martes, 23 de noviembre de 2010

Durante los días siguientes la melodía volvió a inundar el aire del bosque, Banyu estaba encantado con la música que acompañaba sus quehaceres, pero sentía una tremenda curiosidad por saber de dónde provenía.

Un día, el pequeño elefante chapoteaba oculto entre el ramaje. Una vocecilla le sorprendió:

¿Qué haces?

El pequeño elefantito se asustó, su madre siempre le prevenía para que no se separase de ella, pero a él le gustaba jugar al escondite con las elefantas y gozar de unos momentos de intimidad al abrigo de las ramas de los árboles. Al principio se quedó muy quieto y no contestó.

No te asustes, no voy a hacerte daño – volvió a hablar la voz – sólo he venido hasta aquí para estar un rato a solas y tranquilo y te he visto jugar en el agua… parece divertido

El pequeño elefante se asomó un poco a un claro y vio a un niño de unos ocho años, delgado y castaño, con la piel clara y los ojos color avellana. Su madre siempre le prevenía contra los hombres, pero aquel era sólo un niño, además era muy diferente a los que había visto otras veces, cuando, con su manada, pasaban cerca de algún poblado. El niño estaba sentado en una roca muy alta y sus piernecillas colgaban del borde y se balanceaban graciosamente. Tenía algo en las manos, pero el elefante no lo veía bien.

Me llamo Luar – dijo el niño - ¿Y tú?
Soy Banyu, pero mi mamá me dice siempre que no debo hablar con extraños
Bueno, yo ya te he dicho mi nombre y tú a mí el tuyo, así que ya no somos extraños…
No, supongo que tienes razón – contestó Banyu sin mucho convencimiento – estaba jugando a salpicar agua y a remover la charca con mis patas… También buscaba estar solo un rato igual que tú… ¿Qué es eso que tienes en las manos?
¿Esto? – preguntó Luar mostrando el objeto de madera que portaba

El niño tomó en una de sus manos un pequeño objeto de madera, algo extraño y delicado con una forma que el elefante no había visto en su vida, y con la otra un palo largo y fino. Luar se colocó el objeto más grande bajo la cabeza, sujetando el extremo más ancho con su barbilla, mientras que con la otra mano deslizaba el fino y largo palo sobre aquel. Cual fue la sorpresa de Banyu cuando el sonido que aquel desconocido instrumento producía era el que él había escuchado tantas veces con tanto placer.

¡Oh!, ¡Oh! – Decía el elefante – Dime, ¿Qué es eso? – apremió
Es un violín, sirve para hacer música
Me gusta tanto su sonido… me hace sentir bien

Banyu estaba entusiasmado, movía sus patas con impaciencia y levantaba la trompa. Luar reía, pero de pronto se oyó una voz de mujer que le llamaba y Luar se apresuró a despedirse de su nuevo amigo

Es mi madre, tengo que marcharme
Espera, no te lleves ese sonido tan hermoso
Me buscan para almorzar, no puedo alejarme mucho de casa y si no acudo a su llamada, mamá se enfadará…
Huy, sí… ya sé lo que eso significa… - Banyu parecía triste
No te preocupes, amigo, mañana volveré a buscarte y te enseñaré más canciones que puedo tocar con mi violín.

Banyu se despidió de Luar sintiéndose de nuevo feliz, ahora sabía de dónde provenía el sonido que le había hechizado y, además, conocía al niño que lo podía reproducir cuando quisiese. Estaba impaciente por contárselo a su madre.

Sin embargo, su madre no se mostró tan contenta, no le gustaba que se acercase a los humanos, tenía mucho miedo de que pudieran capturarlo. La abuela Uma le contó a su pequeño nieto cómo algunos de sus familiares habían sido apresados y habían tenido que trabajar duramente transportando la madera, cómo los hombres utilizaban a los elefantes para hacer los trabajos más pesados y cómo, incluso, algunos de ellos eran conducidos a participar en guerras en las que no tenían nada que ver y estaban destinados a morir defendiendo a los humanos. Le contó historias terribles de cómo algunas personas maltrataban a los elefantes, los ataban a una estaca poniendo cadenas en sus patas y los atizaban con palos o látigos para doblegar su voluntad.

El pequeño Banyu se quedó pensando en todo lo que su abuela le había contado, pero no podía imaginar cómo alguien tan pequeño y encantador como su nuevo amigo podría querer hacerle daño. Además estaba seguro de que alguien capaz de hacer sonar aquellas maravillosas melodías no podría ser malvado. Por la noche le costó dormir, la excitación por volver a ver a Luar le quitaba el sueño, pero también el miedo que sentía por las historias sobre los hombres que le había contado su abuela. Miró a las estrellas que poblaban el cielo y cerró los ojos. En su imaginación volvió a escuchar el sonido del violín.