martes, 12 de enero de 2010

Capítulo IV

El lunes siguiente Jeane estaba distraída. El viernes por la tarde había aprovechado para llevar su coche al taller para hacerle una revisión y por su cabeza, principalmente, rondaba la idea de que la factura iba a ser de nuevo astronómica. Le daba vueltas a cuándo sería más o menos conveniente ir a recogerlo, si tardarían mucho, que tenía que pedirle a su padre que la llevase hasta el taller…
Después del ajetreo del fin de semana apenas sí se acordaba del dichoso informe.
Pasó el día archivando documentación, organizando carpetas y haciendo algo de espacio en su armario… limpieza mensual.

Pedro no había salido del despacho ni dado otras señales de vida desde primera hora de la mañana, parecía que no tenía otra cosa a la que dedicarse que a rellenar los cubos de reciclado de papel con viejos documentos.

Pero poco antes de la hora de comer, Víctor había irrumpido en el despacho de su jefe, llegaba con paso acelerado y tenía la frente sudada. Oyó como Pedro le pedía calma y le dijo que se sentara. Pronto sonaron algunos gritos. Jeane no podía oír con claridad todo lo que decían. “Esto se va a la mierda” oyó decir a Víctor y de nuevo a Pedro pedirle calma.

A Jeane le picaba la curiosidad, se envaró en su silla. Estaba dispuesta a escuchar todo lo que pudiera de aquella conversación. La Bombón no había llegado aún, estaba comiendo, solía salir antes que ella junto con Pedro y Víctor, pero aquel día se había cansado de esperarles y justo a las dos se marchó haciendo un mohín. Estaba sola y podía arrimarse un poco más al despacho de su jefe sin que nadie la viera hacerlo. Jeane sentía que la adrenalina le escocía en las venas. Un “run run” en el estómago le confirmaba su ansiedad.

Las mamparas que separaban el despacho del resto de la estancia no estaban del todo insonorizadas, pero sí lo suficiente como para que el sonido que salía del despacho estuviera bastante amortiguado por ellas y resultase muy difícil seguir el hilo de la conversación si no se prestaba una intensa atención. Además, la parte superior de esas mamparas era de cristal traslúcido, Jeane no podía acercarse demasiado sin ser vista desde el interior.

No podía oír mucho, algo sobre un negocio que estaba a punto de venirse abajo y a un Pedro claramente preocupado que trataba de mantener la situación bajo control. Le sorprendió oír en la conversación el nombre de las fábricas que había en ese informe que su jefe le pasó por descuido.

Decidió acercarse un poco más. En un momento Jeane se vio agachada en el suelo, junto al despacho con la oreja casi pegada a la pared.

-¿Qué estás haciendo ahí tirada?

La voz de Meli llegaba desde detrás del escritorio de Jeane. ¡Maldita moqueta! Jeane ni se había dado cuenta de que ella estaba allí. ¿no se supone que debería haber tardado algo más en volver?, maldijo de nuevo.

-Eh... - titubeó un segundo – El muelle de mi boli, ha salido volando y quería encontrarlo, pero con esta moqueta y mi mala vista…
-A lo mejor deberías ponerte gafas…

Meli ya estaba junto a su mesa, quitándose el chaquetón y retocándose el carmín. Sólo había bajado al centro comercial a comprar un sandwich que dejó caer sobre la mesa con clara expresión de descontento. No le había prestado la menor atención a Jeane y eso le aliviaba mucho. Aún así tenía las manos sudorosas y aún se sentía algo agitada. Fue al baño a lavárselas y refrescarse un poco la nuca y aprovechó para ir a buscar a Rober a la planta baja.

