miércoles, 13 de octubre de 2010

Erase una vez una sonrisa

Érase una vez una niña triste, una niña que no sabía sonreír desde el corazón. Porque sí sonreía con los labios, con la cara y a veces hasta con los ojos, pero nunca había sentido la felicidad en lo más profundo de su ser.

La niña que no tenía amigos, que no sabía adaptarse a las nuevas situaciones y que nunca se divertía, creció y se convirtió en una mujer triste.

Durante todo ese tiempo buscó la felicidad pero sólo encontraba las ganas de llorar. Eso le producía una inquietante desazón, estaba segura de que cometía algún error, de que no estaba haciendo bien las cosas y no dejaba de culparse por ello. Y las ganas de llorar fueron en aumento. Fue al médico y le dijo que tenía depresión, le recetó muchas pastillas que le ayudarían a abrir los ojos y a ver mejor el camino hacia lo que tanto ansiaba, pero después de mucho tiempo seguía sin sonreír.

Un día, la niña, la mujer, por fin entendió lo que le sucedía. Se dio cuenta de que nunca encontraría la felicidad porque, aunque la tuviera delante no sabría reconocerla. Ella no la había perdido, simplemente nunca había llegado a conocerla. De pronto, se sintió tranquila, la desazón desapareció y la calma oscura ocupó todo su espacio. Entonces, sólo entonces, halló la respuesta.

La felicidad no es un momento alegre, ni siquiera la suma de ellos, es algo con lo que se nace y hace que incluso en las circunstancias más adversas uno sea capaz de seguir adelante para vivir un día feliz más.