sábado, 23 de enero de 2010

Saborea Té y Café - Galapagar

Hoy quiero contaros mi primera experiencia...
Sí, mi primera vez en un lugar estupendo, que además tengo muy cerquita de casa, un sitio que recomiendo a aquellos que querais no sólo disfrutar de un estupendo café o té, si no también de la magia que le inyecta su propietario.

Un besazo, Pedro!

"Lunes por la mañana, y está nublado. No es que me desagraden los días grises, en sí tienen su encanto, pero la llovizna me obliga a refugiarme en un local para no acabar calada hasta los huesos.

Es un sitio nuevo para mí, nunca había reparado en el pequeño escaparate repleto de teteras, tazas, cucharillas… y es raro, porque normalmente me encantan los salones de te y café…

Entro y me recibe un hombre amable, con un trato familiar y que hace que me sienta muy a gusto. Pedro, que así se llama, me pregunta qué quiero tomar, pero como no conozco el lugar me dejo guiar y le digo que me prepare cualquiera de sus especialidades.

Se toma su tiempo, no demasiado, pero lo justo para acrecentar mi impaciencia, y aparece con una pequeña obra de arte entre sus manos, un vaso de cristal, que deja traslucir su contenido, dispuesto en capas de diferentes colores, y que desprende un intenso aroma a café. Lo deposita con cuidado sobre mi mesa y deja a mi lado una cucharilla, me mira, me dice: que disfrutes el viaje…

Tomo la cucharilla, como si fuera un ticket de autobús a un lugar desconocido. Con ella atravieso una a una las capas de color y texturas diferentes, hasta llegar al fondo. Al extraerla tengo ante mí una muestra diminuta de cada una de ellas y cierro los ojos para saborear cada esencia. El resultado es sorprendente, naranja, chocolate blanco, café y espuma de leche, con un toque de canela. El día gris, de pronto, y sólo para mis ojos, se ha vuelto multicolor."

domingo, 17 de enero de 2010

Gracias, César

A quien se le diga que una aspirante a escritora se ha quedado sin palabras...
Me han emocionado sinceramente las palabras que me dedicas.
Quiero decirte que muy poca gente ha hecho tanto por mi, y que como en este momento no soy capaz de articular nada más, sólo te digo ¡GRACIAS!

viernes, 15 de enero de 2010

¿Te está gustando?

Déjame tus comentarios, me gustaría saber lo que piensas, de mi blog, de mis obras, de lo difícil que es entrar en el mundo de los escritores...

Anímate!

miércoles, 13 de enero de 2010

¿Comentarios?

Espero que estés disfrutando con la lectura de El Retorno, me encantaría recibir tus comentarios, sugerencias... ¡y críticas! :-)

Mañana, la segunda parte de este Capítulo V

¡Gracias por leerme!

martes, 12 de enero de 2010

Capítulo IV

El lunes siguiente Jeane estaba distraída. El viernes por la tarde había aprovechado para llevar su coche al taller para hacerle una revisión y por su cabeza, principalmente, rondaba la idea de que la factura iba a ser de nuevo astronómica. Le daba vueltas a cuándo sería más o menos conveniente ir a recogerlo, si tardarían mucho, que tenía que pedirle a su padre que la llevase hasta el taller…
Después del ajetreo del fin de semana apenas sí se acordaba del dichoso informe.
Pasó el día archivando documentación, organizando carpetas y haciendo algo de espacio en su armario… limpieza mensual.

Pedro no había salido del despacho ni dado otras señales de vida desde primera hora de la mañana, parecía que no tenía otra cosa a la que dedicarse que a rellenar los cubos de reciclado de papel con viejos documentos.

Pero poco antes de la hora de comer, Víctor había irrumpido en el despacho de su jefe, llegaba con paso acelerado y tenía la frente sudada. Oyó como Pedro le pedía calma y le dijo que se sentara. Pronto sonaron algunos gritos. Jeane no podía oír con claridad todo lo que decían. “Esto se va a la mierda” oyó decir a Víctor y de nuevo a Pedro pedirle calma.

A Jeane le picaba la curiosidad, se envaró en su silla. Estaba dispuesta a escuchar todo lo que pudiera de aquella conversación. La Bombón no había llegado aún, estaba comiendo, solía salir antes que ella junto con Pedro y Víctor, pero aquel día se había cansado de esperarles y justo a las dos se marchó haciendo un mohín. Estaba sola y podía arrimarse un poco más al despacho de su jefe sin que nadie la viera hacerlo. Jeane sentía que la adrenalina le escocía en las venas. Un “run run” en el estómago le confirmaba su ansiedad.

Las mamparas que separaban el despacho del resto de la estancia no estaban del todo insonorizadas, pero sí lo suficiente como para que el sonido que salía del despacho estuviera bastante amortiguado por ellas y resultase muy difícil seguir el hilo de la conversación si no se prestaba una intensa atención. Además, la parte superior de esas mamparas era de cristal traslúcido, Jeane no podía acercarse demasiado sin ser vista desde el interior.

No podía oír mucho, algo sobre un negocio que estaba a punto de venirse abajo y a un Pedro claramente preocupado que trataba de mantener la situación bajo control. Le sorprendió oír en la conversación el nombre de las fábricas que había en ese informe que su jefe le pasó por descuido.

Decidió acercarse un poco más. En un momento Jeane se vio agachada en el suelo, junto al despacho con la oreja casi pegada a la pared.

-¿Qué estás haciendo ahí tirada?

La voz de Meli llegaba desde detrás del escritorio de Jeane. ¡Maldita moqueta! Jeane ni se había dado cuenta de que ella estaba allí. ¿no se supone que debería haber tardado algo más en volver?, maldijo de nuevo.

-Eh... - titubeó un segundo – El muelle de mi boli, ha salido volando y quería encontrarlo, pero con esta moqueta y mi mala vista…
-A lo mejor deberías ponerte gafas…

Meli ya estaba junto a su mesa, quitándose el chaquetón y retocándose el carmín. Sólo había bajado al centro comercial a comprar un sandwich que dejó caer sobre la mesa con clara expresión de descontento. No le había prestado la menor atención a Jeane y eso le aliviaba mucho. Aún así tenía las manos sudorosas y aún se sentía algo agitada. Fue al baño a lavárselas y refrescarse un poco la nuca y aprovechó para ir a buscar a Rober a la planta baja.

-Vaya sorpresa – dijo Rober – ya veo que no puedes vivir sin mi…
-Calla, bobo, he estado escuchando una conversación entre Pedro y Víctor, hablaban de un negocio, algo que no estaba saliendo bien y nombraban las fábricas del informe… pero no he podido entenderlo todo. Ha llegado Meli y me ha pillado tirada por los suelos… Rober no sé qué estoy haciendo, estoy de los nervios, descentrada y no puedo dejar de pensar que algo se traen entre manos… su actitud no es normal… las idas y venidas, este estrés...
-Tranquila cielo, seguro que no es nada…
-Bufff – resopló ella – necesitaba tranquilizarme un poco… me voy a mi sitio…
-¡Eh! Espera un poco…
-No, Rober, luego hablamos…
-¡Espera! ¿Y no te ha dado por fisgar un poco en sus archivos? Para ver qué está pasando… si estás tan preocupada…
-Rober, no, claro que no he visto nada, parece mentira que no me conozcas, no soy de las que va hurgando en disco duro ajeno…
-Hummm, - su sonrisita se tornó malévola – pues ahora nos vamos a enterar. ¡Qué leches! Vamos a divertirnos un poco echándole una miradita a su PC
-¿Estás loco?
-¿no te gustaría? – miraba a Jeane con cara de pillo
-Pensándolo bien… es una irresistible tentación…. Dijo Jeane sonriendo.
-Te espero a las ocho, cuando se haya pirado todo el mundo.
-¿Esta tarde? hummm no sé – dudaba Jeane - no estoy del todo segura de querer hacerlo…
-¡Venga, Nena!
-Odio que me llames nena… - Jeane se miró las uñas con fingido desinterés - Vale, me has convencido… soy una curiosa y sé que no voy a descansar hasta saber qué está pasando.
-Bueno, señorita, ¿ya sabe usted eso de que la curiosidad mató al gato?
-Venga, no me lo pongas más difícil. Nos vemos esta tarde ¡NO es una cita! –remarcó Jeane y se rió
-¡¡Queda claro!!

A las cinco de la tarde recibió un escueto mensaje en el Chat interno de la oficina, era de Rober.

-¿Sigue en pie nuestra no-cita de esta tarde?
-¿Acaso crees que me lo iba a perder? – contestó Jeane

Había apagado su PC a las seis en punto. Pedro salía en ese momento de su despacho y se topó con ella, pero no le hizo ningún comentario, ni siquiera se despidió. Ella metió el portátil en su mochila y se dirigió a la cafetería que estaba más cerca de la oficina, buscó una mesita libre y sacó el ordenador.
A esas horas de la tarde la cafetería estaba casi vacía, había un par de obreros apoyados contra la barra y una señora bien vestida que no dejaba de meter monedas en la máquina de juego del bar. Por las mañanas y a la hora de comer aquel era un lugar que siempre se veía abarrotado de gente, a Jeane le llamaba la atención verlo tan vacío, y, salvo por el incesante soniquete de la tragaperras, el lugar estaba tranquilo.

Jeane pidió un café y las claves de la wi-fi del bar y se dedicó durante casi dos horas a echarle un vistazo a las ofertas de empleo.
Rober abrió una ventana de Messenger y se pusieron a chatear de cosas triviales.