-Vaya sorpresa – dijo Rober – ya veo que no puedes vivir sin mi…
-Calla, bobo, he estado escuchando una conversación entre Pedro y Víctor, hablaban de un negocio, algo que no estaba saliendo bien y nombraban las fábricas del informe… pero no he podido entenderlo todo. Ha llegado Meli y me ha pillado tirada por los suelos… Rober no sé qué estoy haciendo, estoy de los nervios, descentrada y no puedo dejar de pensar que algo se traen entre manos… su actitud no es normal… las idas y venidas, este estrés...
-Tranquila cielo, seguro que no es nada…
-Bufff – resopló ella – necesitaba tranquilizarme un poco… me voy a mi sitio…
-¡Eh! Espera un poco…
-No, Rober, luego hablamos…
-¡Espera! ¿Y no te ha dado por fisgar un poco en sus archivos? Para ver qué está pasando… si estás tan preocupada…
-Rober, no, claro que no he visto nada, parece mentira que no me conozcas, no soy de las que va hurgando en disco duro ajeno…
-Hummm, - su sonrisita se tornó malévola – pues ahora nos vamos a enterar. ¡Qué leches! Vamos a divertirnos un poco echándole una miradita a su PC
-¿Estás loco?
-¿no te gustaría? – miraba a Jeane con cara de pillo
-Pensándolo bien… es una irresistible tentación…. Dijo Jeane sonriendo.
-Te espero a las ocho, cuando se haya pirado todo el mundo.
-¿Esta tarde? hummm no sé – dudaba Jeane - no estoy del todo segura de querer hacerlo…
-¡Venga, Nena!
-Odio que me llames nena… - Jeane se miró las uñas con fingido desinterés - Vale, me has convencido… soy una curiosa y sé que no voy a descansar hasta saber qué está pasando.
-Bueno, señorita, ¿ya sabe usted eso de que la curiosidad mató al gato?
-Venga, no me lo pongas más difícil. Nos vemos esta tarde ¡NO es una cita! –remarcó Jeane y se rió
-¡¡Queda claro!!

A las cinco de la tarde recibió un escueto mensaje en el Chat interno de la oficina, era de Rober.

-¿Sigue en pie nuestra no-cita de esta tarde?
-¿Acaso crees que me lo iba a perder? – contestó Jeane

Había apagado su PC a las seis en punto. Pedro salía en ese momento de su despacho y se topó con ella, pero no le hizo ningún comentario, ni siquiera se despidió. Ella metió el portátil en su mochila y se dirigió a la cafetería que estaba más cerca de la oficina, buscó una mesita libre y sacó el ordenador.
A esas horas de la tarde la cafetería estaba casi vacía, había un par de obreros apoyados contra la barra y una señora bien vestida que no dejaba de meter monedas en la máquina de juego del bar. Por las mañanas y a la hora de comer aquel era un lugar que siempre se veía abarrotado de gente, a Jeane le llamaba la atención verlo tan vacío, y, salvo por el incesante soniquete de la tragaperras, el lugar estaba tranquilo.

Jeane pidió un café y las claves de la wi-fi del bar y se dedicó durante casi dos horas a echarle un vistazo a las ofertas de empleo.
Rober abrió una ventana de Messenger y se pusieron a chatear de cosas triviales.

Robbie ya terminaste el libro ese de amor?
Red_Jeane sí
Red_Jeane y he empezado el cuarto de la saga
Red_Jeane espero darle un buen empujón este fin de semana
Robbie jejeje al lado de la chimeneaaaa
Red_Jeane arropada y calentita
Red_Jeane con una coca cola cerca
Robbie jajaja pa’ hacerte una foto, vamos
Red_Jeane hummmmm
Red_Jeane ronroneo sólo con pensarlo
Robbie jajaja
Robbie que bueno
Red_Jeane es una de mis imágenes oníricas preferidas!
Robbie me gustaría verte
Red_Jeane cotilla!
Red_Jeane te advierto que pierdo mucho en chándal y con calcetines gordotes de algodón, sin pintar y con el pelo hecho un asco
Robbie no creo que pierdas tanto
Robbie ah por cierto, de cotilla nada...
Red_Jeane voyeur?
Robbie jajaja GRACIOSA…..
Red_Jeane sí
Red_Jean estoy de un humor excelente por las tardes
Robbie y lo pagamos los demás jajajaja
Red_Jeane ¿pagar?
Robbie si....me llamas cotilla, me llamas Voyeur
Red_Jeane ya te gustaría a ti asomarte por mi ventana....
Robbie no por que como me veas…
Robbie jaja
Red_Jeane sí, seguramente me enfadaría mucho....
Red_Jeane que cuando me enfado me pongo como una leona!
Robbie ya me imagino…

