy débil y no controlaba el temblor de su cuerpo. No me dejaron acompañarla.

Era neumonía, con los cuidados adecuados en un par de semanas estaría perfectamente, eso dijo el doctor que vino a visitarla. Yo pude entrar en la enfermería al día siguiente al finalizar las clases. Ella estaba despierta. Me acerqué junto a la cama bajo la atenta mirada de Sor Madelaine, la encargada de la enfermería. Breanna me miraba con angustia, se encontraba fatal y había vomitado varias veces. Sentía fuertes pinchazos en el costado izquierdo, por eso estaba tumbada sobre ese lado. Así evitaba que al respirar el pulmón afectado se moviera y empeorase el dolor.

Su cara era el papel donde se escribía un mensaje en clave que yo no era capaz de descifrar. Atisbaba un ruego, una negación o arrepentimiento, cariño… todo ello tras la mueca de sufrimiento. Era como si quisiera contarme algo y después decidiera en el mismo instante que no era lo correcto… No pude adivinarlo.

Por la noche caía una fina y lenta nevada. Los diminutos copos helados apenas danzaban suavemente en el aire, suspendidos, casi ingrávidos, antes de posarse sobre el ya blanco suelo. La nieve que lo cubría daba la bienvenida a esos pequeños milagros de agua cristalizada, como una madre amorosa que acoge a sus hijos en su seno.

La atmósfera era fantasmal, no había ruidos provenientes del bosque, no se oía a los búhos, ni a los lobos. El silencio reinaba en los alrededores. La luna, aunque en cuarto menguante, iluminaba lo suficiente para que su resplandor reflejado en el blanco manto se proyectase sobre mi ventanal. Me levanté y me quedé en pie junto a los cristales. No podía abrir aquellas ventanas sin despertar a todo el mundo. La madera de las hojas era vieja y hacía un ruido tremendo al encajarse o desencajarse de los marcos. Me imaginé allí, en mitad de la noche respirando ese aire frío y puro, bañándome en esa atmósfera de fino cristal. Cerré los ojos apoyando la mejilla contra la ventana, aspiré hondo y por unos instantes estuve allí. Después volví a la cama y traté de dormir hasta la mañana siguiente.

No conseguí conciliar un sueño profundo, dormitaba superficialmente cuando a las cuatro de la mañana comencé a oír ruidos en los corredores y por las escaleras. Algunos pasos apresurados, cuidadosos, y unos pocos susurros tratando de acallarlos. Miré a mi alrededor, al principio mis ojos vagaban por la oscuridad, pero pronto, hechos a la situación, podían distinguir formas, figuras. Allí estaban durmiendo todas mis compañeras de habitación, también lo hacía nuestra cuidadora. Traté de deslizarme hasta la puerta entreabierta del dormitorio para ojear el exterior, caminé descalza, con mucho cuidado de no hacer ningún movimiento en falso que pudiera despertar a las que allí dormían. Conteniendo la respiración, estaba a punto de alcanzar mi objetivo, cuando alguien tiró desde fuera del picaporte y cerró cuidadosamente el dormitorio. ¿Me habría visto? No, seguro que no, si fuera de otro modo ahora estaría castigada fregando los baños. Volví a la cama, inquieta y desvelada.

lunes, 6 de febrero de 2012

Una historia inacabada (8)


El invierno había cubierto de blanco todo cuanto estaba a nuestro alrededor. La capa de nieve tenía un espesor de más de medio metro y hacía días que el cielo sólo variaba su color entre una amplia gama de grises. Se veía plomizo y pesado, algunas veces irreal, blanco irisado. Siempre frío. Pasábamos el día entre las clases y el salón común. Allí había un gran hogar y sobre él una enorme chimenea. El calor de los troncos, el color del fuego ataría mi mirada, el baile de las llamas sobre las ascuas calentaba mi cuerpo y mi espíritu, casi me hacía sentir en casa.

