jueves, 25 de noviembre de 2010

A la mañana siguiente, Banyu pidió permiso para alejarse unos metros y volver a una de las pequeñas lagunas, su madre le advirtió severamente sobre alejarse demasiado y sobre hablar con extraños, especialmente con los humanos, pero le dejó marchar. A Anjali le disgustaba que el elefantito se alejase de su lado, pero sabía que debía permitirle explorar un poco por su cuenta. Aun así, ella y las otras elefantas vigilaban cuidadosamente su territorio.

Mientras Anjali y las demás se aseaban y alimentaban, Banyu buscaba a su amigo humano. Procurando no hacer demasiado ruido le llamó, y al momento Luar apareció con su violín. Banyu estaba entusiasmado y le pidió enseguida a Luar que tocase para él. Luar tomó su violín y tocó una hermosa canción infantil. Banyu le miraba extasiado, estaba tan absorto con las notas que emitía aquél objeto de madera que no se dio cuenta de que su madre, Anjali, le buscaba. Ella se acercó despacio al lugar de donde provenía la música, Allí avistó a su pequeño y al niño humano que le acompañaba. Su intención era la de soltarle una reprimenda por haber desobedecido, pero, en cambio, también quedó hipnotizada por las notas del violín que tocaba con maestría Luar. Se quedó escuchando junto a Banyu, hasta que el niño reparó en ella y, asustado por la presencia de aquel majestuoso y enorme animal dejó de tocar y bajó de un salto de la roca sobre la que estaba sentado, dispuesto a huir. Banyu le llamó, pero Luar ya no podía oírle.

Banyu estaba enfadado con su madre

No quería asustarle, a mí también me gusta su música – dijo ella
Pues has conseguido que saliera corriendo – dijo Banyu enfurruñado
Bueno, jovencito, no quería recordarte que me has desobedecido a propósito… quizá debería pensarme un castigo para ti…
Pero mamá, ya has visto que Luar no es peligroso…
Desde luego no lo parece, sólo es un niño, y además es distinto de los otros niños de los poblados cercanos…
¿Me dejarás ser su amigo? Bueno, si es que vuelve por aquí...
Está bien, pero quiero que seas cuidadoso
Lo seré, mamá…. Gracias… y le diré que no tiene que asustarse de ti

Banyu sonrió. Le explicaría a Luar que su madre no debía asustarle y que a ella también le había gustado oírle tocar.

Banyu y Luar volvieron a encontrarse durante los días siguientes y se hicieron muy amigos. Poco a poco, Banyu le fue presentando al resto de los miembros de su clan. A todos excepto a la vieja Uma, que aún se mostraba reacia a acercarse a los humanos, por muy buenos que éstos pudieran parecer. Los elefantes se reunían al mediodía para oírle tocar y Luar estaba encantado con su público.

Los padres de Luar eran extranjeros, pero él había nacido en Indonesia y sentía que pertenecía a aquel lugar. Su padre era un ingeniero holandés, y viajaba a Ámsterdam con frecuencia. Su madre, Alania, era irlandesa y había sido una famosa concertista de violín años atrás, pero dejó de tocar en recitales al poco de casarse. Allí, en la Isla, se dedicaba a cuidar de sus hijos y a enseñarles música, a él y a su hermana pequeña Éola, de tres años. Luar había heredado las cualidades de su madre para la música y disfrutaba siendo escuchado por aquellos que amaban el sonido del violín tanto como él.

Luar quiso que su hermana también conociera a sus nuevos amigos, pero su madre no quería que ella le acompañase, era demasiado pequeña, decía, podía perderse o hacerse daño… Así que Luar le propuso a Banyu que un día se acercase un poco más hasta su casa para poder presentarle a su familia. Banyu aceptó, aunque aquello no le iba a gustar nada a Anjali… Para su sorpresa, ella propuso acompañarles.

Eran casi las cuatro de la tarde. Alania estaba sentada en el porche se su casa, rodeada por un gran jardín en el que no había árboles. Hacía mucho calor y la madre de Luar había preparado una enorme jarra de té helado. La pequeña Éola estaba dormida en la hamaca que colgaba entre dos de los postes del porche. De pronto, en el lindero de la jungla apareció Luar llamando a su madre, pero no estaba solo, le acompañaba un animal de gran tamaño. Alania se puso las gafas para poder verlos mejor y su expresión era una mezcla de sorpresa y ansiedad al ver que su hijo caminaba junto a un pequeño elefante. Alania corrió a su encuentro.

Luar, ¿qué estás haciendo con este elefante?
Es mi amigo, mamá
Pero, cariño, no puedes traerlo a casa… su madre le estará buscando - decía Alania algo incrédula y preocupada
No mamá, su madre también ha venido…

Luar le hizo una seña a Anjali para que se acercase. La buena de Alania casi se cae de espaldas al ver a la gran elefanta, pero su hijo pronto le explicó qué hacían allí. Alania se acercó despacio a los elefantes, aún desconfiada, y acarició con suavidad la cabezota de Banyu. Luar hizo las presentaciones, y Alania pronto entendió que el miedo era algo que existía por ambas partes, y que si bien ella había temido a aquellas criaturas, ellas también habían estado asustadas de las personas… y no les faltaban motivos, pensó con tristeza…

Alania y Anjali hablaron largo y tendido. Anjali le contaba cómo ella y su manada siempre habían temido a los hombres porque los hacían prisioneros y además estaban acabando con sus hermosos bosques. Alania entendía muy bien a la elefanta y compartía su tristeza. Ella nunca hubiera querido someter a un animal libre contra su voluntad y había educado a sus hijos en el mismo respeto por la vida salvaje con la que tenían que saber convivir. Las dos madres se entendieron muy bien y empezaron a hacerse amigas.

Durante el resto de la tarde ambas familias jugaron alegres, Alania y Luar tocaron sus violines para los elefantes que se movían torpemente al ritmo de la música. Éola palmoteaba feliz y también hizo sus pinitos con el instrumento. Banyu la tomó con su trompa, poniendo toda la delicadeza de la que era capaz, y la subió sobre su cabeza. La niña daba gritos de júbilo. Todos pasaron unos momentos estupendos que en los meses siguientes repitieron en varias ocasiones. Banyu siempre quería tocar el violín, pero Luar no le dejaba porque era un instrumento demasiado delicado. “Sólo un poquito” rogaba el elefante, pero el niño se mantenía firme, y aunque al principio Banyu hacía que se enfadaba enseguida volvía a poner buena cara y se sentía afortunado de poder disfrutar de la música, aunque sólo fuera escuchándola.