Llegó la hora convenida. Para entonces Jeane ya había consumido tres coca-colas y un par de cafés con leche. Estaba hasta las cejas de cafeína. Recogió, pagó la cuenta y se fue andando despacio hasta la oficina. Rober, que la esperaba dentro le abrió con sigilo la puerta del garaje, era más discreto que pasar por la puerta principal. Siempre podría decir que había olvidado algún documento importante pero en ese momento no tenía ganas de dar explicaciones ni mentir a nadie.

A hurtadillas subieron hasta la primera planta. Todas las luces estaban ya apagadas y el silencio en el edificio era total, ni siquiera se oía el zumbido de los aparatos eléctricos.

La moqueta acrílica anti-incendios de color azulón amortiguaba sus pasos.
Jeane y Rober se deslizaron en el despacho de Pedro, Jeane tenía una copia de la llave que en su momento le dio Rafael. Pedro nunca se la pidió así que ella la conservaba. En realidad, estaba segura de que Pedro no tenía ni idea de que Jeane tenía aquella llave. Encendieron el portátil de su jefe. Él casi nunca lo sacaba de la oficina durante la semana. Se apañaba bastante bien con su Blackberry, y salvo si tenía que viajar, el ordenador se quedaba allí. Una verdadera suerte.

-¡Mierda! Ha cambiado las claves que yo tenía, debí imaginarlo…
-Anda, aparta, mujer de poca fe, ¿acaso no estás con un Dios del pirateo? déjamelo a mi.
-Jeane le miraba atenta, no sabría muy bien cómo explicar lo que estaba haciendo
-Rober, pero en menos de cinco minutos había conseguido burlar todos los sistemas de seguridad de la empresa.

Al ser un Laboratorio se utilizaban complejos mecanismos de seguridad para proteger los datos de intrusiones indeseadas. El acceso al ordenador de cualquiera de los colaboradores estaba totalmente restringido excepto para el usuario autorizado.
Antes de llegar a la información contenida en el disco duro o en la réplica del mismo que existía en la red interna de la empresa había que pasar por, al menos, cuatro “puertas” protegidas con sendas contraseñas. Iba a ser una tarea imposible meterse a hurgar en los archivos de Pedro.
Jeane le miró con desconfianza.

-¿Qué esperabas, Nena? ¿acaso creías que iba a conservar sus claves si está ocultando algo?
-Como vuelvas a llamarme así te arranco la cabeza, y no es broma…
-Vaaaaale - dijo apartando la vista de las sinuosas curvas de Jeane y volviendo a posarla sobre el monitor de Pedro. –Imaginaba que tus calves no nos iban a servir, así que he dedicado estas dos horas a trastear un poco con la seguridad
-¡Vaya! Estoy sorprendida, ¿no estabas chateando conmigo? ¡Eres capaz de hacer dos cosas a la vez! ¡Guau! Exageraba Jeane en tono francamente burlón.
-Voila, princesa ¿por dónde quieres empezar?

Jeane tenía sus ojos verdes abiertos de par en par. Rober se había levantado de la silla del jefe y Jeane se sentaba despacio, incrédula de lo que estaba viendo. Allí, frente a ella, a su total disposición tenía el árbol de directorios de su jefe que, al completo, habían sido expuestos y decodificados sólo para sus ojos.