El otoño había pasado como un suspiro, el cumpleaños de mi Eanny estuvo teñido aún por los restos de mi amargura, los posos que quedaban tras la muerte de mi madre. No dudé en regalarle el manto verde y plateado que le había pertenecido a ella. Eanny, al principio, se negaba a aceptarlo, pero pude convencerla. Yo quería, necesitaba, que ella lo tuviera. Ella, quien ahora era mi única familia. Breanna me dio las gracias por el regalo y buscó la figura que ella me había obsequiado en el último cajón de mi cómoda. La tomó con delicadeza entre las manos y la envolvió en el manto dejándola después, de nuevo en el cajón. “Juntas” dijo y me sonrió.

Poco a poco, con el trascurrir de los días, la tristeza se convirtió en una fiel compañera, callada y discreta, estaba ahí, sin llegar nunca a abandonarme por completo, pero permitiéndome hacerla a un lado para poder seguir con mi vida.


Esa tarde yo me acurrucaba en un butacón tapizado con una feísima tela de cretona inglesa, bastante cerca de la chimenea y cubierta por un mantón de chenilla descolorido, que más que verde ya parecía amarillo. Leía la Eneida de Virgilio, un libro obligatorio en nuestro curso. Estaba absorta en mi lectura y no me di cuenta de que Breanna no estaba allí. Una de las niñas venía buscándola y me preguntó si yo sabía dónde estaba. Breanna solía jugar con las internas más pequeñas, casi hacía de madrecita para ellas, las entretenía, consolaba y mimaba. Yo no tenía ese instinto de protección tan desarrollado como ella.

- Tiene que estar en la sala, no puede estar lejos – dije intentando deshacerme de la mocosa
- No, no está – insistía tirando de mi mantón - la he buscado y he preguntado por ella, pero nadie la ha visto…

Me levanté de mala gana y la busqué yo misma. La niña tenía razón, ella no estaba allí. No nos permitían subir a los dormitorios hasta la hora de acostarnos, así que fui a echar un vistazo a la cocina, por si estaba con la hermana Adele, pero tampoco la encontré. No era posible que hubiera decidido salir con este frío, pero no cabía otra opción. Respiré hondo y me abroché la chaqueta. Me eché sobre los hombros el mantón raído, y salí fuera a buscar a mi mejor amiga.

Estaba enfadada porque se hubiera ido sin decirme nada y también porque ahora me tocaba sumergirme en la nieve para encontrarla.

Resoplando me encaminé hacia la Ermita, supuse que habría ido allí a estar sola. No podía pensar en que estuviera vagando por el bosque con ese frío, aunque con Eanny cualquier cosa era posible.

Cuando casi había llegado a la puerta la vi, estaba junto a la verja del cementerio, tenía el cuerpo vuelto hacia mí, pero miraba hacia el interior del camposanto y gesticulaba con los brazos. Me quedé allí plantada hasta que se volvió con una sonrisa en los labios. Al verme dio un respingo.

- ¿Qué haces aquí? ¡Cielo Santo, menudo susto me has dado!
- Lo mismo iba a preguntarte yo
- Bueno, ahora no te lo puedo contar, vamos dentro – apremió – nos vamos a morir de frío.

Se enlazó de mi brazo, y como si no pasara nada puso rumbo al edificio, mirando al frente y sin decir una palabra más. Mientras yo estaba atónita, no entendía nada, no comprendía a mi mejor amiga...

Al llegar, nos sacudimos la nieve en la entrada, y ya en el salón, nos sentamos sobre el amplio reborde de piedra del hogar y yo comencé a interrogarla. Ella se limitó a hacerme callar, me prometió que me contaría todo en cuanto las demás se durmieran, si es que conseguía mantenerme despierta… - apostilló con aire socarrón.

Yo torcí el gesto, pero ¿qué más podía hacer?. Traté de no pensar en ello durante la cena y concentrarme en los deberes que aún debía acabar antes de acostarme.

viernes, 3 de febrero de 2012

Una inyección de autoestima, una pizca de vanidad...

Hoy quiero echarme unas flores, bueno, en realidad quiero que leáis lo que un buen amigo escribe sobre este blog. Son cosas como esta las que me animan a seguir adelante, cosa que no es nada fácil y menos teniendo en cuenta el tiempo que me quita la tropa que tengo a mi cargo... ¿o es, tal vez, este blog el que les roba el tiempo a ellos?
Gracias, Onofre.