Robbie ya terminaste el libro ese de amor?
Red_Jeane sí
Red_Jeane y he empezado el cuarto de la saga
Red_Jeane espero darle un buen empujón este fin de semana
Robbie jejeje al lado de la chimeneaaaa
Red_Jeane arropada y calentita
Red_Jeane con una coca cola cerca
Robbie jajaja pa’ hacerte una foto, vamos
Red_Jeane hummmmm
Red_Jeane ronroneo sólo con pensarlo
Robbie jajaja
Robbie que bueno
Red_Jeane es una de mis imágenes oníricas preferidas!
Robbie me gustaría verte
Red_Jeane cotilla!
Red_Jeane te advierto que pierdo mucho en chándal y con calcetines gordotes de algodón, sin pintar y con el pelo hecho un asco
Robbie no creo que pierdas tanto
Robbie ah por cierto, de cotilla nada...
Red_Jeane voyeur?
Robbie jajaja GRACIOSA…..
Red_Jeane sí
Red_Jean estoy de un humor excelente por las tardes
Robbie y lo pagamos los demás jajajaja
Red_Jeane ¿pagar?
Robbie si....me llamas cotilla, me llamas Voyeur
Red_Jeane ya te gustaría a ti asomarte por mi ventana....
Robbie no por que como me veas…
Robbie jaja
Red_Jeane sí, seguramente me enfadaría mucho....
Red_Jeane que cuando me enfado me pongo como una leona!
Robbie ya me imagino…

Llegó la hora convenida. Para entonces Jeane ya había consumido tres coca-colas y un par de cafés con leche. Estaba hasta las cejas de cafeína. Recogió, pagó la cuenta y se fue andando despacio hasta la oficina. Rober, que la esperaba dentro le abrió con sigilo la puerta del garaje, era más discreto que pasar por la puerta principal. Siempre podría decir que había olvidado algún documento importante pero en ese momento no tenía ganas de dar explicaciones ni mentir a nadie.

A hurtadillas subieron hasta la primera planta. Todas las luces estaban ya apagadas y el silencio en el edificio era total, ni siquiera se oía el zumbido de los aparatos eléctricos.

La moqueta acrílica anti-incendios de color azulón amortiguaba sus pasos.
Jeane y Rober se deslizaron en el despacho de Pedro, Jeane tenía una copia de la llave que en su momento le dio Rafael. Pedro nunca se la pidió así que ella la conservaba. En realidad, estaba segura de que Pedro no tenía ni idea de que Jeane tenía aquella llave. Encendieron el portátil de su jefe. Él casi nunca lo sacaba de la oficina durante la semana. Se apañaba bastante bien con su Blackberry, y salvo si tenía que viajar, el ordenador se quedaba allí. Una verdadera suerte.

-¡Mierda! Ha cambiado las claves que yo tenía, debí imaginarlo…
-Anda, aparta, mujer de poca fe, ¿acaso no estás con un Dios del pirateo? déjamelo a mi.
-Jeane le miraba atenta, no sabría muy bien cómo explicar lo que estaba haciendo
-Rober, pero en menos de cinco minutos había conseguido burlar todos los sistemas de seguridad de la empresa.

Al ser un Laboratorio se utilizaban complejos mecanismos de seguridad para proteger los datos de intrusiones indeseadas. El acceso al ordenador de cualquiera de los colaboradores estaba totalmente restringido excepto para el usuario autorizado.
Antes de llegar a la información contenida en el disco duro o en la réplica del mismo que existía en la red interna de la empresa había que pasar por, al menos, cuatro “puertas” protegidas con sendas contraseñas. Iba a ser una tarea imposible meterse a hurgar en los archivos de Pedro.
Jeane le miró con desconfianza.

-¿Qué esperabas, Nena? ¿acaso creías que iba a conservar sus claves si está ocultando algo?
-Como vuelvas a llamarme así te arranco la cabeza, y no es broma…
-Vaaaaale - dijo apartando la vista de las sinuosas curvas de Jeane y volviendo a posarla sobre el monitor de Pedro. –Imaginaba que tus calves no nos iban a servir, así que he dedicado estas dos horas a trastear un poco con la seguridad
-¡Vaya! Estoy sorprendida, ¿no estabas chateando conmigo? ¡Eres capaz de hacer dos cosas a la vez! ¡Guau! Exageraba Jeane en tono francamente burlón.
-Voila, princesa ¿por dónde quieres empezar?

Jeane tenía sus ojos verdes abiertos de par en par. Rober se había levantado de la silla del jefe y Jeane se sentaba despacio, incrédula de lo que estaba viendo. Allí, frente a ella, a su total disposición tenía el árbol de directorios de su jefe que, al completo, habían sido expuestos y decodificados sólo para sus ojos.

-¿Cómo…? – Jeane estaba estupefacta
-Bueno, te contaré en pocas palabras mi secreto… En realidad no ha sido tan difícil. -La boba de Meli tiene todas las claves apuntadas en su agenda…
-No me lo creo…
-Bueno, en realidad las tiene disimuladas como números de teléfono, direcciones, fechas de cumpleaños… No ha sido muy difícil, sólo he tenido que hurgar un poco en su mesa cuando ya no había nadie en la planta. Por cierto, tengo el número de su AMEX ¿no quieres un bolso de Prada? Jajajaja – rió Rober

Jeane no sabía por donde empezar. Se sentó en la silla de su jefe. Sus ojos se deslizaron entre los nombres de los archivos hasta que encontró una carpeta con el nombre de un Laboratorio que ella había incluido en el informe de productos. Al abrirlo descubrió un montón de documentos, su informe, mail cruzados con un tipo indio llamado Chandra Jhangimal, con un español de una fábrica catalana, con una dirección de correo totalmente desconocida para ella… No iba a tener tiempo de leerlos todos ahora, así que sacó una pequeña memoria USB del bolso y copió todo el contenido de la carpeta. Rober hizo lo mismo.

-¿Ya tienes lo que querías?
-Bueno, no estoy del todo segura, pero veo que al menos tengo entretenimiento para rato…
-Ahora toca la parte divertida, hazme sitio

Rober había cogido la silla de confidente y se había colocado al lado de Jeane, lo suficientemente cerca como para rozar accidentalmente el brazo de ella. Jeane le miró de soslayo con cierta desaprobación, pero él hizo caso omiso de esa mirada.
-¿qué quieres ver?
-¿yo? Eres tú el que está interesado en el marujeo, yo ya tengo lo que quiero
-Anda ya…. Mira, aquí tiene el historial de su Messenger, apuesto a que te encantaría saber con quien se relaciona el Madero… - Así llamaban a Pedro en tono burlón
-La verdad es que no…. Haz lo que quieras… - fingía mostrar total indiferencia, pero en realidad se moría de curiosidad, a lo mejor así podría entender mejor a su jefe… o reírse un rato, que tampoco le venía nada mal.

Él empezó a leer algunas conversaciones, bastante insustanciales, pero Jeane abandonó su postura de fingido desinterés y de pronto se mostró mucho más entusiasta.

-¡Mira! – dijo – Tiene una carpeta de sus charlas con Víctor, eso sí me interesa.

Rober la abrió. Jeane se inclinó un poco sobre la pantalla y estaba ahora mucho más cerca de él, que estaba bastante tenso aunque era muy agradable tenerla así. Podía oler su dulce perfume de vainilla y naranja, era tan apetecible… Tuvo que hacer un gran esfuerzo de autocontrol.

Rober se sentía muy atraído por Jeane, pero sabía que ella se cerraba en banda a cualquier relación personal con nadie de la oficina. Realmente ignoraba casi todo sobre su vida privada. Él se permitía ciertas bromas con ella, un coqueteo inocente y en tono jocoso, sabía que Jeane lo toleraba precisamente por eso, porque entendía que no hablaba en serio. Rober la respetaba y eso había hecho que pudiera tener una cercanía con ella que nadie más había conseguido. Pero en el fondo se moría por que ella correspondiera a sus acercamientos, aunque sólo fuera un poco.

Jeane leía por encima la trascripción de la conversación entre Víctor y Pedro, hablaban casi en clave en todo lo referente al tema de las fábricas, era como si, ni siquiera de aquella manera, se atrevieran a decir las cosas claramente. Ella no era capaz de entender el sentido de la conversación, pero pensaba que después de leer toda la documentación todo aquello cobraría un nuevo sentido. Le pidió a Rober que guardase aquello también en la memoria.

-Venga, vámonos - le urgió ella – ya hemos estado mucho tiempo aquí…
-Vale… pero me estás cortando la diversión… ¿me dejas al menos que te invite a una coca cola?
-Para coca cola estoy yo… me he tomado unas cuantas hace un rato esperando en la cafetería… no gracias…- se quedó callada un momento viendo la cara de desilusión de Rober. Sabía que se iba a arrepentir, pero… -¿quieres acompañarme a casa? – dijo de pronto.

El rostro de Rober se iluminó, quería contestarle que sí, que por supuesto, pero su voz parecía habérsele congelado en la garganta. Solo pasaron un par de segundos, que a él se le hicieron eternos, hasta que por fin pudo contestar

-¿No has venido en coche? - titubeó
-Está en el taller…

Rober con la voz casi quebrada, consiguió articular un simple “sí, te acompaño”
Jeane no vivía demasiado lejos de la oficina, a unos treinta y cinco minutos caminando. Como ya era de noche, se sentía más segura si Rober iba con ella. Esperaba que él no lo interpretase como algo más.

Rober, sin embargo bullía por dentro. Sabía que no podía hacerse demasiadas ilusiones, pero estaba feliz de poder pasar un rato más junto a ella.

