viernes, 4 de junio de 2010

Los riesgos del deporte

Si ya lo decía yo… el deporte tiene sus riesgos, y lo estoy experimentando en mis propias carnes.
Yo que había decidido ponerme en forma ya que se acerca la hora de ponerse el bañador….
Pues eso, mirando mi repertorio de ropa de baño, y digo ropa, porque soy de las que llevan bañador de cuello vuelto (ya os contaré otro día sobre mi aversión a los bikinis) me he dado cuenta de que tan poca tela no tapa las cartucheras, ni los michelines tan bien como lo hacen mis queridas camisolas hippies y los vestiditos corte imperio. Así que, como estamos en crisis y no está la cosa para dejarse un dineral en pareos, me había decidido a seguir los consejos de mi amigo Ramón y ponerme a hacer ejercicio, y como no soy de sufrir por sufrir, había elegido un deporte que me encanta, que lo puedo compartir con mis hijos y que es divertido: Patinar.
Hace una semana estrené mi nuevo par de patines (los viejos deben andar en el baúl de los recuerdos en casa de mi madre) Son chulísimos y se abrochan fácilmente, nada que ver con los interminables agujeros y ganchitos con los que tenía que asegurar mi viejo par de “patines de bota” (sí, en aquellos tiempos se llamaban “patines de bota”). En mis tiempos yo patinaba muy bien, y no hace mucho que estuve con los enanos en una pista de hielo y comprobé que no todo se había perdido, así que, a petición de mi hijo mediano, me enfundé mis nuevas maravillas para enseñarle cómo se patina hacia atrás.
Unas cuantas vueltas, unos pocos giros y yo ya tenía de nuevo controladísima la situación. Hasta que minutos más tarde fui a dar con mi cuerpecillo de treintañera avanzada en el suelo. Tuve mala suerte, y el resultado es una mano izquierda escayolada y un amor propio muuuuy dolorido. Pero no creáis que lo peor ha sido el golpe, bueno, el golpe físico, quiero decir, lo peor ha sido el golpe psicológico, cuando el pipiolillo del traumatólogo va y, tras preguntarme lo que me había pasado, se sonríe y en tono jocoso, así como para quitarle hierro, va y me dice que es que ya no tengo edad…. ¡¿Pero cómo que ya no tengo edad?!, pues bien, esta semana he oído la misma coletilla unas… 40 veces! Entre mis amigos, en la oficina… hasta el camarero que me pone el café por las mañanas ha soltado el comentario… Al final me lo voy a tener que creer…
Me parece que este fin de semana voy a meditar seriamente sobre ello… quien sabe a lo mejor el lunes voy a la mercería y me compro un par de agujas para hacer calceta, o a lo mejor alquilo un parapente y le demuestro al listillo del traumatólogo de 26 añitos de lo que somos capaces las nacidas a principios de los 70!