" Queria escribierte para felicitarte por tu blog. Lo encuentro super interesante y engancha muchisimo . Me gusta que los post no son muy largos, estan muy bien redactados y tienen la mezcla o balance perfecto de simple y sofisticado... mi favorito es Fisica y Quimica...me dejo pensando un rato largo... . Los grandes escritores no tienen necesidad de utilizar un vocabulario "complejo", son capaces de atraparte con un lenguaje sencillo, pero no vulgar, a eso me refiero con el balance correcto. En mi opinion, el ejemplo a seguir es Saramago, un individuo brillante que es capaz de describir cualquier cosa de la forma mas simple...
Sigue adelante porque tienes mucho potencial, si es un hobby, te aconsejo que busques un mentor porque es evidente que tienes talento y que si lo desarrollas puedes atrapar mucha gente....

Cuidate, mucho exito en 2012 y no dejes de escribir....haces reflexionar a gente a tu alrededor y ese don no lo tiene todo el mundo...."


Por cierto... ¿algún mentor disponible? ;-)

miércoles, 1 de febrero de 2012

Una historia inacabada (7)

Ya era de noche cuando las otras hermanas empezaban a llegar a la cocina para preparar la cena. La hermana Adele me acompañó hasta mi dormitorio para salvarme de aquel maremágnum de voces y mujeres que se arremolinaban en torno a los pucheros. Me acostó y me ayudó a ponerme el camisón. Ella dobló con cuidado mi ropa y la guardó en el cajón correspondiente de mi cómoda. Sin que ninguna de las dos dijéramos nada, ella me arropó con mimo y se arrodilló junto a mi lecho mientras yo permanecía inmóvil, inerte, como una muñeca de trapo, incapaz de mirar a ningún sitio si no hacia mi propio interior invadido de tinieblas. Adele rezó, lo hizo por el alma de mi madre y también por mí, para que pudiera ser fuerte y enfrentar la adversidad. Sus oraciones no tuvieron demasiado efecto sobre mí.

Breanna corrió junto a mi lado en cuanto se enteró de la noticia, aún estaba allí la hermana Adele cuando llegó. Fue ella la que la puso al corriente de los detalles, de cómo no había dicho una sola palabra desde que se fuera mi padre… después de darle el parte se marchó dejándonos a solas.

Breanna se tumbó en la cama a mi lado y me abrazó con fuerza. Me acariciaba el pelo mientras cantaba una tonadilla que era totalmente desconocida para mí. Mis lágrimas dejaron de ser silenciosas, mi garganta se abrió y mi cuerpo temblaba con mi llanto. Eanny se quedó toda la noche junto a mí. Ni siquiera nuestra guardiana, la Hermana Marie, consiguió sacarla de mi cama. Supongo que mi situación hizo que se suavizase el protocolo.

La oscuridad salía de mí para teñir con su negro todo lo que nos rodeaba, o tal vez es que era de noche... llegó un momento en que perdí la noción del tiempo. Mis sollozos habían cesado y un nuevo silencio reinaba a mi alrededor. La respiración cálida de Breanna en mi nuca y sus brazos rodeándome hacían que no pudiera perder del todo el contacto con la realidad, que no llegase a perderme por completo en mis propias sombras.

Cuando la luz del sol empezó a resbalar sobre los rizos color cobre de Breanna, también empezó a entrar de nuevo la vida en mí. Como si el nuevo amanecer se hubiera impuesto triunfante sobre mi desgracia, yo también empecé a atisbar la frontera del un nuevo comienzo que tenía al frente.

Poco a poco la aceptación fue ganando terreno. La imagen de mi madre se había ido haciendo difusa con los años de ausencia y el recuerdo que tenía de ella se asemejaba más a una imagen desdibujada, idealizada…

Mi madre enfermó cuando yo tenía sólo cinco años. Un mal desconocido la dejó postrada en una cama y su estado empeoraba cada día. Era como si ese mal creciera dentro de ella y la fuera devorando poco a poco hasta que no quedó nada de sí misma, sólo una cáscara vacía, sin alma. Cuando ya no pudo ocuparse de mi me enviaron a este internado. Después sólo tuve noticias de ella a través de las cartas, cada vez más escasas y menos frecuentes de mi padre.

