domingo, 10 de enero de 2010

Capítulo III

No había manera, aquel día Gregorio no conseguía concentrarse. Después de vestirse había intentado sin éxito volver a meterse de lleno en el caso, pero tenía la mente demasiado dispersa. Pensó que lo mejor sería salir a pasear un rato. Le encantaba conducir así que cogió las llaves de su nuevo coche y se fue directo al garaje.
Se había comprado un Volkswagen Scirocco, un nuevo modelo que llevaba poco tiempo en el mercado. Él ya tenía un viejo Cadillac que había sido su fiel compañero durante años, pero en su afán renovador había decidido dejarlo aparcado durante un tiempo y conducir su moderno deportivo color negro perlado.

Condujo desde su calle hasta La Castellana, desde allí se dirigió hacia el norte, hacia la carretera de Burgos, buscando inconscientemente alguna vía secundaria poco transitada, una carretera rebelde que dominar. En ellas podía poner un poco a prueba su nueva “cabalgadura”. Se desvió hacia la carretera de Colmenar, se dirigía a Manzanares el Real. Sin ser del todo consciente conducía cada vez más deprisa hacia Navacerrada. Había alcanzado una gran velocidad y en algunas de las curvas el coche derrapaba ligeramente. No le preocupaba demasiado. La guardia Civil no frecuentaba esas carreteras, y eran territorio olvidado en el mapa de radares, fundamentalmente porque nadie se atrevía a pisar tanto el acelerador por allí… salvo Gregorio.

Pronto había llegado al camino que llevaba hacia La Escondida, la casa Familiar de los Castañeda. Era jueves, así que no habría nadie allí. Desde la muerte de los padres, los hijos sólo la habitaban en verano y los fines de semana. Él había pasado momentos muy amargos allí, y también otros cuyo recuerdo le llenaba de calor el corazón. Sólo de pensar en Alex le ardía el pecho, recordar cómo sonaba su nombre en los labios de ella hacía que sus ojos se inundasen de lágrimas… Después de perder a Aurora, su amor de juventud, había tenido la suerte de volverse a enamorar, pero de nuevo de la persona equivocada. Lo que sentía por Alex era aún más intenso que lo que en su día fue con su madre. Le quemaba y le llenaba de frustración no poder correr hacia ella y besarla en los labios con la furia que le pedía su corazón. Abrazar su cuerpo para volver a oler su pelo, tan cerca… ¿por qué no podía simplemente olvidarla?

Salió del coche, se cerró sobre el pecho el chaquetón de pana beige. Lo hizo de forma automática, como un gesto inconsciente, porque en aquellos momentos no sentía el frío que le rodeaba ni el viento que parecía soplar cada vez con más fuerza entre los pinos. Caminó unos metros hacia el portón de La Escondida, hipnotizado. Allí estaba él, al comienzo del camino, buscando con la mirada perdida el recuerdo del instante en el que ella se refugió en su cuerpo, debatiéndose entre el miedo y la tristeza, y dejó que sus brazos sostuvieran su alma. De pronto reaccionó, se le estaban helando las orejas y las manos, se frotó la cara con ellas y dio media vuelta hacia el coche.

De regreso a casa condujo con algo más de cuidado, hacía un gran esfuerzo por apartar los recuerdos de su mente. Ya había pasado bastante tiempo, pero Alex se resistía a abandonar su corazón.

Según se iba alejando de la casa, sus sentimientos se fueron apaciguando, el dolor se fue mitigando y la presión de su corazón cedía.
Llegó a casa y todavía era pronto. La idea de quedarse todo el día encerrado trabajando en un anodino caso de divorcio de dos empresarios no le resultaba nada sugerente.

Había creído que ese trabajo fácil y cómodo sería útil para mantenerle ocupado y controlar su mente cuando ésta se desbocaba hacia pensamientos que sólo conseguían herirle, pero se había equivocado. La escasa complejidad de los casos no mantenía su interés el suficiente tiempo para que en su cabeza no cupieran otras ideas mucho menos convenientes… se estaba planteando seriamente la idea de volver a contactar con algunos de sus amigos para volver al ejercicio activo y entrar de nuevo en acción. Incluso, estaba dispuesto a desempolvar su vieja licencia de Detective Privado, sí, eso seguro que añadiría algo de “pimienta” a su, ahora, desvaída existencia.

