lunes, 6 de febrero de 2012

Una historia inacabada (8)


El invierno había cubierto de blanco todo cuanto estaba a nuestro alrededor. La capa de nieve tenía un espesor de más de medio metro y hacía días que el cielo sólo variaba su color entre una amplia gama de grises. Se veía plomizo y pesado, algunas veces irreal, blanco irisado. Siempre frío. Pasábamos el día entre las clases y el salón común. Allí había un gran hogar y sobre él una enorme chimenea. El calor de los troncos, el color del fuego ataría mi mirada, el baile de las llamas sobre las ascuas calentaba mi cuerpo y mi espíritu, casi me hacía sentir en casa.

El otoño había pasado como un suspiro, el cumpleaños de mi Eanny estuvo teñido aún por los restos de mi amargura, los posos que quedaban tras la muerte de mi madre. No dudé en regalarle el manto verde y plateado que le había pertenecido a ella. Eanny, al principio, se negaba a aceptarlo, pero pude convencerla. Yo quería, necesitaba, que ella lo tuviera. Ella, quien ahora era mi única familia. Breanna me dio las gracias por el regalo y buscó la figura que ella me había obsequiado en el último cajón de mi cómoda. La tomó con delicadeza entre las manos y la envolvió en el manto dejándola después, de nuevo en el cajón. “Juntas” dijo y me sonrió.

Poco a poco, con el trascurrir de los días, la tristeza se convirtió en una fiel compañera, callada y discreta, estaba ahí, sin llegar nunca a abandonarme por completo, pero permitiéndome hacerla a un lado para poder seguir con mi vida.


Esa tarde yo me acurrucaba en un butacón tapizado con una feísima tela de cretona inglesa, bastante cerca de la chimenea y cubierta por un mantón de chenilla descolorido, que más que verde ya parecía amarillo. Leía la Eneida de Virgilio, un libro obligatorio en nuestro curso. Estaba absorta en mi lectura y no me di cuenta de que Breanna no estaba allí. Una de las niñas venía buscándola y me preguntó si yo sabía dónde estaba. Breanna solía jugar con las internas más pequeñas, casi hacía de madrecita para ellas, las entretenía, consolaba y mimaba. Yo no tenía ese instinto de protección tan desarrollado como ella.

- Tiene que estar en la sala, no puede estar lejos – dije intentando deshacerme de la mocosa
- No, no está – insistía tirando de mi mantón - la he buscado y he preguntado por ella, pero nadie la ha visto…

Me levanté de mala gana y la busqué yo misma. La niña tenía razón, ella no estaba allí. No nos permitían subir a los dormitorios hasta la hora de acostarnos, así que fui a echar un vistazo a la cocina, por si estaba con la hermana Adele, pero tampoco la encontré. No era posible que hubiera decidido salir con este frío, pero no cabía otra opción. Respiré hondo y me abroché la chaqueta. Me eché sobre los hombros el mantón raído, y salí fuera a buscar a mi mejor amiga.

Estaba enfadada porque se hubiera ido sin decirme nada y también porque ahora me tocaba sumergirme en la nieve para encontrarla.

Resoplando me encaminé hacia la Ermita, supuse que habría ido allí a estar sola. No podía pensar en que estuviera vagando por el bosque con ese frío, aunque con Eanny cualquier cosa era posible.

Cuando casi había llegado a la puerta la vi, estaba junto a la verja del cementerio, tenía el cuerpo vuelto hacia mí, pero miraba hacia el interior del camposanto y gesticulaba con los brazos. Me quedé allí plantada hasta que se volvió con una sonrisa en los labios. Al verme dio un respingo.

- ¿Qué haces aquí? ¡Cielo Santo, menudo susto me has dado!
- Lo mismo iba a preguntarte yo
- Bueno, ahora no te lo puedo contar, vamos dentro – apremió – nos vamos a morir de frío.

Se enlazó de mi brazo, y como si no pasara nada puso rumbo al edificio, mirando al frente y sin decir una palabra más. Mientras yo estaba atónita, no entendía nada, no comprendía a mi mejor amiga...

Al llegar, nos sacudimos la nieve en la entrada, y ya en el salón, nos sentamos sobre el amplio reborde de piedra del hogar y yo comencé a interrogarla. Ella se limitó a hacerme callar, me prometió que me contaría todo en cuanto las demás se durmieran, si es que conseguía mantenerme despierta… - apostilló con aire socarrón.

Yo torcí el gesto, pero ¿qué más podía hacer?. Traté de no pensar en ello durante la cena y concentrarme en los deberes que aún debía acabar antes de acostarme.

1 comentario:

  1. Yo he sentido miedo en esta parte del relato, que podra ser, algo tenebroso, macabro, vamos sigue!!

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