Siempre había tenido la esperanza de volver a verla. La recuerdo tan cariñosa y dulce… Durante años había alimentado la semilla de esa esperanza, soñaba con volverla a abrazar y sentir la seguridad y el amor que ella me daba. Me aferraba a su imagen en mi memoria infantil, ahora debía dejarla marchar, dejar que su espíritu también se fuera evaporando de mi memoria. Era necesario, pues yo también necesitaba seguir adelante.

Sí, fue como un renacimiento, un despertar a una nueva realidad, diferente, más dura, más adulta. Creo que el día que lo comprendí fue cuando verdaderamente me convertí en una mujer.

martes, 31 de enero de 2012

Una historia inacabada (6)


Una tarde cualquiera, cuando empezaba ya a anochecer, un automóvil llegó por el camino de tierra que cruzaba el bosque hasta el internado. Vimos las luces aproximarse y cómo una de las hermanas salía a recibir a sus ocupantes.

Aquello era motivo de excitación, nunca recibíamos visitas, yo sólo recuerdo unas pocas ocasiones similares en las que varias parejas vinieron para adoptar a alguna de las niñas más pequeñas. Cuando se pasaba de los seis años, las posibilidades de que una familia quisiera acoger a alguna de las huérfanas eran mínimas. Aún así, las visitas siempre resultaban un interesante tema de cotilleo, aunque simplemente fuera por romper nuestra aburrida rutina.

Cuando la Hermana Adele entró en la sala y dijo mi nombre se me aceleró el pulso. ¿Sería mi padre? ¿Era de verdad?, me apresuré a la puerta tratando de mantener la compostura, pues a las hermanas no les gustaba que corriéramos por los pasillos. Estaba a punto de llorar de alegría.

Él no había venido a visitarme desde que tenía diez años. Había escrito muchas cartas al principio pero poco a poco dejó de hacerlo. Aunque en esos momentos, soñando que venía por fin a buscarme, olvidé todos los malos ratos, los reproches que internamente le había hecho, las veces que lloré jurándome no volver a pensar en él. La alegría del momento me invadía, lo olvidé todo… Él venía a por mí.

Me recibió con un frío y formal abrazo, mencionó algo sobre lo mucho que había crecido y que ya era toda una mujercita. Su distancia me sobrecogió. A su lado, un paso más atrás había una mujer de cabello castaño claro, casi rubio, joven, bien vestida, tocada con un sombrerito de terciopelo negro muy coqueto y unas graciosas gafas en forma de mariposa. Su secretaria personal, me anunció él. Mi castillo de naipes se empezaba a tambalear. Algo me decía que no traía buenas noticias y mis ilusiones de abandonar el internado se desdibujaban por momentos. No puedo explicar exactamente que fue lo que me condujo a esa suposición, pero allí estaba yo, plantada frente a mi padre esperando escuchar lo que tuviera que decirme con el corazón helado.

Él me pidió que me sentara a su lado, su expresión se dulcificó falsamente, me tomó de la mano y casi sin dejarme respirar me comunicó la muerte de mi madre. La enfermedad la había vencido hacía tres días. No había querido llamar por teléfono porque prefería que lo supiera directamente por su boca. La habían enterrado esa misma mañana en el cementerio cercano a nuestra casa en la ciudad. Ella había pedido que me transmitiera cuanto me quería…. Él debía partir de inmediato pues sus negocios así lo requerían, y yo tenía que permanecer en el internado. Él estaba seguro de que era un buen lugar donde cuidaban de mi formación tanto personal como intelectual y que, después de consultarlo con Julie (ahora era Julie, de ser sólo su secretaria había pasado a ser Julie, dicho con una suave y cariñosa entonación) habían decidido que lo mejor para mi era continuar allí mis estudios hasta que me graduase, ya que no era conveniente para una chica de mi edad tener que viajar de un lado a otro del país constantemente. Después de la graduación podría trasladarme de nuevo a la casa familiar para fijar allí mi residencia.

Miró a Julie como si buscase su aprobación y ella le dedicó una sonrisa complaciente sin quebrantar su silencio. Mi padre no me dejó abrir la boca. Una vez hubo finalizado su rápida y ensayada elocución se levantó sin darme tiempo a reaccionar y se marchó. Esta vez decidió regalarme un beso en la mejilla, un gesto igual de frío y calculado que su recibimiento.