El camino hasta su casa trascurría por calles bastante solitarias, la zona donde se encontraba la oficina era un polígono empresarial construido en medio de un montón de urbanizaciones residenciales. Jeane y su familia se habían mudado allí hacía unos seis años, cuando los precios de los adosados, comprados sobre plano aún eran asequibles para una familia de clase media. Aún así, habían tenido que vender, además de su antiguo piso, un terreno que tenían en el pueblo de su padre, donde pensaban construir con el tiempo una casita para Jeane y su futura familia, justo al lado de la que ellos ya tenían. Pero Jeane no se mostraba demasiado interesada en el pueblo, ya no tenía amigos allí y después del verano del 2003 ninguno había tenido muchas ganas de volver. Con el dinero del terreno habían amortizado parte de la hipoteca que tenían pendiente de su nuevo chalet y ahora vivían con bastante desahogo.

Pasearon por la calle. No hacía demasiado frío a pesar de estar ya a finales de Octubre, y como Jeane no se quejaba, Rober ralentizaba el paso todo lo posible, estaba dispuesto a alargar aquel momento todo lo que ella le permitiese. Sus pasos removían las hojas de los árboles que estaban esparcidas por el suelo.
Finalmente llegaron a la verja de entrada de la casa, Rober empezó a mascullar algo pero Jeane le atajó con un despreocupado “gracias y hasta mañana”, besó fugazmente a Rober en la mejilla y desapareció tras el enorme portón de hierro. Él se quedó allí paralizado durante algunos segundos, maldiciéndose por no haber sido más lanzado aquella noche… Pero él era así, mientras su relación se mantenía como una divertida comedia entre compañeros todo iba sobre ruedas: él la miraba, le lanzaba piropos descarados… Pero cuando se planteaba dejar aflorar sus verdaderos sentimientos se quedaba absolutamente paralizado.

Caminó despacio calle abajo, diciéndose a sí mismo que la próxima vez debería tener más coraje…

Llegó a casa bastante cansado. También vivía cerca de la oficina, en otra de las urbanizaciones de la zona pero habría unos cuarenta y cinco minutos a buen paso desde la casa de Jeane hasta la suya. Saludó a su padre que veía la televisión enfundado en una gruesa bata oscura y comía algo que parecían lentejas frente al televisor. Su padre le devolvió el saludo con la mano, en silencio. No hubo preguntas, ni comentarios…

Rober y su padre mantenían una buena relación, no hablaban demasiado pero el chico sentía devoción por él. Rober era un buen chaval, y en los momentos en los que se había sentido perdido su padre siempre le había ayudado a encontrar el buen camino. Ambos se sentían verdaderamente comprometidos el uno con el otro.
Cuando estuvo solo en su habitación, sacó un folio y se puso a dibujar. Trazaba con delicadeza y con inusitado cariño unas formas que se sabía de memoria, los contornos del que, para él, era el rostro más perfecto del mundo, sus ojos, sus labios, los curvados contornos de su silueta… Miró aquel hermoso retrato y lo guardó en su carpeta, donde decenas de dibujos de aquella mujer le miraban desde su irrealidad.

domingo, 10 de enero de 2010

Capítulo III

No había manera, aquel día Gregorio no conseguía concentrarse. Después de vestirse había intentado sin éxito volver a meterse de lleno en el caso, pero tenía la mente demasiado dispersa. Pensó que lo mejor sería salir a pasear un rato. Le encantaba conducir así que cogió las llaves de su nuevo coche y se fue directo al garaje.
Se había comprado un Volkswagen Scirocco, un nuevo modelo que llevaba poco tiempo en el mercado. Él ya tenía un viejo Cadillac que había sido su fiel compañero durante años, pero en su afán renovador había decidido dejarlo aparcado durante un tiempo y conducir su moderno deportivo color negro perlado.

Condujo desde su calle hasta La Castellana, desde allí se dirigió hacia el norte, hacia la carretera de Burgos, buscando inconscientemente alguna vía secundaria poco transitada, una carretera rebelde que dominar. En ellas podía poner un poco a prueba su nueva “cabalgadura”. Se desvió hacia la carretera de Colmenar, se dirigía a Manzanares el Real. Sin ser del todo consciente conducía cada vez más deprisa hacia Navacerrada. Había alcanzado una gran velocidad y en algunas de las curvas el coche derrapaba ligeramente. No le preocupaba demasiado. La guardia Civil no frecuentaba esas carreteras, y eran territorio olvidado en el mapa de radares, fundamentalmente porque nadie se atrevía a pisar tanto el acelerador por allí… salvo Gregorio.

Pronto había llegado al camino que llevaba hacia La Escondida, la casa Familiar de los Castañeda. Era jueves, así que no habría nadie allí. Desde la muerte de los padres, los hijos sólo la habitaban en verano y los fines de semana. Él había pasado momentos muy amargos allí, y también otros cuyo recuerdo le llenaba de calor el corazón. Sólo de pensar en Alex le ardía el pecho, recordar cómo sonaba su nombre en los labios de ella hacía que sus ojos se inundasen de lágrimas… Después de perder a Aurora, su amor de juventud, había tenido la suerte de volverse a enamorar, pero de nuevo de la persona equivocada. Lo que sentía por Alex era aún más intenso que lo que en su día fue con su madre. Le quemaba y le llenaba de frustración no poder correr hacia ella y besarla en los labios con la furia que le pedía su corazón. Abrazar su cuerpo para volver a oler su pelo, tan cerca… ¿por qué no podía simplemente olvidarla?

Salió del coche, se cerró sobre el pecho el chaquetón de pana beige. Lo hizo de forma automática, como un gesto inconsciente, porque en aquellos momentos no sentía el frío que le rodeaba ni el viento que parecía soplar cada vez con más fuerza entre los pinos. Caminó unos metros hacia el portón de La Escondida, hipnotizado. Allí estaba él, al comienzo del camino, buscando con la mirada perdida el recuerdo del instante en el que ella se refugió en su cuerpo, debatiéndose entre el miedo y la tristeza, y dejó que sus brazos sostuvieran su alma. De pronto reaccionó, se le estaban helando las orejas y las manos, se frotó la cara con ellas y dio media vuelta hacia el coche.

De regreso a casa condujo con algo más de cuidado, hacía un gran esfuerzo por apartar los recuerdos de su mente. Ya había pasado bastante tiempo, pero Alex se resistía a abandonar su corazón.

Según se iba alejando de la casa, sus sentimientos se fueron apaciguando, el dolor se fue mitigando y la presión de su corazón cedía.
Llegó a casa y todavía era pronto. La idea de quedarse todo el día encerrado trabajando en un anodino caso de divorcio de dos empresarios no le resultaba nada sugerente.

Había creído que ese trabajo fácil y cómodo sería útil para mantenerle ocupado y controlar su mente cuando ésta se desbocaba hacia pensamientos que sólo conseguían herirle, pero se había equivocado. La escasa complejidad de los casos no mantenía su interés el suficiente tiempo para que en su cabeza no cupieran otras ideas mucho menos convenientes… se estaba planteando seriamente la idea de volver a contactar con algunos de sus amigos para volver al ejercicio activo y entrar de nuevo en acción. Incluso, estaba dispuesto a desempolvar su vieja licencia de Detective Privado, sí, eso seguro que añadiría algo de “pimienta” a su, ahora, desvaída existencia.

Venció su desgana inicial y se puso a trabajar intensamente en el caso de divorcio. Lo mejor era sacarse el asunto de encima lo antes posible para poder enfocarse a los cambios que había proyectado, libre de otras cargas, y cuanto antes mejor.
Al parecer, la mujer había descubierto la infidelidad de su esposo y estaba decidida a divorciarse. No confiaba en que el abogado de la familia resolviera las cosas de un modo imparcial y había decidido contactar con su empresa de asesoría para tener en la mano una “segunda opinión” para que no la liaran entre el abogado familiar y su marido.

Le dieron las dos de la madrugada revolviendo en el intrincado de sociedades unipersonales de aquella pareja. Creía tener ya una solución al alcance de la mano, pero se sentía demasiado agotado para seguir por esa noche. El sueño iba a vencerle, se acostó, y por primera vez en todos esos meses consiguió dormir aunque, de nuevo con ayuda de los fármacos, pero lo mejor, sin duda, es que había pasado una noche sin pesadillas.

Amanecía. El abogado se desperezó en su cama y miró incrédulo el reloj. Había conseguido dormir casi seis horas de un tirón, y aunque su sueño se le había hecho corto se sentía descansado y más vital que de costumbre.
Tardó poco en ducharse y vestirse, buscó algo para desayunar pero tuvo que conformarse con medio vaso de zumo de naranja y una zanahoria que estaba ya bastante pasada. Decidió que era el momento de dejarse caer por el supermercado. Los últimos días había estado de un humor de perros, bastante deprimido y no se había percatado de que apenas le quedaba nada comestible en el frigorífico. Cogió las llaves del coche en cuanto hubo dado cuenta de aquella zanahoria medio marchita y se marchó.
Habían pasado un par de horas. Gregorio abrió la puerta de su piso con cierta dificultad. Iba cargado de bolsas del supermercado y mientras empujaba la puerta con el hombro sostenía las llaves entre los dientes. Para colmo oyó cómo sonaba el teléfono de forma insistente. No iba a llegar a contestar la llamada. Fue directo hacia la encimera de su cocina americana y dejó allí las bolsas, poco a poco extrajo el contenido y mientras empezaba a colocarlo en la nevera y los armarios vio cómo se encendía parpadeante la luz de su contestador.