Venció su desgana inicial y se puso a trabajar intensamente en el caso de divorcio. Lo mejor era sacarse el asunto de encima lo antes posible para poder enfocarse a los cambios que había proyectado, libre de otras cargas, y cuanto antes mejor.
Al parecer, la mujer había descubierto la infidelidad de su esposo y estaba decidida a divorciarse. No confiaba en que el abogado de la familia resolviera las cosas de un modo imparcial y había decidido contactar con su empresa de asesoría para tener en la mano una “segunda opinión” para que no la liaran entre el abogado familiar y su marido.

Le dieron las dos de la madrugada revolviendo en el intrincado de sociedades unipersonales de aquella pareja. Creía tener ya una solución al alcance de la mano, pero se sentía demasiado agotado para seguir por esa noche. El sueño iba a vencerle, se acostó, y por primera vez en todos esos meses consiguió dormir aunque, de nuevo con ayuda de los fármacos, pero lo mejor, sin duda, es que había pasado una noche sin pesadillas.

Amanecía. El abogado se desperezó en su cama y miró incrédulo el reloj. Había conseguido dormir casi seis horas de un tirón, y aunque su sueño se le había hecho corto se sentía descansado y más vital que de costumbre.
Tardó poco en ducharse y vestirse, buscó algo para desayunar pero tuvo que conformarse con medio vaso de zumo de naranja y una zanahoria que estaba ya bastante pasada. Decidió que era el momento de dejarse caer por el supermercado. Los últimos días había estado de un humor de perros, bastante deprimido y no se había percatado de que apenas le quedaba nada comestible en el frigorífico. Cogió las llaves del coche en cuanto hubo dado cuenta de aquella zanahoria medio marchita y se marchó.
Habían pasado un par de horas. Gregorio abrió la puerta de su piso con cierta dificultad. Iba cargado de bolsas del supermercado y mientras empujaba la puerta con el hombro sostenía las llaves entre los dientes. Para colmo oyó cómo sonaba el teléfono de forma insistente. No iba a llegar a contestar la llamada. Fue directo hacia la encimera de su cocina americana y dejó allí las bolsas, poco a poco extrajo el contenido y mientras empezaba a colocarlo en la nevera y los armarios vio cómo se encendía parpadeante la luz de su contestador.

Terminó de recoger la compra y revisó los mensajes del teléfono, con el altavoz conectado, mientras iba encendiendo su ordenador.
“Gregorio, soy Martín, me gustaría hablar contigo de un asunto… ¿estarás disponible? Llámame”

Martín había sido compañero de Gregorio en la Universidad. Habían hecho muchos trabajos juntos, hasta que Gregorio acabó por decantarse íntegramente por la abogacía. Y hasta que algunos de los asuntos un poco turbios, en los que se había visto inmerso de la mano del Doctor Alonso Castañeda, les hubieran alejado más de lo que le hubiera gustado en realidad. Aún así, nunca perdieron del todo el contacto. Era uno de esos amigos de toda la vida con el que tan sólo hablaba un par de veces al año, a veces ni eso, pero al que siempre sentía cercano.
Durante los últimos dos años su relación había quedado en suspenso, ya que tras la muerte del doctor su existencia giró durante meses alrededor de la familia Castañeda, y en especial, de Alex.

Gregorio no dudó un momento en descolgar el teléfono y llamar a su amigo.

-Martín, soy Gregorio
-¡Gregorio! Sí que te has dado prisa, hombre…
-Claro, no hay que hacer esperar a los amigos
-Bien, bien... - su voz sonaba alegre
-Cuéntame, ¿vamos a cabalgar juntos de nuevo?
-Eso espero… necesitaría tus dotes clarividentes en un asunto relacionado con un gran laboratorio, Health Biotechnologies, y parece que puede haber problemas.
Perdona que te lo pregunte pero ¿qué interés tienes tú en este caso?
-El Director es amigo mío, me ha pedido como favor que le ayudemos con este asunto.
-Parece que todo indica que puede tratarse de un asunto de espionaje industrial.
Paralelamente a la investigación oficial de la policía, vamos a ver qué encontramos… Tengo que explicarte todo esto con detalle, pero es mejor que nos veamos en persona.
-Por supuesto, dime cuándo sería posible
-Antes del viernes… el… mañana estaría bien… Te invito a comer al Charolés
-Eso es estupendo, veo que no pedemos las buenas costumbres.
-¡Nunca!, además, se piensa mejor si se está bien alimentado

Ambos soltaron una buena carcajada.