Mamá, mi madre… ya no estaba y yo no sabía qué era lo que sentía en esos momentos. Tantos años allí sola, soñando con su recuperación, con regresar a su lado… pero ella se había ido para siempre. ¿La echaría de menos? En aquellos momentos no sabía si mis calladas lágrimas las causaba la pena de su muerte o la rabia por haber desperdiciado todos estos años en aquel maldito lugar, lejos de ella, por haberme perdido sus últimas miradas, sus últimas sonrisas, sus últimas palabras para mí, o tal vez por la rabia y el desprecio que sentía por mi padre por haberme impedido estar con ella y haberme confinado a aquel horrible lugar, que desde hacía ocho años había sido y seguiría siendo mi único hogar.

La hermana Adele me sostuvo unos minutos por los hombros, tratando quizá de insuflarme fuerzas para que pudiera moverme o para que fuera capaz de articular una palabra.

Me empujó con ternura hasta la cocina donde me preparó un chocolate caliente con mucho azúcar.

lunes, 30 de enero de 2012

Una historia inacabada (5)


Me condujo entre las lápidas hasta un pequeño claro desde donde se veía la casita. Allí, más adelante, se adivinaba una edificación que, a primera vista, parecía un panteón un poco más grande que los demás. Yo contenía la respiración y agarraba la mano de Eanny con todas mis fuerzas. Caminábamos muy despacio tratando de acallar el sonido de nuestras pisadas. Los ojos de Breanna estaban muy abiertos. La escasa luz de la luna hacía brillar algunos de sus cabellos que, rebeldes, se escapaban de la trenza que colgaba a lo largo de su espalda. Volutas de vaho salían de su boca a un ritmo creciente según aumentaba su excitación. De pronto una titilante luz se abrió paso entre las tumbas. ¡provenía de la casita! Yo me tragué un grito de horror y clavé mis dedos en la mano de mi amiga, quien dio un respingo y trató de zafarse de la insoportable presión de la mía.

Estábamos paralizadas cuando noté que alguien caminaba a nuestra espalda. La sensación de frío, de que la sangre y la vida se me escapaban por los pies, me impedía volver la cabeza para ver lo que estaba ocurriendo.

Quien fuera caminaba sin cuidado, no esparaba no ser descubierto, oímos petrificadas cómo se acercaba inexorablemente hacia nosotras.

Cuando la hermana Adele puso sus manos en los hombros de Eanny pensaba que había llegado nuestro fin. Su dulce vocecilla nos sorprendió, fue un alivio indescriptible el descubrir que era ella quien nos había seguido.

La hermana Adele era una mujer mayor, de unos cincuenta y pico años, rechoncha y callada, de mejillas sonrosadas y mirada alegre. Era algo así como la mujer de los recados. Considerada inferior por el resto de la congregación, porque no brillaba precisamente por su inteligencia, era la recadera oficial, además, ayudaba en la cocina. Tenía una debilidad por las internas de la que no hacían gala el resto de las hermanas, a cambio, todas la queríamos mucho. No era extraño ver cómo a escondidas le llevaba un bocado a media noche a la que se hubiera quedado con hambre, o consolaba a la que se hubiera quedado castigada… Tenía un corazón tierno y su dulzura se veía recompensada por el cariño que le teníamos aunque no pocas veces era reprendida por la Superiora por dejarse ablandar demasiado con nuestras carantoñas.

- Pero niñas ¿qué hacéis aquí?
- Hermana… -traté de articular
- ¡Vamos dentro antes de que alguien se entere de que habéis salido!

Sentada en un taburete de la cocina, mis piernas colgaban inertes, mis brazos estaban muertos y era como si ya no latiera mi corazón. La hermana se afanaba en prepararnos una bebida caliente mientras mis pupilas seguían dilatadas por la excitación del momento. Eanny caminaba en círculos alrededor de la enorme mesa donde se preparaban las comidas.
Adele nos miraba inquisidora y preocupada.

Nos había visto salir del edificio, decidió seguirnos para alertarnos y devolvernos al dormitorio antes de que ninguna otra de las hermanas nos viera y evitarnos el castigo.