Terminó de recoger la compra y revisó los mensajes del teléfono, con el altavoz conectado, mientras iba encendiendo su ordenador.
“Gregorio, soy Martín, me gustaría hablar contigo de un asunto… ¿estarás disponible? Llámame”

Martín había sido compañero de Gregorio en la Universidad. Habían hecho muchos trabajos juntos, hasta que Gregorio acabó por decantarse íntegramente por la abogacía. Y hasta que algunos de los asuntos un poco turbios, en los que se había visto inmerso de la mano del Doctor Alonso Castañeda, les hubieran alejado más de lo que le hubiera gustado en realidad. Aún así, nunca perdieron del todo el contacto. Era uno de esos amigos de toda la vida con el que tan sólo hablaba un par de veces al año, a veces ni eso, pero al que siempre sentía cercano.
Durante los últimos dos años su relación había quedado en suspenso, ya que tras la muerte del doctor su existencia giró durante meses alrededor de la familia Castañeda, y en especial, de Alex.

Gregorio no dudó un momento en descolgar el teléfono y llamar a su amigo.

-Martín, soy Gregorio
-¡Gregorio! Sí que te has dado prisa, hombre…
-Claro, no hay que hacer esperar a los amigos
-Bien, bien... - su voz sonaba alegre
-Cuéntame, ¿vamos a cabalgar juntos de nuevo?
-Eso espero… necesitaría tus dotes clarividentes en un asunto relacionado con un gran laboratorio, Health Biotechnologies, y parece que puede haber problemas.
Perdona que te lo pregunte pero ¿qué interés tienes tú en este caso?
-El Director es amigo mío, me ha pedido como favor que le ayudemos con este asunto.
-Parece que todo indica que puede tratarse de un asunto de espionaje industrial.
Paralelamente a la investigación oficial de la policía, vamos a ver qué encontramos… Tengo que explicarte todo esto con detalle, pero es mejor que nos veamos en persona.
-Por supuesto, dime cuándo sería posible
-Antes del viernes… el… mañana estaría bien… Te invito a comer al Charolés
-Eso es estupendo, veo que no pedemos las buenas costumbres.
-¡Nunca!, además, se piensa mejor si se está bien alimentado

Ambos soltaron una buena carcajada.

Gregorio recordaba con agrado las reuniones con Martín, siempre rodeados de abundante comida y buen vino tinto. A nadie se le escapaba cuál era la causa de la enorme barriga de su amigo.

Era un tipo francamente orondo, y muy alto también. Solía vestir trajes caros hechos a medida, elegantes camisas igualmente confeccionadas para él, los pantalones sujetos con tirantes elásticos y unas corbatas de seda que siempre parecían demasiado cortas sobre su abultado vientre. Lucía una cuidada barba corta y el pelo liso le caía en un escaso flequillo sobre la frente. Las diminutas gafas metálicas se le escurrían con frecuencia hacia la punta de la nariz, parecía un Papá Noel vestido de “paisano”. Tenía unas enormes manazas, anchas, de dedos gruesos y largos, y cuando estrechaba la de Gregorio entre ellas a él le parecía que le iba a quebrar todos los huesos. Su voz era profunda y clara, su mirada, franca. Una buena persona, un buen profesional y un gran amigo.

Martín había perdido a su esposa unos años antes, ella estaba mal, tenía algún tipo de enfermedad degenerativa que no sólo le afectaba físicamente. Poco a poco perdía la razón, y, en sus aún frecuentes momentos lúcidos le confesaba entre lágrimas que no era capaz de soportar aquella situación. No tardó más que un año y siete meses en quitarse la vida. Sólo dejó una nota para Martín, no era capaz de vivir soportando aquella enfermedad y viendo como sus seres más queridos sufrían por ella. Dejó de existir, buscando en su huir un futuro más amable para aquellos a los que más quería. Martín se sintió tan sólo, tan vacío, tan incapaz… pero lo superó, no sin esfuerzo, por el hijo que ella le había dejado.

Gregorio tenía muchas ganas de verle. De hecho era una de las primeras personas a las que pensaba llamar una vez se hubiera decidido a reemprender su actividad como detective. Quién mejor que Martín, con quien tantos buenos y malos momentos había pasado durante sus años más jóvenes, para volver a ese camino de aventuras ahora en su madurez.

Tras la conversación con Martín, Gregorio se sentía mucho mejor, algo ilusionado. Incluso se reía para sus adentros al verse junto a Martín como dos viejos cowboy a caballo persiguiendo la puesta de sol.

Gregorio se sentó frente a su portátil y buscó información sobre el laboratorio, intuía que, en cualquier caso, una filtración de información en un laboratorio farmacéutico siempre iba a ser un tema delicado. No le costó ni un minuto encontrar cientos de referencias sobre él.

Health Biotechnologies era una gran empresa, un laboratorio innovador en investigaciones, puntero en el sector, muy conocido por su gran implicación en proyectos sociales. El presidente en España, César Carrasco, era un hombre de una reputación intachable, con una posición relevante en el mundo farmacéutico. Martín le había mencionado alguna vez, se conocían del club de mus, el único deporte que el bueno de Martín practicaba. César y él habían trabado cierta amistad, incluso aquél había conseguido un puesto de trabajo para el hijo de Martín en uno de los departamentos de la empresa.

Gregorio entendía perfectamente por qué Martín tenía tanto interés en implicarse en aquel asunto.

Durante más de cuatro horas estuvo empapándose de la información que iba descargando. El laboratorio era uno de los más grandes del mundo, contaba en España con una importantísima unidad de desarrollo de productos biosimilares, con una plantilla nutrida de investigadores y entre ellos los mejores del país.
A eso de las nueve de la noche, Gregorio ya se sentía algo cansado. Apagó el portátil y se preparó una cena ligera a base de verduras y arroz y se sirvió una buena copa de vino tinto. Se sentó para disfrutar de su cena en compañía, únicamente, del soniquete de la televisión.

A solas en el silencio del dormitorio los recuerdos de Alex volvieron a él. Por más que lo intentaba no podía apartarlos de sí. La imagen del rostro de Alex, el sabor de aquel beso robado… le oprimía el corazón. Aún podía describir con precisión a aquella mujer, su pelo, su olor… su dulce y temerosa mirada, el día que llevaba aquel precioso vestido rojo, cuando ella aún le temía y desconfiaba de él, el día que él descubrió que ella también sentía algo por él, la frustración de que perteneciera a otro hombre…

Sus esperanzas de que la vuelta a un trabajo absorbente mitigase su desazón se estaban esfumando por momentos. Debía aprender a vivir con aquella quemazón en su pecho. Ni siquiera Aurora había significado tanto para él.
Se dio cuenta de que el dolor que le producía pensar en Alex se había convertido en una potente droga, era una peculiar adicción y su cerebro exigía la dosis a diario. Confundía qué era más fuerte, si el amor que sentía por ella o el dolor de no poder tenerla.

En realidad se sentía extrañamente reconfortado en ese dolor. Esa noche no se tomó las pastillas porque, en realidad, no tenía intención de dormir, sólo de seguir ahondando en sus pensamientos sobre Alex, con la vana esperanza de que, si evocaba su recuerdo con suficiente intensidad, llegaría a sentirla de nuevo a su lado.

Pero el sueño le atrapó. No era un sueño muy profundo porque él podía dirigirlo de algún modo. Abría la puerta de una habitación y allí estaba Alex, pero al acercarse a ella se daba cuenta de que la estancia estaba dividida por un grueso cristal que no le dejaba alcanzarla. Ella se acercaba despacio. Llevaba aquel maravilloso vestido rojo intenso… estaba preciosa. La melena oscura caía sobre sus hombros y cubría ligeramente su escote. Desde ese lado del cristal los ojos de Alex se clavaban anhelantes en los suyos. Gregorio se acercaba a ella, colocaba su mano sobre la fría superficie, podía notar la textura lisa, impenetrable, de aquella pared invisible que le separaba de su amada. Ella situaba la mano en el mismo lugar y el cristal se tornaba cálido. Gregorio colocó su otra mano para poder sentirla un poco más, pero ella acercó su cara, apoyando su mejilla y entrecerrando los ojos.

Gregorio besó el cristal allí donde la piel del rostro de Alex se apretaba contra él. Sentía su suave tacto, su aroma… era tan real… y a la vez Gregorio era tan consciente de que aquello sólo era un sueño…

Pero él era el comandante de ese sueño, esa realidad paralela en la que navegaba estaba en sus manos. Así, atravesó el vidrio como si se tratase de una fina capa de gelatina, y entrelazó sus dedos con los de ella, con la mano derecha sostuvo con extrema delicadeza la barbilla de Alex y giró su cara hacia él. Ella mantenía los párpados suavemente cerrados y los labios entreabiertos. Alex le entregaba ahora el beso que una vez él intentó robar. Gregorio beso con pasión sus labios, con pasión, casi con reverencia y en su corazón notaba el fuego de una emoción que iba más allá del cariño, del amor y del deseo.
Gregorio despertó, y sin abrir aún los ojos cerró su mano donde aún sentía cálida la de Ella.

Cuando terminó de espabilarse, la presencia de Alex se había desvanecido por completo. Se dio cuenta de que ya era tarde, así que se duchó, se vistió y desayunó algo rápido.

Quería comprar un par de libros antes de su cita con Martín, así que debía darse prisa. Cogió las llaves del coche y salió de casa.