-¿Cómo…? – Jeane estaba estupefacta
-Bueno, te contaré en pocas palabras mi secreto… En realidad no ha sido tan difícil. -La boba de Meli tiene todas las claves apuntadas en su agenda…
-No me lo creo…
-Bueno, en realidad las tiene disimuladas como números de teléfono, direcciones, fechas de cumpleaños… No ha sido muy difícil, sólo he tenido que hurgar un poco en su mesa cuando ya no había nadie en la planta. Por cierto, tengo el número de su AMEX ¿no quieres un bolso de Prada? Jajajaja – rió Rober

Jeane no sabía por donde empezar. Se sentó en la silla de su jefe. Sus ojos se deslizaron entre los nombres de los archivos hasta que encontró una carpeta con el nombre de un Laboratorio que ella había incluido en el informe de productos. Al abrirlo descubrió un montón de documentos, su informe, mail cruzados con un tipo indio llamado Chandra Jhangimal, con un español de una fábrica catalana, con una dirección de correo totalmente desconocida para ella… No iba a tener tiempo de leerlos todos ahora, así que sacó una pequeña memoria USB del bolso y copió todo el contenido de la carpeta. Rober hizo lo mismo.

-¿Ya tienes lo que querías?
-Bueno, no estoy del todo segura, pero veo que al menos tengo entretenimiento para rato…
-Ahora toca la parte divertida, hazme sitio

Rober había cogido la silla de confidente y se había colocado al lado de Jeane, lo suficientemente cerca como para rozar accidentalmente el brazo de ella. Jeane le miró de soslayo con cierta desaprobación, pero él hizo caso omiso de esa mirada.
-¿qué quieres ver?
-¿yo? Eres tú el que está interesado en el marujeo, yo ya tengo lo que quiero
-Anda ya…. Mira, aquí tiene el historial de su Messenger, apuesto a que te encantaría saber con quien se relaciona el Madero… - Así llamaban a Pedro en tono burlón
-La verdad es que no…. Haz lo que quieras… - fingía mostrar total indiferencia, pero en realidad se moría de curiosidad, a lo mejor así podría entender mejor a su jefe… o reírse un rato, que tampoco le venía nada mal.

Él empezó a leer algunas conversaciones, bastante insustanciales, pero Jeane abandonó su postura de fingido desinterés y de pronto se mostró mucho más entusiasta.

-¡Mira! – dijo – Tiene una carpeta de sus charlas con Víctor, eso sí me interesa.

Rober la abrió. Jeane se inclinó un poco sobre la pantalla y estaba ahora mucho más cerca de él, que estaba bastante tenso aunque era muy agradable tenerla así. Podía oler su dulce perfume de vainilla y naranja, era tan apetecible… Tuvo que hacer un gran esfuerzo de autocontrol.

Rober se sentía muy atraído por Jeane, pero sabía que ella se cerraba en banda a cualquier relación personal con nadie de la oficina. Realmente ignoraba casi todo sobre su vida privada. Él se permitía ciertas bromas con ella, un coqueteo inocente y en tono jocoso, sabía que Jeane lo toleraba precisamente por eso, porque entendía que no hablaba en serio. Rober la respetaba y eso había hecho que pudiera tener una cercanía con ella que nadie más había conseguido. Pero en el fondo se moría por que ella correspondiera a sus acercamientos, aunque sólo fuera un poco.

Jeane leía por encima la trascripción de la conversación entre Víctor y Pedro, hablaban casi en clave en todo lo referente al tema de las fábricas, era como si, ni siquiera de aquella manera, se atrevieran a decir las cosas claramente. Ella no era capaz de entender el sentido de la conversación, pero pensaba que después de leer toda la documentación todo aquello cobraría un nuevo sentido. Le pidió a Rober que guardase aquello también en la memoria.

-Venga, vámonos - le urgió ella – ya hemos estado mucho tiempo aquí…
-Vale… pero me estás cortando la diversión… ¿me dejas al menos que te invite a una coca cola?
-Para coca cola estoy yo… me he tomado unas cuantas hace un rato esperando en la cafetería… no gracias…- se quedó callada un momento viendo la cara de desilusión de Rober. Sabía que se iba a arrepentir, pero… -¿quieres acompañarme a casa? – dijo de pronto.