Adele estaba preocupada, nunca nos delataría, pero en sus brillantes ojillos castaños se adivinaba cierta tristeza y decepción provocada por nuestra negativa a contarle qué nos había impulsado a ir al cementerio escapando del dormitorio, contraviniendo las normas.

Tanto Breanna como yo éramos alumnas ejemplares, buenas estudiantes y disciplinadas, respetuosas con las normas…. Nuestra excursión nocturna no encajaba, en absoluto, con nuestro comportamiento.

Yo había enmudecido, esperaba en silencio a que Breanna quisiera contarle a la hermana nuestro secreto. No me sentía con derecho a hacerlo yo misma. Ante el persistente silencio de mi amiga, la hermana nos dejó apurar el chocolate caliente antes de enviarnos de vuelta al dormitorio no sin antes abrazarnos amorosamente.

viernes, 27 de enero de 2012

Descubriendo a Mr. Twitter, o como dejar de fumar en "10 trinos"

Maravilloso y sorprendente mundo... sí señor...

Gracias a Santiago he descubierto las posibilidades de esta red, gracias a él, a sus ánimos, a sus amigos (mi #FF a Almudena y Juan Carlos) , he encontrado gente que es realmente una fuente de inspiración, un acicate para convertirse en alguien mejor. Y es que Twitter está poblado de personas que siempre tienen algo interesante que decir, que te ayudan, te animan y te impulsan... te acogen como a alguien más de su gran familia de twitteros... Gracias de corazón: ,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,, (mi seguidor más fiel), y todos los demás...

Eso sí, absorbe muchíiisimo, porque hay tanto, tanto que leer! Por supuesto hay días que no llego a todo, muy a mi pesar, pero trato de seguir "de verdad" a todos. simplemente, me encanta...

Ah! otra cosa digna de mención, paso tanto tiempo leyendo que he reducido drásticamente mi consumo de cigarrillos. Mucho mejor que los parches!!!!!

Un abrazo a todos seguidores y seguidos.
:-)


jueves, 26 de enero de 2012

Un historia inacabada (4)

Fuera la lluvia arreciaba y no podíamos entretenernos en el patio para que Breanna continuara su historia. Las clases estaban a punto de reanudarse, el descanso tocaba su fin. Yo le suplicaba con la mirada, pero ella se limitó a coger la manga de mi chaqueta y arrastrarme dentro de la residencia antes de que acabásemos caladas.

Por la noche, cuando todas las demás dormían yo la animaba a continuar nuestra conversación. Ella, a regañadientes, empezó a narrar de nuevo cómo se había escapado en plena noche de la habitación y había llegado hasta la iglesia.
- Vi una lucecita en mitad del camposanto. Imagínate qué susto, pero de pronto la lucecita se apagó, quedando todo el paisaje frente a mí de nuevo a oscuras. Creí que había sido una alucinación, pero mientras trataba de convencerme de ello, la luz volvió a encenderse unos segundos para volver a desaparecer de nuevo. No sé qué me impulsó a atravesar la verja del cementerio para buscar la fuente de aquella luz. Me vi caminando entre las tumbas, silenciando mis pasos cuando…

- ¡Niñas! – rugió la hermana vigilante – callaos u os vais a ver castigadas por mucho tiempo

Ante tal difusa amenaza, Breanna puso cara de circunstancia y se dio media vuelta en la cama con intención de dormir. Yo, refunfuñando hice lo mismo.

Cuando por fin me había quedado dormida, sentí como alguien me zarandeaba.

- ¡Eanny! ¡Qué susto!
- ¡Shhhhh! - Me urgió – La hermana Adele ya duerme… mi mejunje con valeriana ya ha hecho sus efectos ¿me acompañas?

Yo me levanté en silencio. Breanna ya estaba envuelta en su chaquetón y se había puesto las botas. Yo hice lo mismo y la seguí fuera del dormitorio.