Eran casi las dos de la tarde. Gregorio llegaba puntual a su cita con Martín, pero no estaba solo. Esperándole estaba también César. Esto le hacía pensar que ya había tomado una decisión sobre su participación en el caso. Al principio se sentía un poco molesto, le hubiera gustado discutir los detalles con Martín antes de implicarse formalmente en el asunto, pero por otro lado, su amigo le conocía bien, estaba seguro de que él aceptaría participar y dada la complejidad del asunto, podía entender que ya lo hubiera hablado con César, debía estar al tanto y como amigo, y más aún, como amigo que le debía un gran favor, había pensado que lo mejor era tratarlo lo antes posible con él.

César se presentó y estrechó con fuerza la mano de Gregorio. Era un hombre acostumbrado a presentarse esgrimiendo una posición de supremacía, mostrando su seguridad. Todo en su postura denotaba su importancia. Era un hombre elegantemente vestido, de la misma edad que Gregorio y con unos ojos de un azul tan profundo que parecía capaz de leer el pensamiento de sus interlocutores, de atravesar sus mentes con la mirada. Gregorio supuso que ese porte debía serle muy útil en su posición, pero él no era un hombre fácilmente impresionable.
Los tres entraron en el restaurante y se sentaron pronto a la mesa. Martín la había reservado con antelación y se situaron en una zona donde tenían bastante intimidad para hablar tranquilamente.

Durante la comida apenas trataron el tema, se limitaron a presentarse y a hablar de cosas generales relacionadas con la empresa. Fue durante el café cuando entraron verdaderamente en materia.

Junto al café se sirvieron unas copas de coñac y César hizo amago de sacar un enorme puro habano del bolsillo de su chaqueta, pero Gregorio le miró enarcando una ceja, eso le bastó a Martín para echarse atrás con su idea de disfrutar un buen cigarro. Gregorio estaba operado de cáncer de pulmón, y si algo tenía claro era que no pudiendo él mismo fumar no iba a dejar que sus compañías cercanas lo hicieran en su presencia. Le había costado mucho poder librarse del hábito. Aún seguía mordiendo con fruición esos cigarrillos de plástico de boquilla naranja que venden en las farmacias y que tienen un extraño regusto a menta. Pero el doctor lo dejó claro: ni un solo cigarrillo. Su curación había sido casi un milagro y no estaba dispuesto a desperdiciar la poca salud que le quedaba aspirando humo, ni propio, ni ajeno. Martín se palpó el bolsillo donde guardaba el puro y suspiró con tristeza.

En aquel punto de la comida ya había quedado claro que Gregorio ayudaría a Martín con la investigación privada. Él mismo no recordaba que en ningún momento se le hubiera preguntado formalmente si deseaba implicarse en el caso, pero fuera como fuese así estaban las cosas. Tanto César como Martín habían dado por hecha su participación.

César, finalmente, le hizo un amplio resumen del estado de las cosas. Health Biotechnologies llevaba tiempo investigando para producir un medicamento biosimilar capaz de frenar con bastante éxito el avance de una grave enfermedad degenerativa: la esclerosis múltiple. El nuevo producto era incluso capaz de reducir los efectos de ésta prácticamente en su totalidad, revirtiendo la misma hasta una fase muy inicial. Podría hablarse de una cura. La investigación y el desarrollo del producto eran absolutamente confidenciales y únicamente unas pocas personas conocían la existencia del mismo. Personas, por supuesto, de absoluta confianza, y entregados a esta investigación. Las pruebas ya se habían llevado a cabo pero no se había anunciado, ni siquiera internamente.

Pero hacía unas dos semanas, en un evento celebrado en Ginebra en el que se daban encuentro gran número de representantes de los distintos laboratorios de la industria, uno de esos hombres de confianza, el responsable del Análisis de Mercado realizado para el nuevo producto, escuchó cómo en un reducido grupo de colegas un responsable de marketing de otro laboratorio pequeño, borracho como una cuba, se jactaba de que su marca había diseñado un procedimiento para desarrollar una molécula idéntica a la de Health Biotechnologies. Nuestro hombre se llevó al borracho para interrogarle discretamente a solas y que no desvelara más de lo necesario. Hicieron falta otros dos whiskeys para que acabara detallando con bastante exactitud el procedimiento exacto de desarrollo del producto. Era un calco paso por paso del desarrollado por Health Biotechnologies. Había puntos que aún no conocían, pero estaban a pocos pasos de poder lanzar el producto al mercado. No cabía duda de que había existido una filtración, pero resultó imposible averiguar la fuente. Aquel hombre no tenía ni la más remota idea de lo que realmente estaba pasando, sólo se vanagloriaba de que su Empresa había sido capaz de desarrollar un producto sumamente innovador e importante que les daría el empujón necesario para colocarse entre los mejores laboratorios. Lo fácil era pensar que alguien del equipo había pasado la información fuera del laboratorio pero tras una minuciosa investigación interna habían descartado a todos los miembros. Ahora había que ver quién se perfilaba como principal sospechoso. No se había dado a conocer nada del asunto, todo sobre la presunta filtración había quedado guardado como el más preciado de los secretos. Quedaban muchos puntos oscuros que era necesario aclarar.

La comida se había alargado bastante, eran casi las cinco y media cuando salían del restaurante. Quedaron en revisar los datos que habían extraído de la investigación interna y ponerse al día con los datos del personal que trabajaba en el proyecto. Hablarían la semana siguiente para compartir sus conclusiones. Se despidieron cordialmente y Gregorio se marchó solo.

sábado, 9 de enero de 2010

Capítulo II

Eran las diez de la mañana y a Jeane ya le parecía que llevaba todo el día frente al ordenador. Últimamente los días en la oficina se le hacían eternos. Normalmente no le daba demasiado tiempo a darle vueltas a la cabeza, la actividad frenética del departamento la mantenía tan ocupada que no podía pensar en otra cosa que no fuera ir sacando trabajo adelante. Pero las últimas semanas esa actividad había descendido considerablemente y a eso había que añadirle que algunas de sus principales atribuciones habían sido derivadas a otra secretaria nueva contratada un par de meses atrás para aligerar su carga.

Su puesto estaba en el departamento de ventas de un Laboratorio Farmacéutico. El trabajo era bueno y ella se llevaba bien con el resto de sus compañeros. Hacía algo más de un año, su departamento sufrió una fuerte remodelación y ella vio como su jefe directo se marchaba de la compañía y en su lugar nombraban a uno de los jefes de ventas con más experiencia en la empresa para sustituirle.
El nuevo director, Pedro, era un hombre bastante joven en comparación con su predecesor, tenía sólo cuarenta y dos años. Tenía buena planta, grande y alto. Pedro ofrecía una imagen de hombre dicharachero y cercano a sus colaboradores. Pero tenía un carácter difícil, especialmente cuando trataba con Jeane.
Muchos días deseaba estar enferma para no tener que ir a trabajar, incluso estuvo a punto de solicitar una baja por depresión, pero no se atrevió. Tenía miedo de acabar perdiendo su puesto y tal y como estaba el patio no era lo que le convenía en este momento.

Había hecho un par de entrevistas en otras empresas, pero dado que su formación estaba incompleta y aún era joven le costaba encontrar otro trabajo de la misma categoría. Tenía un puesto de cierta responsabilidad y bien remunerado gracias a su anterior jefe, quien había visto en ella una chavala despierta y con gran capacidad de aprendizaje y esfuerzo. Esto le había servido para que él delegara cada vez más tareas en ella y así ganarse una posición respetada dentro de la organización. Los cambios que llevaron a la salida de su jefe de la compañía no le habían beneficiado en absoluto. Si al menos Pedro fuera la mitad de bueno que había sido Rafael...
Rafael siempre la había tratado con absoluta corrección. Al principio, Jeane pensaba que él era un hombre frío y orgulloso que no la soportaba. Su trato formal, casi distante, fundamentaba esa sensación. Poco a poco fue dándose cuenta de que él la apreciaba, valoraba su trabajo, y que hacía todo lo posible por formarla y darle un estatus superior al resto de las secretarias del laboratorio.
Añoraba los días en que Rafael era su jefe. Ahora, con Pedro, esos días habían terminado.

Esa mañana estaba trabajando con un texto, una traducción de cinco páginas de explicaciones y excusas que Pedro había escrito para enviar a su superior justificando, de nuevo, sus pobres resultados.
No podía evitar mirar el reloj de su portátil, donde los minutos parecían durar años. Mantener la atención era casi una misión imposible. A su lado oía reír a su nueva compañera, sola frente a su PC, no podía imaginar qué parte del trabajo era la que tanto le divertía. Por otro lado, ¡ese perfume! Era insoportable, tan intenso, áspero a la vez que extremadamente dulzón… Jeane sentía cómo el ambiente se cerraba sobre ella. Le gustaría haber podido abrir aquellos ventanales para dejar correr el aire fresco y que éste se llevara aquél pestazo, junto con sus temores, desilusiones y perezas. Pero esos cristales de seguridad del edificio no se moverían un milímetro y ella seguiría allí, atrapada en ese ambiente cargado y opresivo.
Cerró un momento los ojos para tomar fuerzas, pero enseguida una voz familiar la sacó de su trance.

-¡Jeane! – voceó Pedro desde el despacho, Jeane odiaba que le llamase de esa forma – ¡Jeane!, ven a mi despacho ahora.