Gregorio recordaba con agrado las reuniones con Martín, siempre rodeados de abundante comida y buen vino tinto. A nadie se le escapaba cuál era la causa de la enorme barriga de su amigo.

Era un tipo francamente orondo, y muy alto también. Solía vestir trajes caros hechos a medida, elegantes camisas igualmente confeccionadas para él, los pantalones sujetos con tirantes elásticos y unas corbatas de seda que siempre parecían demasiado cortas sobre su abultado vientre. Lucía una cuidada barba corta y el pelo liso le caía en un escaso flequillo sobre la frente. Las diminutas gafas metálicas se le escurrían con frecuencia hacia la punta de la nariz, parecía un Papá Noel vestido de “paisano”. Tenía unas enormes manazas, anchas, de dedos gruesos y largos, y cuando estrechaba la de Gregorio entre ellas a él le parecía que le iba a quebrar todos los huesos. Su voz era profunda y clara, su mirada, franca. Una buena persona, un buen profesional y un gran amigo.

Martín había perdido a su esposa unos años antes, ella estaba mal, tenía algún tipo de enfermedad degenerativa que no sólo le afectaba físicamente. Poco a poco perdía la razón, y, en sus aún frecuentes momentos lúcidos le confesaba entre lágrimas que no era capaz de soportar aquella situación. No tardó más que un año y siete meses en quitarse la vida. Sólo dejó una nota para Martín, no era capaz de vivir soportando aquella enfermedad y viendo como sus seres más queridos sufrían por ella. Dejó de existir, buscando en su huir un futuro más amable para aquellos a los que más quería. Martín se sintió tan sólo, tan vacío, tan incapaz… pero lo superó, no sin esfuerzo, por el hijo que ella le había dejado.

Gregorio tenía muchas ganas de verle. De hecho era una de las primeras personas a las que pensaba llamar una vez se hubiera decidido a reemprender su actividad como detective. Quién mejor que Martín, con quien tantos buenos y malos momentos había pasado durante sus años más jóvenes, para volver a ese camino de aventuras ahora en su madurez.

Tras la conversación con Martín, Gregorio se sentía mucho mejor, algo ilusionado. Incluso se reía para sus adentros al verse junto a Martín como dos viejos cowboy a caballo persiguiendo la puesta de sol.

Gregorio se sentó frente a su portátil y buscó información sobre el laboratorio, intuía que, en cualquier caso, una filtración de información en un laboratorio farmacéutico siempre iba a ser un tema delicado. No le costó ni un minuto encontrar cientos de referencias sobre él.

Health Biotechnologies era una gran empresa, un laboratorio innovador en investigaciones, puntero en el sector, muy conocido por su gran implicación en proyectos sociales. El presidente en España, César Carrasco, era un hombre de una reputación intachable, con una posición relevante en el mundo farmacéutico. Martín le había mencionado alguna vez, se conocían del club de mus, el único deporte que el bueno de Martín practicaba. César y él habían trabado cierta amistad, incluso aquél había conseguido un puesto de trabajo para el hijo de Martín en uno de los departamentos de la empresa.

Gregorio entendía perfectamente por qué Martín tenía tanto interés en implicarse en aquel asunto.

Durante más de cuatro horas estuvo empapándose de la información que iba descargando. El laboratorio era uno de los más grandes del mundo, contaba en España con una importantísima unidad de desarrollo de productos biosimilares, con una plantilla nutrida de investigadores y entre ellos los mejores del país.
A eso de las nueve de la noche, Gregorio ya se sentía algo cansado. Apagó el portátil y se preparó una cena ligera a base de verduras y arroz y se sirvió una buena copa de vino tinto. Se sentó para disfrutar de su cena en compañía, únicamente, del soniquete de la televisión.

