lunes, 23 de enero de 2012

Una historia inacabada... (1)

Durante muchos años pensé que aquel lugar era el peor sitio del mundo. El internado donde vivía se presentaba ante mis ojos como el último rincón de la tierra donde hubiera elegido estar… Desde luego, no estaba muy equivocada.

El día de mi decimoquinto cumpleaños me sentía absolutamente devastada por la tristeza, deprimida de esa particular forma que sólo una adolescente lo puede estar. Sentada con las piernas cruzadas sobre el colchón de mi cama en el dormitorio compartido, me había despertado mucho antes que las demás. Miraba por la ventana cómo la lluvia iba a arruinar el resto de mi día. Los negros nubarrones que se aproximaban y las temperaturas en descenso no dejaban lugar a dudas. Por la tarde caería un chaparrón de aúpa. Típico de esta estación. ¿A quién se le ocurre cumplir años en Octubre? Mis últimos ocho cumpleaños, es decir, desde donde alcanza mi memoria, habían estado pasados por agua. Cuando alguna de las otras niñas cumplía años, si lucía el sol, se preparaba una modesta fiesta, con galletas rancias y té amargo…. ¡Pero al menos era una fiesta! En mi caso, ni siquiera eso tenía. Así que otro año más sin que nadie se enterase de que era mi día especial… Bueno, sí había alguien. Breanna siempre se acordaba de mi cumpleaños, al igual que yo del suyo. Siempre nos hacíamos un modesto regalo, algo hecho por nosotras mismas, algo impregnado de magia, de la magia que esperábamos un día nos transportase lejos, muy lejos de allí.

Breanna, o Eanny, como la llamábamos todos, era huérfana, alguien la abandonó a las puertas del colegio cuando era sólo un bebé, como a tantas otras niñas, criaturas dejadas de la mano de Dios, en la mayoría de los casos hijas ilegítimas de algún ricachón y su amante criada, o de prostitutas que no tenían medios para mantenerlas. Las mujeres que dirigían el internado nos recogían y se ocupaban de dar techo y comida, además de una educación básica a aquellas que por unas razones u otras llegábamos a sus puertas.

Mi caso era distinto. Había entrado en el internado con casi siete años. Mi madre había enfermado gravemente y pasaba largas temporadas en el hospital, y mi padre, dedicado a sus negocios no tenía tiempo para ocuparse de mí. Al principio él me escribía cartas una vez al mes, me hablaba de la enfermedad de mi madre, de que no parecía mejorar… después las esperas se hicieron cada vez más largas y en aquel momento, hacía un año y diez meses que había recibido su última misiva. Él tampoco se había acordado esta vez de mi cumpleaños.

Mis hondos suspiros despertaron a Breanna que dormía en una cama junto a la mía. Ella remoloneó un poco y al final abrió los ojos, con una soñolienta sonrisa me dedicó su mejor “Feliz Cumpleaños”, y se arrebujó de nuevo entre las mantas para seguir durmiendo. Era demasiado temprano, pero no iba a dejar que el sueño impidiese que mi mejor amiga me prestase le atención que yo requería en ese momento, estaba segura de que ella estaba deseando que la ayudase a despojarse de su pereza, así que me senté en su cama y empecé a azuzarla y susurrarle cosas al oído para que se despertara. Ella, paciente y generosa, volvió a sonreírme y se incorporó en la cama. Tal y como yo pensaba, estaba deseando madrugar para hacerme compañía…

La buena de Breanna, era todo corazón, nunca me negaba nada. Yo era la cría mimada de familia bien que se sentía fuera de lugar en aquel orfanato lleno de niñas sin nombre. Ella se esforzaba en hacerme la vida más amable, insistía en que me tomase aquello como una estancia en una residencia temporal, que pronto todo aquello terminaría y vendrían a buscarme… Aunque Breanna sabía que, en realidad, yo estaba tan sola en el mundo como ella.

Breanna se retiró sus largos cabellos cobrizos de la cara y con gesto rápido, casi automático los sujetó firmemente en un trenza tan larga que casi le llegaba a la cintura y que después enrolló sobre sí misma haciéndose un moño bajo a la altura de la nuca. Tenía el pelo muy fino y ondulado, y unos cuantos filamentos rizados rodeaban su rostro de forma que, cuando sobre ellos incidía el sol, parecían una aureola mística que enmarcaba sus blancas y redondeadas mejillas. Tenía los ojos enormes, de un verde purísimo, igual que los helechos que crecían al abrigo de los sombríos y húmedos muros del internado. Sus labios eran carnosos y sonrosados y la nariz pequeña, un poco respingona y salpicada de pecas color canela suave.

En cuanto yo me retiré de su cama ella rebuscó bajo el colchón y sacó un paquetito atado con cuerda y envuelto en papel de revistas viejas, Había colocado dos margaritas a modo de adorno, pero se habían chafado un poco de estar en su escondite entre el somier y el colchón, era más grande de lo habitual. Solíamos regalarnos dibujos, poemas, collares de flores o adornos para el pelo hechos de trozos de corteza de árbol tallada. Aquel paquete era pesado y de buen tamaño, podía tener unos veinte centímetros de largo. Yo estaba muy sorprendida, no podía ni imaginar de qué se trataba.

Empezamos...

Hoy quiero empezar a compartir con vosotros algo que estoy escribiendo, una historia de ficción, pero cargada de aventuras y sentimientos, una novelilla juvenil en la que llevo trabajando un tiempo. Espero que os guste y que me animéis a seguir. Me encantará leer vuestros comentarios :-)