Ella se sentaba a escasos dos metros del despacho de su jefe, junto a la puerta del mismo, sinceramente, aquellos gritos no eran necesarios. Se levantó cansina, cogió su bloc de notas y fue a echar mano a su portaminas. ¡Maldita sea!, Pedro había vuelto a hacer una de sus incursiones en su bote de lápices y se había llevado todo lo que había querido, entre otras cosas, su portaminas preferido… ese hombre no sentía ningún respeto por sus cosas. Resoplando, entró en el despacho de Pedro, se acercó lentamente a la silla de confidente que había frente a la mesa de su jefe e hizo ademán de sentarse.

-¿Te he dicho que te sientes? – dijo Pedro, con brusquedad
Jeane se quedó petrificada
-Es broma – sonrió burlón - siéntate por favor
-¿Qué necesitas? –preguntó la chica con el tono más amable que era capaz de convocar en aquel momento
-El informe que te pedí, necesito tener cuanto antes los costes del evento… y nada de cosas raras ni de juegos de equipo… la gente lo que quiere es alcohol y diversión, así que olvídate de gymkhanas de motivación y todo ese rollo…
-Sí, ya está acabado, creo que todo estará a tu gusto… - Jeane no pudo evitar cierto retintín en sus palabras, acompañadas de una sonrisita de falsa complacencia
-Bien, quiero repasarlo antes de hacer pública la agenda de reuniones
-La tendrás esta tarde
-Así me gusta, eficiente como tú sola.

Jeane asintió, se levantó despacio y salió educadamente del despacho. Odiaba el personal sentido del humor de su jefe, la forma en la que “bromeaba” con ella… se sentía humillada…

Un poco desanimada se sentó en su cómoda silla ergonómica, bufando de nuevo por lo bajo, se dejó deslizar hasta el borde del asiento y se sujetó las sienes con los dedos índice y pulgar. Ella sabía que todas las convenciones que había organizado hasta ahora habían sido un éxito. Rafael siempre le felicitaba por el excelente trabajo realizado y la motivación después de éstas siempre estaba por las nubes. Estaba claro que corrían nuevos tiempos…

Estaba revisando su buzón de entrada de correo electrónico cuando apareció un mail de su jefe. ¿Pero que demonios quería ahora? Lo abrió con desgana y vio que, de nuevo le pedía una traducción insulsa, un artículo de un colega escrito para una revista de economía, del que pedía su opinión… ¿aprendería Pedro nociones básicas de inglés algún día? El correo llevaba un archivo adjunto, un documento de Word, titulado “Documento 1”, Hay que ver qué original es este hombre… pero al abrirlo en lugar del esperado artículo vio algo distinto. Era un estudio de dos fábricas, un estudio de costes de producción, había una comparativa... Necesitaba más tiempo para entender de qué iba todo eso. No tenía ni la más remota idea de que ese estudio se había llevado a cabo. ¿Quién lo había redactado?, Miró por el rabillo del ojo a su nueva compañera… La Bombón, seguro…

Aquella chica, Meli, la del apestoso perfume, la risa estridente y las falditas más cortas de la historia del laboratorio, entró enchufada de la mano de Pedro. Era monísima… y con pocas luces. Eso sí, esgrimía un título precioso de estudios de filología inglesa y otro de secretariado. Por no hablar de que parecía sentir una devoción sin límites por su jefe… Siempre, atenta, siempre dispuesta a subirle un café a su despacho… ¿y a otras cosas?

Estaba confusa, ella no entendía el secretismo con el que se manejaba su jefe últimamente. No parecía contar con ella en absoluto, había confiado en Meli en su lugar para redactar el estudio, ¡Pero si era medio boba!, Jeane le daba cien vueltas haciendo ese tipo de trabajos.

Sintió rabia, intensos celos profesionales y unas increíbles ganas de levantase y darle un puntapié a La Bombón que la hiciera salir volando por la ventana. ¡Mierda!, es cierto, las ventanas no se abren…

Pedro había prescindido de ella una vez más y estaba claro que tenía esa información por error. Estuvo a punto de levantarse a hablar con su jefe, pero se detuvo y decidió no hacer ningún comentario al respecto.
Sabía que era inútil hacer preguntas. Pedro siempre la mantenía al margen de cualquier decisión de negocio, nunca le consultaba sobre su opinión como hacía Rafael… Bueno, al fin y al cabo ella era una simple asistente, no tenía que pensar, sólo hacer lo que se le pidiera.

Jeane no estaba muy segura de si la consideraba tonta o muy al contrario, demasiado lista y un peligro para él.

Hacía tiempo que Jeane sabía que los resultados de la división no estaban siendo muy buenos y también había percibido, que, lejos de tratarse de una situación coyuntural por las circunstancias del mercado, se debía más a la pésima gestión que su jefe llevaba a cabo.

Jeane no tenía formación universitaria, pero le habían “salido los dientes” en la empresa y de la mano del mejor mentor que se pudiera tener. Más allá de su fachada de chica sin estudios de barrio, y lejos de estar donde estaba por tener un buen cuerpo y una cara linda, Jeane era una chica muy inteligente, casi brillante, y había sabido sacarle jugo a cada paso que había dado junto a Rafael. Su conocimiento del negocio estaba al nivel de cualquier Jefe de Ventas. Era la perfecta “mano derecha” para aquel jefe que quisiera verlo. No era el caso.

Sentía curiosidad. No se resistió a leer el documento. A primera vista, no había mucho que extraer: dos fábricas, diferencia sustancial de costes de producción, pero una estaba homologada por la compañía y otra no… Tal vez se planteaba iniciar el costoso y largo proceso de homologación, tendría su sentido, pero no parecía que aquel fuera el momento más idóneo para ello.
Sin dejar de leer, marcó el número de su jefe.

-Pedro
-¿Sí, Jeane?
-No puedo abrir la traducción que acabas de enviarme, ¿te importa reenviarla?
-No, claro que no
-Gracias

Jeane colgó sin apartar la vista de su pantalla.

No habían pasado ni dos minutos cuando Víctor, uno de los Jefes de ventas, la saludaba con voz pastosa, y desaparecía dentro del despacho de Pedro. Meli le siguió.
Víctor era un comercial joven y ambicioso, tras el ascenso de su jefe, él había ocupado su lugar. Últimamente se pasaba el día al lado de Pedro, era literalmente su sombra, se encerraban juntos en el despacho del jefe y pasaban horas reunidos. De vez en cuando se oía alguna que otra carcajada desde el otro lado de la puerta. Otras veces ambos parecían realmente nerviosos y preocupados… Pero Jeane estaba al margen de todo eso. Ella apenas tenía relación con Víctor, era Meli la que llevaba sus cosas, así que no tenía ni la menor idea de qué era lo que se estaba cociendo.
Aquel tipo le producía cierto repelús, así que cuando empezó a oír las carcajadas de los jefes y la risita tonta de Meli siguiéndoles el juego no lo resistió más. Se levantó de su sitio y se dirigió a la máquina de bebidas de la planta baja. Le vendría bien un chocolate caliente cargado de azúcar.

Rober estaba en la cafetería. Era uno de los chicos del departamento de informática con el que Jeane tenía mucha complicidad. A decir verdad, Rober bebía los vientos por ella, a pesar de que ella siempre marcaba las distancias sin dar lugar a dudas o malos entendidos, intencionados o no. Pero se llevaban bien y Rober era una de las pocas personas que se habían ganado la confianza de Jeane.

-¿Cómo vas, guapetona?
-¡Mira Rober, que no estoy de humor!
-Pero ¿Qué te pasa chiquilla? Que traes un careto…
-Nada, todo… Pedro como siempre…
-¡Bah! ¡Pasa de él!
-Ya, suelo hacerlo, pero a veces no es tan fácil… -hizo un gesto apesadumbrado. Es por cómo me trata… me hace sentir tan insignificante, tan… ¡Tonta!
-Anda ya… si tú eres una lumbreritas…
-Venga, Rober, hoy no es el día del cumplido, ahórratelo. Es que parece que hay un asunto importante y no me deja participar.
-¡Quiero detalles!
-Nada, creo que tengo un ataque de celos…
-¿perdona?
-¡No! No de ese tipo, idiota!
-Ya – se rió Rober - Pero… ¿te preocupa que te excluya?
-Mira, Rober, hoy me ha enviado un archivo por error, es un informe, un estudio de costes. El caso es que no he sido yo quien lo ha hecho, cuando ese tipo de cosas siempre me las han encargado a mí…
-Suena a que estás celosa… sí….
-Ay… - suspiró - En realidad no es exactamente eso… bueno, lo es en un 70%
-Suena a que más bien lo es en un 85% - interrumpió el chico
-Vale, escucha, es un informe que… el caso es que me da en la nariz que se está cociendo algo… Desde hace un par de semanas se ha aproximado mucho a Víctor, y no creo que éste se haya convertido en su consejero precisamente gracias a su mente preclara… Me excluye de ciertos temas mientras que sigo manejando toda su información confidencial de otras materias. Toda la información que manejo es muy sensible: despidos, ascensos, salarios, incentivos, volúmenes de ventas… ¿qué tiene esto de especial?, ¿me entiendes?
-Pues no, no entiendo nada de lo que me dices…
-Tienes razón, creo que sería mejor si simplemente dejo de meter las narices en lo que no me importa…
-¿Tengo razón? ¡Pero si no me has dejado decir nada!

En realidad parecía que Jeane estaba perdida en sus pensamientos, y que realmente era con ella misma con quien dialogaba, y no con Rober, que cada vez la miraba más extrañado.