El rostro de Rober se iluminó, quería contestarle que sí, que por supuesto, pero su voz parecía habérsele congelado en la garganta. Solo pasaron un par de segundos, que a él se le hicieron eternos, hasta que por fin pudo contestar

-¿No has venido en coche? - titubeó
-Está en el taller…

Rober con la voz casi quebrada, consiguió articular un simple “sí, te acompaño”
Jeane no vivía demasiado lejos de la oficina, a unos treinta y cinco minutos caminando. Como ya era de noche, se sentía más segura si Rober iba con ella. Esperaba que él no lo interpretase como algo más.

Rober, sin embargo bullía por dentro. Sabía que no podía hacerse demasiadas ilusiones, pero estaba feliz de poder pasar un rato más junto a ella.

El camino hasta su casa trascurría por calles bastante solitarias, la zona donde se encontraba la oficina era un polígono empresarial construido en medio de un montón de urbanizaciones residenciales. Jeane y su familia se habían mudado allí hacía unos seis años, cuando los precios de los adosados, comprados sobre plano aún eran asequibles para una familia de clase media. Aún así, habían tenido que vender, además de su antiguo piso, un terreno que tenían en el pueblo de su padre, donde pensaban construir con el tiempo una casita para Jeane y su futura familia, justo al lado de la que ellos ya tenían. Pero Jeane no se mostraba demasiado interesada en el pueblo, ya no tenía amigos allí y después del verano del 2003 ninguno había tenido muchas ganas de volver. Con el dinero del terreno habían amortizado parte de la hipoteca que tenían pendiente de su nuevo chalet y ahora vivían con bastante desahogo.

Pasearon por la calle. No hacía demasiado frío a pesar de estar ya a finales de Octubre, y como Jeane no se quejaba, Rober ralentizaba el paso todo lo posible, estaba dispuesto a alargar aquel momento todo lo que ella le permitiese. Sus pasos removían las hojas de los árboles que estaban esparcidas por el suelo.
Finalmente llegaron a la verja de entrada de la casa, Rober empezó a mascullar algo pero Jeane le atajó con un despreocupado “gracias y hasta mañana”, besó fugazmente a Rober en la mejilla y desapareció tras el enorme portón de hierro. Él se quedó allí paralizado durante algunos segundos, maldiciéndose por no haber sido más lanzado aquella noche… Pero él era así, mientras su relación se mantenía como una divertida comedia entre compañeros todo iba sobre ruedas: él la miraba, le lanzaba piropos descarados… Pero cuando se planteaba dejar aflorar sus verdaderos sentimientos se quedaba absolutamente paralizado.

Caminó despacio calle abajo, diciéndose a sí mismo que la próxima vez debería tener más coraje…

Llegó a casa bastante cansado. También vivía cerca de la oficina, en otra de las urbanizaciones de la zona pero habría unos cuarenta y cinco minutos a buen paso desde la casa de Jeane hasta la suya. Saludó a su padre que veía la televisión enfundado en una gruesa bata oscura y comía algo que parecían lentejas frente al televisor. Su padre le devolvió el saludo con la mano, en silencio. No hubo preguntas, ni comentarios…

Rober y su padre mantenían una buena relación, no hablaban demasiado pero el chico sentía devoción por él. Rober era un buen chaval, y en los momentos en los que se había sentido perdido su padre siempre le había ayudado a encontrar el buen camino. Ambos se sentían verdaderamente comprometidos el uno con el otro.
Cuando estuvo solo en su habitación, sacó un folio y se puso a dibujar. Trazaba con delicadeza y con inusitado cariño unas formas que se sabía de memoria, los contornos del que, para él, era el rostro más perfecto del mundo, sus ojos, sus labios, los curvados contornos de su silueta… Miró aquel hermoso retrato y lo guardó en su carpeta, donde decenas de dibujos de aquella mujer le miraban desde su irrealidad.