- Escucha – me dijo – Cuando entré en el cementerio la curiosidad me pudo, no sé qué decir, vi aquel resplandor y tuve que averiguar qué era. Caminé por el interior al cementerio y encontré algo increíble. Por cierto... no te imaginas lo enorme que es ese lugar... Allí, en medio de los mausoleos había una casa.
- ¿Cómo?
- Sí, eso mismo pensé yo... al principio me pareció un panteón como los demás, un poco más grande, pero cuando me acerqué vi que la puerta tenía cristales y había ventanas... Todo estaba oscuro así que me acerqué a la puerta. La empujé un poco y estaba abierta. Del interior salía frío y olía a moho...
- Breanna, estás loca..
- Déjame terminar – me urgió mi amiga- ¿qué pinta una casa en medio del cementerio… que yo sepa no hay ningún guarda.. ¿no?

Bajamos sigilosas las escaleras y salimos a la explanada. Hacía un frío terrible y las nubes apenas dejaban pasar algún rayo de luna que iluminase nuestros pasos. Temblaba, pero más que por el frío, por el miedo que se hacía grande en mi estómago como una incómoda bola de gas.

Llegamos frente a la verja y allí Breanna escrutaba los barrotes, los tocaba… Uno de ellos se movió. Eanny lo empujó hacia arriba abriendo un hueco por el que podíamos colarnos sin demasiada dificultad.

El suelo del cementerio parecía blando, como una moqueta de turba y musgo que se extendía bajo nuestros pies. Yo estaba aterrada, como cualquier niña de quince años lo estaría en mi situación. Entonces aún no había comprendido que a los que se debe temer es a los vivos y no a los que ya descansan en paz. Agarraba firmemente la mano de mi amiga, ella no parecía tener miedo, o eso, o su curiosidad era más fuerte que aquél.

miércoles, 25 de enero de 2012

Una historia inacabada (3)


El sol comenzaba a asomarse entre las altas copas de los árboles arrojando destellos rojizos y anaranjados y bañando con su luz los fríos muros del internado. Nuestras compañeras de habitación se iban despertando, Algunas se levantaban, aún adormiladas, para usar los baños lo antes posible.

El edificio de los dormitorios tenía cuatro plantas. En la planta baja estaban el comedor y las cocinas, además de una sala de uso común, donde las internas pasábamos la mayor parte de los pocos ratos de esparcimiento de que disfrutábamos. Después, en cada planta había cuatro dormitorios con quince camitas cada uno. Catorce de ellas las ocupábamos las niñas, la última la utilizaba una de las hermanas que nos vigilaba por las noches. También había un enorme cuarto de baño para cada planta con hileras de duchas y lavabos, y numerosas cabinas para los retretes. Por las mañanas, los baños se saturaban, había que ser muy madrugadora para poder optar a un turno en las duchas antes de que dieran comienzo las clases.

No había ningún tipo de decoración en los dormitorios, solo las camas y una cómoda por cada una de nosotras que hacía las veces de mesilla, armario y baúl de los recuerdos. En ella debíamos guardar todos nuestros objetos personales, además de la ropa. Todas llevábamos uniforme, un vestido gris de franela con manga larga y una gruesa rebeca burdeos de punto en invierno. En verano, el uniforme consistía en una falda gris de algodón un una camisa blanca de manga corta. También íbamos uniformadas a la hora de dormir, con unos larguísimos camisones de color rosa pálido muy recatados.

Breanna y yo estábamos en una de las habitaciones de la última planta, donde la luz entraba a raudales por las ventanas desnudas, y nos daba los buenos días antes que al resto de las internas.

La mañana de mi cumpleaños nos levantamos temprano y aprovechamos nuestra relativa soledad para darnos una buena ducha. Yo sabía que seguramente hasta la hora del descanso tras el almuerzo no iba a poder hablar tranquilamente con mi mejor amiga. Estaba ansiosa porque me contase algo más sobre mi regalo. Quería saber cómo y dónde lo había encontrado, cuándo había podido escapar de la atenta mirada de nuestras tutoras y más aún, cuando había podido darme esquinazo a mi, ya que solíamos pasar juntas casi todo nuestro tiempo. Yo no había notado que faltase, es más, pensaba que había olvidado ella también mi día especial, porque en los últimos días ni siquiera nos habíamos separado un rato para que ella pudiera fabricar el tradicional obsequio. La impaciencia me carcomía. No imaginaba a Breanna merodeando a escondidas por los alrededores del cementerio.