-El caso es que no, aparentemente es un tema de lo más normal pero que requiere cierto grado de experiencia ¿por qué se lo ha encargado a ella?
-Ven, cielo, siéntate, tómate tu chocolate y deja descansar esa cabecita un rato…
-¡Rober! – protestó – Mira, desde hace algún tiempo tengo la sensación de que algo no va bien… Parte de lo que he leído en ese informe, la actitud de mi jefe… Tú que eres más “friki” que yo lo llamarías “una perturbación en la Fuerza”
-Cielo, el tema de la llegada de esa chica te está alterando mucho… vas a necesitar un descanso
-Sí… posiblemente…
-Jeane volvió a su sitio, trató de concentrarse en su trabajo mientras olvidaba sus celos. Le sentaba tan mal que no hubieran contado con ella… Esperaba mucho más de su relación con Pedro, confianza, que se apoyara en ella como había hecho su jefe anterior. No había mucho que pudiera hacer, salvo seguir trabajando de la mejor forma posible.

Apenas llevaba quince minutos con la traducción cuando Pedro se acercó a la mesa de Jeane y le pidió que le acompañase al despacho. Ella estaba nerviosa pero trataba de disimular su estado. Pedro le pidió amablemente que se sentara.

-Jeane, el correo que te he enviado hace un rato…
-Sí, Pedro ya estoy con ello… me llevará todavía un par de horas más…
-Eh... Ah no… Me dijiste que no habías recibido correctamente el archivo
-El primero no pude abrirlo, pero el segundo lo vi sin problemas…
Estaba claro que él se refería al informe que ella nunca debía haber recibido.
-Sí, Pedro, estaba corrupto y no lo pude abrir, pero la segunda vez que lo enviaste lo abrí sin problemas…
-Ah… esto… no entiendo muy bien como va… Si está corrupto simplemente no puedes ver su contenido ¿no?, ¿y por qué puede ocurrir eso?
-Pedro, tampoco yo entiendo mucho de esas cosas, simplemente me apareció un mensaje de error y no pude abrir el documento
-Sí… Bien…

Pedro titubeaba, estaba claro que pretendía saber si ella habría podido acceder al contenido del documento, pero tampoco quería mostrar abiertamente su interés.

-Pedro ¿ocurre algo?
-Eh… no, no, no te preocupes, sólo estaba intrigado por si eso mismo podría ocurrir más veces, por si había algún problema con mi correo… creo que un documento que le mandé a Víctor también le llegó mal y… bueno eso es todo.

Pedro dio por terminada la conversación. Jeane temblaba ligeramente, le sudaban las palmas de las manos y trataba de controlar su respiración. Pedro se había dado cuenta de que le había enviado algo que ella no debería ver y estaba tanteando el terreno. Esperaba que no hubiera descubierto su mentirijilla… ¿por qué sería tan importante ese documento?... Bah… seguro que no era nada, lo más probable es que Pedro no tuviera el más mínimo interés en que ella descubriera que le estaba dando parte de su trabajo a Meli… ¿estaría pensando en deshacerse de ella? Los engranajes de su cabeza no dejaban de girar, pero pronto se convenció de que Meli aún no estaba preparada para hacer todo su trabajo, y que si estaban pensando en echarla no iba a ser una decisión inmediata, no podía serlo. Trató de calmarse un poco, al fin y al cabo sólo era un informe más.

viernes, 8 de enero de 2010

Capítulo I

En la última planta del edificio que ocupaba el número 10 de la Calle José Ortega y Gasset aún podía verse luz a través de una de las ventanas. Ya eran más de las dos de la mañana pero el abogado Gregorio Méndez seguía en su estudio leyendo. Repasaba con interés algunas de sus últimas notas sobre uno de los casos que le derivaban desde el servicio de asesoría jurídica telefónica para el que había empezado a trabajar hacía tan sólo un par de meses.

Hacía seis que se había mudado y había dejado de ejercer por libre. A pesar de que aún contaba con unos cuantos buenos clientes, necesitaba un cambio total de aires. Vendió su pequeño piso de la calle Ávila y se mudó al que ahora ocupaba, mucho más luminoso y amplio, en el que no se encontraría con el fantasma de los recuerdos. Al menos no tan a menudo.

Acababa de cerrar el que era, quizá, uno de los capítulos más dolorosos de su vida y se había tomado el cambio como un nuevo comienzo. En el último año, tras la muerte de uno de sus mejores clientes y amigos, había ayudado a la familia de éste a resolver un antiguo y doloroso asunto. Ello le había dejado agotado física y mentalmente. En especial por lo que se refería a Alexandra Castañeda, hija mediana de su cliente, quien había despertado en él unos sentimientos que no le llevarían a buen puerto.

Gregorio tenía cuarenta y siete años, aunque su aspecto físico no dejaba adivinar con facilidad su edad. Era un hombre muy atractivo, con el pelo largo y entrecano, bastante gris más bien, un aspecto cuidado y elegante pero sencillo.
Conocía a la hija de su cliente desde que era niña, pero tras verla en el entierro del Doctor, después de mucho tiempo, la había descubierto como una mujer realmente atractiva. El vivo retrato de su madre, Aurora, quien años atrás había sido el amor inconfesable de Gregorio y que había muerto en un accidente de coche. Cuando vio a Alex bajo la lluvia, con el sombrero de su madre y un entallado abrigo negro, el amor que creía muerto para siempre resucitó, y aunque trataba de reprimir ese sentimiento, se iba apoderando de él por momentos. Y sabía que en su interior ella también había empezado a sentir algo por él. Alex era una mujer joven, estaba casada, felizmente casada, y tenía tres hijos pequeños. No le quedaba otra opción, la mejor solución era desaparecer de su vida antes de llegar a hacerle daño.
Gregorio miró brevemente por la ventana, a pesar de ser tan tarde aún se veía algo de movimiento en la calle. Por unos minutos el recuerdo de Alex volvía a atormentarle. Sentía el llanto ahogado en su garganta y se maldecía por poner siempre su corazón en la persona equivocada.

Pronto se zafó de sus pensamientos y consiguió volver a centrarse en su trabajo. Realmente no necesitaba aquel puesto. Tenía bastante dinero ahorrado y no le gustaban los grandes lujos, salvo por lo invertido en su casa y sus dos coches se podría decir que llevaba una vida bastante austera, así que podría haberse retirado definitivamente. El trabajo que había desempeñado para el doctor Castañeda le había reportado muchos beneficios. Sin duda sus honorarios excedían con creces a los habituales para su profesión. Eran acordes a las particularidades de los inusuales asuntos que el doctor le encomendaba.

Durante años supo ahorrar e invertir adecuadamente, sin involucrarse en arriesgadas operaciones. Simplemente había ido cultivando su pequeña fortuna con paciencia.
Sin embargo, el trabajo era una forma de mantener su mente ocupada, y por ello había aceptado la propuesta de colaborar con aquella empresa como abogado independiente. De ese modo, le hacían llegar aquellos casos que el grupo de jóvenes abogados de plantilla tenían más dificultades para resolver.

La empresa funcionaba de una forma muy sencilla, la gente se abonaba a ésta como a un seguro de asistencia jurídica. Los clientes llamaban y eran atendidos por personal de un call-center que tomaban los datos básicos sobre una plantilla y grababan las conversaciones para después pasarles ambas cosas al grupo de abogados. Ellos se repartían los casos y daban una respuesta por escrito a las consultas recibidas. Normalmente se trataba de casos extremadamente sencillos, las personas que tenían entre manos asuntos más complejos solían recurrir a despachos convencionales y no a este tipo de servicios. La asistencia en juicio era algo que suponía el pago de una prima algo más elevada, y para la defensa jurídica correspondiente había un grupo de abogados especializados. Los casos que le llegaban a Gregorio no eran meras consultas. En general se dedicaba a proponer una solución a un caso que iba a ser llevado a los tribunales y a facilitar al abogado representante la defensa del mismo con la preparación de un informe completo. Precisamente, éste era el caso que le ocupaba en esos momentos.

Se sentía algo cansado y a eso de las tres decidió apagar la luz e irse a dormir.
Su nuevo piso era grande, demasiado espacioso para él tal vez. A pesar de la amplitud había conseguido infundirle un aire cálido. Él mismo había dirigido la reforma en cuanto lo compró en una subasta, hacía ya varios meses, cuando decidió desaparecer de la vida de Alex y del resto de los Castañeda. O, mejor dicho, cuando decidió que debía hacer que ellos salieran de su vida. El espacio era casi diáfano, tan sólo el dormitorio se encontraba parcialmente separado del resto por unas estanterías, y el cuarto de baño, que constituía una estancia a la que se accedía desde la zona del dormitorio y que estaba aislada por un muro hecho de piezas de cristal de pavés. Resultaba muy actual y práctico para alguien que vivía solo como él. En la zona más amplia tenía una sala de estar y una zona habilitada como estudio. Allí pasaba gran parte de su tiempo, entregado a su nuevo trabajo y a un proyecto personal que esperaba viera la luz hacia finales del año siguiente.

Gregorio tenía serias dificultades para conciliar el sueño, no sólo en los últimos meses, era un problema que arrastraba desde hacía años, y aunque ahora, después de haber cerrado el caso de los Castañeda sentía que se había deshecho de una pesada carga aún no era capaz de irse a la cama y caer en un profundo y tranquilo descanso como hacía el resto de la gente.