A solas en el silencio del dormitorio los recuerdos de Alex volvieron a él. Por más que lo intentaba no podía apartarlos de sí. La imagen del rostro de Alex, el sabor de aquel beso robado… le oprimía el corazón. Aún podía describir con precisión a aquella mujer, su pelo, su olor… su dulce y temerosa mirada, el día que llevaba aquel precioso vestido rojo, cuando ella aún le temía y desconfiaba de él, el día que él descubrió que ella también sentía algo por él, la frustración de que perteneciera a otro hombre…

Sus esperanzas de que la vuelta a un trabajo absorbente mitigase su desazón se estaban esfumando por momentos. Debía aprender a vivir con aquella quemazón en su pecho. Ni siquiera Aurora había significado tanto para él.
Se dio cuenta de que el dolor que le producía pensar en Alex se había convertido en una potente droga, era una peculiar adicción y su cerebro exigía la dosis a diario. Confundía qué era más fuerte, si el amor que sentía por ella o el dolor de no poder tenerla.

En realidad se sentía extrañamente reconfortado en ese dolor. Esa noche no se tomó las pastillas porque, en realidad, no tenía intención de dormir, sólo de seguir ahondando en sus pensamientos sobre Alex, con la vana esperanza de que, si evocaba su recuerdo con suficiente intensidad, llegaría a sentirla de nuevo a su lado.

Pero el sueño le atrapó. No era un sueño muy profundo porque él podía dirigirlo de algún modo. Abría la puerta de una habitación y allí estaba Alex, pero al acercarse a ella se daba cuenta de que la estancia estaba dividida por un grueso cristal que no le dejaba alcanzarla. Ella se acercaba despacio. Llevaba aquel maravilloso vestido rojo intenso… estaba preciosa. La melena oscura caía sobre sus hombros y cubría ligeramente su escote. Desde ese lado del cristal los ojos de Alex se clavaban anhelantes en los suyos. Gregorio se acercaba a ella, colocaba su mano sobre la fría superficie, podía notar la textura lisa, impenetrable, de aquella pared invisible que le separaba de su amada. Ella situaba la mano en el mismo lugar y el cristal se tornaba cálido. Gregorio colocó su otra mano para poder sentirla un poco más, pero ella acercó su cara, apoyando su mejilla y entrecerrando los ojos.

Gregorio besó el cristal allí donde la piel del rostro de Alex se apretaba contra él. Sentía su suave tacto, su aroma… era tan real… y a la vez Gregorio era tan consciente de que aquello sólo era un sueño…

Pero él era el comandante de ese sueño, esa realidad paralela en la que navegaba estaba en sus manos. Así, atravesó el vidrio como si se tratase de una fina capa de gelatina, y entrelazó sus dedos con los de ella, con la mano derecha sostuvo con extrema delicadeza la barbilla de Alex y giró su cara hacia él. Ella mantenía los párpados suavemente cerrados y los labios entreabiertos. Alex le entregaba ahora el beso que una vez él intentó robar. Gregorio beso con pasión sus labios, con pasión, casi con reverencia y en su corazón notaba el fuego de una emoción que iba más allá del cariño, del amor y del deseo.
Gregorio despertó, y sin abrir aún los ojos cerró su mano donde aún sentía cálida la de Ella.

Cuando terminó de espabilarse, la presencia de Alex se había desvanecido por completo. Se dio cuenta de que ya era tarde, así que se duchó, se vistió y desayunó algo rápido.

Quería comprar un par de libros antes de su cita con Martín, así que debía darse prisa. Cogió las llaves del coche y salió de casa.

Eran casi las dos de la tarde. Gregorio llegaba puntual a su cita con Martín, pero no estaba solo. Esperándole estaba también César. Esto le hacía pensar que ya había tomado una decisión sobre su participación en el caso. Al principio se sentía un poco molesto, le hubiera gustado discutir los detalles con Martín antes de implicarse formalmente en el asunto, pero por otro lado, su amigo le conocía bien, estaba seguro de que él aceptaría participar y dada la complejidad del asunto, podía entender que ya lo hubiera hablado con César, debía estar al tanto y como amigo, y más aún, como amigo que le debía un gran favor, había pensado que lo mejor era tratarlo lo antes posible con él.

César se presentó y estrechó con fuerza la mano de Gregorio. Era un hombre acostumbrado a presentarse esgrimiendo una posición de supremacía, mostrando su seguridad. Todo en su postura denotaba su importancia. Era un hombre elegantemente vestido, de la misma edad que Gregorio y con unos ojos de un azul tan profundo que parecía capaz de leer el pensamiento de sus interlocutores, de atravesar sus mentes con la mirada. Gregorio supuso que ese porte debía serle muy útil en su posición, pero él no era un hombre fácilmente impresionable.
Los tres entraron en el restaurante y se sentaron pronto a la mesa. Martín la había reservado con antelación y se situaron en una zona donde tenían bastante intimidad para hablar tranquilamente.