Por fin, las once de la mañana, media hora de descanso entre las clases, un respiro para pasear, despejarnos, salir al sol… bueno, cuando había sol, porque en esa mañana de mi cumpleaños llovía a cántaros. Yo necesitaba un rato a solas con Breanna, y la sala de descanso no era un lugar precisamente íntimo, pero aventurarnos a salir con la que estaba callendo tampoco parecía lo más razonable. En un alarde de valentía agarré a mi amiga del brazo y salí con ella del edificio. Breanna me miraba con los ojos muy abiertos, como si pensara que su mejor amiga se había vuelto loca, pero es que yo estaba tan impaciente por oír su historia… Corrimos por la explanada hasta la iglesia, tapando nuestras cabezas con la chaqueta. La lluvia caía con fuerza y sin tregua. Llegamos bastante mojadas y el frío del interior de la capilla nos calaba en los huesos, aquella situación no era confortable, pero allí podíamos hablar tranquilamente.

- Bueno – dije
- Bueno ¿qué?
- ¿Cómo que qué? Pues que me cuentes, dónde encontraste esa maravilla, cómo se te ocurrió ir al cementerio, cómo hiciste para que no me diera cuenta ¡¿cómo demonios me diste esquinazo?!
- Claire, estoy calada, hace frío…
- ¿Por qué no quieres contármelo?
- Porque no hay mucho que contar, fue hace dos días, por la noche, detrás de la Ermita, justo ahí – señaló hacia la pared del fondo – estaba buscando semillas para hacer una muñequita y algo me llamó la atención. Encontré la figura. Fin de la historia.
- ¡¿En plena noche!? Estás loca, ¿qué hacías ahí a esas horas?

- Oye, es una labor muy difícil buscar el mejor regalo del mundo, para la mejor amiga del mundo, sobre todo si ella está todo el día pisándote los talones, tenía que despistarte…
- Pero te saltaste la vigilancia…
- Eso no fue difícil, la valeriana crece por todos lados en este bosque… sólo tuve que echar un poco de polvos de raíz en el mejunje que toma la Hermana Marie cada noche para aligerar su intestino…

Las dos reímos al recordar los problemas de estreñimiento de la hermana y sus continuos, y cada día más sorprendentes, intentos para remediarlo. Los brebajes que preparaba contenían todo tipo de plantas y esencias difícilmente identificables… y solían tener un color parduzco y un olor repulsivo. Aún así, ella seguía probando noche tras noche para aliviar su pesadez.

- ¿y no se dio cuenta? – pregunté ingenua

Breanna me devolvió una mirada de incredulidad.

- Vale, olvida la pregunta – respondí.

Por mucho que lo intentaba no conseguía despojarme de la impertinente idea de que Breanna no me había contado exactamente toda la verdad. Su mirada esquiva, el temblor en sus labios al narrarme la historia… Después de tantos años me había convertido en una auténtica experta interpretando su lenguaje corporal.

- Eanny… ¿qué más?
- ¿cómo que qué más?
- Algo no me has contado y lo sabes…

Una voz nos interrumpió

- ¿Hay alguien ahí?

Oímos retumbar las palabras del Padre Mathew que andaba por la zona del Altar.

- ¡Padre! – Contestó Breanna – Somos nosotras…
- Pero, muchachas, estáis a oscuras, ¿cómo no habéis encendido la luz o alguna vela? Hoy hace una mañana de perros.
- Nos marchamos enseguida, no creímos que mereciera la pena – contesté.

El Padre Mathew estaba trasteando por la vicaría, era difícil que pudiera escuchar nuestra conversación, pero la aparición del sacerdote le dio a Breanna la oportunidad perfecta para escaquearse.

Nos acercamos al despacho para despedirnos educadamente del sacerdote.

- Hoy es tu cumpleaños, Claire... –dijo distraído
- Sí, ¿Cómo puede recordarlo? – me extrañé
- Ah –sonrió- es fácil, tengo apuntadas en esta agenda las fechas de nacimiento de todas vosotras, así, si alguna decide venir a la capilla por su cumpleaños en mitad de una mañana lluviosa con su mejor amiga y yo me las encuentro por casualidad siempre puedo sorprenderla felicitándola.

Yo torcí un poco el gesto ante la burla encubierta de Mathew. Le dijimos adiós y salimos de la iglesia.