Cuando el agotamiento podía con su cuerpo tomaba un par de somníferos y se dejaba arrastrar al sueño. Pero las pesadillas llegaban muchas veces para llenar sus escasas horas de descanso, especialmente una. En ella podía ver al doctor, echando tierra sobre una fosa en la que enterraba el cuerpo de una mujer. Al acercarse veía nítidamente el rostro de Alex que poco a poco se transformaba en su madre, Aurora.
No era de extrañar que la mayor parte de las veces buscara cualquier excusa para evitar meterse entre las sábanas. A pesar de todo, nunca había dejado que la depresión lo alcanzara, pero ahora mismo estaba en un punto que se acercaba mucho a ese estado. No quería pensar en Alex, pero al mismo tiempo no quería dejar de hacerlo, ese recuerdo era lo más cerca que la tendría jamás y se compadecía de sí mismo por haber perdido a las dos mujeres que habían significado algo en su vida.
Encendió su i-Pod y se dispuso a escuchar algo de música mientras los dos comprimidos de Zolpidem que acababa de tragarse con un gran vaso de agua hicieran su efecto. Sonaba “You’re Beautiful” de James Blunt, nada más apropiado para aquel momento en el que el recuerdo de Alex volvía hasta él… Sabía que ella nunca le pertenecería. Se quedó dormido.

Tan sólo cinco horas después se despertó y estaba amaneciendo. Se dio cuenta de que aún llevaba puestos los auriculares y que la música de su pequeño aparato continuaba sonando; ahora, una canción de Pink Floyd.

Se levantó con un fuerte dolor de cabeza, y se fue directo a la pequeña cocina americana para prepararse un largo café helado. Metió dos tazas de café expreso, una buena cantidad de azúcar y hielo en la batidora y la encendió a toda potencia. Al principio creyó que su cerebro se batía a la vez que el café. El ruido le hacía daño en los oídos y tenía la sensación de que los ojos le iban a explotar. Sin duda sufría una jaqueca aguda. Sacó el granizado de café de la batidora y lo puso en un gran vaso, se lo llevó al butacón que tenía cerca de la ventana. Allí sentado, dando sorbos a su café, volvió a coger los folios del resumen de su caso y empezó a leer de nuevo al mismo tiempo que notaba como la bebida helada se iba deslizando por sus arterias y bañando sus neuronas. Al cabo de media hora empezó a sentirse algo mejor. Aún así, le costaba concentrarse.

Dejó los papeles sobre su mesa de trabajo y se fue a dar una ducha. El cuarto de baño estaba en una de las esquinas del piso. Tenía, por tanto, dos de las cuatro paredes de cristal y la luz entraba a raudales. Las otras dos paredes estaban revestidas de unas baldosas de mármol sin pulir en color crema claro, y el suelo era del mismo tipo de piedra, pero en color granate. El mármol era el único detalle rústico de la estancia, porque el resto de los elementos del baño eran muy actuales. En una de las paredes había un gran espejo donde Gregorio podía verse de cuerpo entero.

Al desnudarse para entrar en la ducha se miró por un instante al espejo. Era bastante atlético a pesar de su edad y tenía unos músculos bien formados. Estaba delgado y su piel era oscura, parecía bronceado pero hacía mucho que no tomaba el sol. Un vello gris le cubría el pecho. Tenía un hermoso cuerpo de hombre maduro. Pudo ver la marca que tenía en el estómago. Se pasó los dedos por la cicatriz recordando que casi pierde la vida aquel día.
Una bala le atravesó el estómago y seguramente se salvó gracias a Alex. Recordaba como aquella mujer, Sonia, le disparaba mientras él trataba de quitarle el arma (¿de dónde demonios habría sacado ella esa pistola?) Recordaba la cara de terror que tenía Alex mientras trataba de taponarle la herida. Él miraba cómo la sangre salía a borbotones de su cuerpo sin sentir nada. Oía las voces lejanas de los demás, veía borroso, pero podía recordar con claridad la imagen de Alex sobre él gritándole que no se durmiera. No lo consiguió, perdió el conocimiento y al despertar ya estaba en una cama del hospital. Alex estaba a su lado, maldurmiendo en un sillón de polipiel verde. Al principio se sentía confuso y no tenía claro si estaba viéndola a ella o si realmente habría muerto y a quien contemplaba era a Aurora. Por unos instantes había deseado que así fuera.

miércoles, 6 de enero de 2010

Prólogo

Eran las dos de la madrugada. A mediados de Septiembre, por las noches, ya hacía bastante frío en Madrid. El lugar elegido para la reunión era el parque de la Torre Picasso. A esas horas, entre semana, estaba casi desierto y había muchos recovecos donde sentarse y mantener una discreta charla lejos de los ojos de los curiosos. Dos hombres vestidos con traje oscuro se movían inquietos. Uno de ellos fumaba tratando de aparentar tranquilidad, sentado en un banco de piedra, mientras que el otro caminaba de un lado al otro y se asomaba ligeramente a los pasadizos que rodean la zona. De entre las sombras apareció una tercera figura, un hombre menudo y enjuto de piel oscura y pelo moreno.

Los tres hombres se saludaron cortésmente y se sentaron en el banco. No había nadie por los alrededores, ni siquiera se veía a los mendigos que a veces habitan la zona. En voz muy baja empezaron a hablar. El hombre que fumaba dijo:

- Será complicado, necesitaríamos más tiempo
- Sí señor, pero es tiempo lo que no tenemos, usted mejor que nadie debe saber que este negocio se basa en la rapidez, en que podamos tener la información antes de que el producto salga oficialmente al mercado. El beneficio está precisamente en adelantarnos. – dijo el hombre enjuto con un marcado acento indio.
- Pero… - intentaba contestar el otro hombre
No, señor. Nosotros hemos llegado a un acuerdo, Queremos la información completa en menos de una semana.
- Mire, si cree que otras personas pueden hacerlo mejor, pues entonces pídaselo a ellos – volvió a intervenir el otro hombre – es más, yo me retiro… este asunto me viene grande, no quiero formar parte de esto…
- Me temo que eso ahora no es posible, señor – repuso el indio – hemos llegado a un acuerdo y ahora no puede echarse atrás… lo que ya sabe sobre nosotros le vincula a la operación. Espero que entienda lo que quiero decir…

Durante unos minutos discutieron sobre este tema. El hombre que fumaba había abandonado su estudiada pose calmada y ahora se mostraba muy nervioso, trataba de convencer al otro de que mantuviera su participación, de que no se echara atrás, de que ya era tarde para eso.

El indio estaba tranquilo, hablaba muy pausadamente, sin alterarse lo más mínimo mientras sus dos interlocutores se enervaban por momentos. Discutían entre ellos. El hombre que fumaba intentaba tranquilizar al otro sin éxito, convencerle de que, simplemente, no podía retirarse.

- ¿ Me estás amenazando? – preguntó airado.
- No, yo no te amenazo, pero, por favor, piénsalo, esto no es un juego, esta gente…
- No, me voy, no quiero saber nada más del tema… no estoy dispuesto a que nadie intente amedrentarme. Se acabó, y punto.

En ese momento, en cuestión de décimas de segundo, el hombre indio se levantó con parsimonia del banco y se aproximó a los dos hombres que seguían discutiendo en voz baja pero muy acalorados. El indio sacó un arma de su chaqueta, una pistola con silenciador. El terror se dibujó en los ojos de los dos hombres. Sin mediar palabra disparó al que se había encarado en la frente.

El hombre yacía en el suelo inerte, el pánico aún se reflejaba en sus ojos. El fumador estaba en pie, paralizado, con la boca entreabierta incapaz siquiera de respirar.

El hombre indio no miraba al fumador, mantenía sus ojos fijos en el cadáver. De pronto levantó un brazo e hizo un gesto con la mano. Del mismo lugar de donde él había aparecido unos minutos antes salieron otros dos hombres ataviados con un estilo que recordaba a los años setenta, americanas de color indefinido con dos cortes atrás y camisas sin corbata. Recogieron el cuerpo del suelo y se lo llevaron en volandas ante la atónita mirada del fumador.

- Espero que ahora usted entienda que un trato es un trato y que no es posible romperlo – dijo el hombre indio sin apenas mostrar un ápice de inquietud

El fumador no fue capaz de responder, se limitó a asentir levemente con la cabeza. El hombre moreno se marchó, dándole la espalda sin la menor preocupación.
Allí quedó él unos segundos, seguía petrificado por lo que acababa de presenciar. Cuando al fin reaccionó, sólo pudo caminar rápidamente hacia su coche. Una vez dentro cerró los seguros y arrancó. Condujo deprisa Castellana abajo, en dirección a la Plaza de Colón. Trataba de encender un cigarrillo pero le temblaban las manos ¿le habría dicho su socio a alguien que estaría con él esa noche? No, seguramente no… Pero ¡Dios! ¿Qué demonios había pasado? ¿Cómo había llegado a suceder todo aquello? Estaba muy tenso.

Al llegar a Colón entró por Génova y giró a la derecha para llegar a Monte Esquinza, allí, aparcó su coche en la calle y sacó una llave de su bolsillo. Abrió el portal del número cinco y subió al segundo piso. Entró en la casa y fue directo al dormitorio. Allí había una mujer tendida en la cama. Dormía tranquila. Se desnudó y se duchó con agua muy fría, frotando su cuerpo enérgicamente con la esponja. Después se metió en la cama junto a la mujer, la despertó, ella gruñó un poco. La abrazó con fuerza y la besó con violencia, metió su mano entre los muslos de ella y le abrió las piernas. La chica protestó un poco pero se dejó hacer. Él la penetró y se descargó sobre ella. Después, los dos se durmieron.

Para empezar el año...

Como alguno ya sabe, tengo una novela que no he publicado y a partir de hoy voy a ir colgando los capítulos aquí en el blog...

La verdad es que me encantaría recibir los comentarios a lo que vayais leyendo, así que adelante, vía libre para la crítica :-)

¿Empezamos?