Durante la comida apenas trataron el tema, se limitaron a presentarse y a hablar de cosas generales relacionadas con la empresa. Fue durante el café cuando entraron verdaderamente en materia.

Junto al café se sirvieron unas copas de coñac y César hizo amago de sacar un enorme puro habano del bolsillo de su chaqueta, pero Gregorio le miró enarcando una ceja, eso le bastó a Martín para echarse atrás con su idea de disfrutar un buen cigarro. Gregorio estaba operado de cáncer de pulmón, y si algo tenía claro era que no pudiendo él mismo fumar no iba a dejar que sus compañías cercanas lo hicieran en su presencia. Le había costado mucho poder librarse del hábito. Aún seguía mordiendo con fruición esos cigarrillos de plástico de boquilla naranja que venden en las farmacias y que tienen un extraño regusto a menta. Pero el doctor lo dejó claro: ni un solo cigarrillo. Su curación había sido casi un milagro y no estaba dispuesto a desperdiciar la poca salud que le quedaba aspirando humo, ni propio, ni ajeno. Martín se palpó el bolsillo donde guardaba el puro y suspiró con tristeza.

En aquel punto de la comida ya había quedado claro que Gregorio ayudaría a Martín con la investigación privada. Él mismo no recordaba que en ningún momento se le hubiera preguntado formalmente si deseaba implicarse en el caso, pero fuera como fuese así estaban las cosas. Tanto César como Martín habían dado por hecha su participación.

César, finalmente, le hizo un amplio resumen del estado de las cosas. Health Biotechnologies llevaba tiempo investigando para producir un medicamento biosimilar capaz de frenar con bastante éxito el avance de una grave enfermedad degenerativa: la esclerosis múltiple. El nuevo producto era incluso capaz de reducir los efectos de ésta prácticamente en su totalidad, revirtiendo la misma hasta una fase muy inicial. Podría hablarse de una cura. La investigación y el desarrollo del producto eran absolutamente confidenciales y únicamente unas pocas personas conocían la existencia del mismo. Personas, por supuesto, de absoluta confianza, y entregados a esta investigación. Las pruebas ya se habían llevado a cabo pero no se había anunciado, ni siquiera internamente.

Pero hacía unas dos semanas, en un evento celebrado en Ginebra en el que se daban encuentro gran número de representantes de los distintos laboratorios de la industria, uno de esos hombres de confianza, el responsable del Análisis de Mercado realizado para el nuevo producto, escuchó cómo en un reducido grupo de colegas un responsable de marketing de otro laboratorio pequeño, borracho como una cuba, se jactaba de que su marca había diseñado un procedimiento para desarrollar una molécula idéntica a la de Health Biotechnologies. Nuestro hombre se llevó al borracho para interrogarle discretamente a solas y que no desvelara más de lo necesario. Hicieron falta otros dos whiskeys para que acabara detallando con bastante exactitud el procedimiento exacto de desarrollo del producto. Era un calco paso por paso del desarrollado por Health Biotechnologies. Había puntos que aún no conocían, pero estaban a pocos pasos de poder lanzar el producto al mercado. No cabía duda de que había existido una filtración, pero resultó imposible averiguar la fuente. Aquel hombre no tenía ni la más remota idea de lo que realmente estaba pasando, sólo se vanagloriaba de que su Empresa había sido capaz de desarrollar un producto sumamente innovador e importante que les daría el empujón necesario para colocarse entre los mejores laboratorios. Lo fácil era pensar que alguien del equipo había pasado la información fuera del laboratorio pero tras una minuciosa investigación interna habían descartado a todos los miembros. Ahora había que ver quién se perfilaba como principal sospechoso. No se había dado a conocer nada del asunto, todo sobre la presunta filtración había quedado guardado como el más preciado de los secretos. Quedaban muchos puntos oscuros que era necesario aclarar.

La comida se había alargado bastante, eran casi las cinco y media cuando salían del restaurante. Quedaron en revisar los datos que habían extraído de la investigación interna y ponerse al día con los datos del personal que trabajaba en el proyecto. Hablarían la semana siguiente para compartir sus conclusiones. Se despidieron cordialmente y Gregorio se marchó solo.