domingo, 28 de noviembre de 2010

Al terminar el verano, el padre de Luar, regresó de su último viaje y quería pasar con su hijo todo el tiempo que le fuera posible. Luar, aunque también echaba mucho de menos a Banyu, le explicó que veía poco a su padre, que éste acababa de volver de un larguísimo viaje, y le pidió que esperase unos días a que él hubiera descansado para presentárselo como ya había hecho con el resto de la familia.

Después del tercer día Banyu ya no aguantaba más. Su manada estaba algo lejos de la casa de Luar, pero él conocía bien el camino y desoyendo de nuevo los consejos de su madre, se aventuró solo por el bosque para llegar a la casa de su amigo. Sin embargo, en algún lugar del camino se despistó y no llegó al claro donde se suponía que debía estar la casa de Luar, si no a un lugar muy diferente. Había varias casetas bajas y algunos hombres que canturreaban, echaban humo por la boca y olían de un modo muy extraño, a la luz de unos faroles en la entrada de una de las casuchas.

Banyu caminó despacio acercándose a aquel lugar, pensaba que la casa del niño no debía andar lejos. No quería que aquellos hombres le vieran, así que trató de mantenerse donde las sombras de los árboles le mantuvieran oculto. Pero oyó el sonido familiar de un violín que salía de una de las casas que tenía la luz encendida y se acercó confiado, pero a través de la ventana no pudo ver a Luar, sólo una máquina desconocida para él, un tocadiscos, de donde salían las notas del violín. Se sintió confundido y trató de alejarse de allí, comprendiendo que no estaba cerca de la casa del niño y su familia, pero al darse la vuelta vio que cerca había otros elefantes adultos, atados por una cadena que les sujetaba las patas y que se veían tristes y cansados. Uno de ellos, que estaba alejado de los demás, despertó de sobresalto y comenzó a barritar alertando a los hombres de la presencia del intruso. Éstos, en cuanto vieron al pequeño elefante trataron de rodearlo y no tardaron mucho en apresarlo. Banyu quedó atado, al igual que los demás, por una cadena, a una estaca en el suelo, y aunque trataba de liberarse sus esfuerzos eran inútiles. Pronto cayó rendido y llorando. No dejaba de pensar en su madre y por qué la habría desobedecido. Él sólo quería encontrar a su amigo pero no se imaginaba que todo saldría mal... ahora no sabía si volvería a ver a su mamá. Si lo que su abuela Uma le había contado era verdad y si nada lo remediaba, pasaría el resto de su vida trabajando para esos hombres... Lamentando su imprudencia, se quedó dormido...

A la mañana siguiente, Luar fue a buscar a Banyu, le llamó, tocó el violín esperando que apareciera pero nada… Al principio pensó que su amigo se había enfadado por haberle dejado solo tantos días, esa idea le entristeció. Buscó y buscó llamando a Banyu sin cesar pero no obtuvo respuesta.

Mientras, los elefantes cautivos empezaban a sentirse muy nerviosos, los hombres que los retenían pronto se dieron cuenta de que algo pasaba y antes de poder siquiera reaccionar la tierra empezó a moverse. ¡Era un terremoto! Los hombres soltaron a los elefantes para poder montarlos y huir hacia una zona más segura, y lo mismo hicieron con el pequeño Banyu pensando que éste seguiría al resto de los elefantes adultos, pero, en el momento en que Banyu se vio libre, corrió y corrió lejos de los hombres. Quería encontrar a su madre y a su mejor amigo Luar.

La tierra se movía cada vez más y el pequeño Luar cometió el error de refugiarse en una cueva al abrigo de los árboles. Los grandes troncos no tardaron en ceder al temblor de la tierra y cayeron y tapando la entrada del lugar donde él se había refugiado. Luar estaba atrapado.

Al cabo de un rato, el terremoto cesó, y aunque había sido bastante fuerte, por fortuna sólo había durado unos minutos. Banyu llamaba a su madre con insistencia haciendo sonar su trompita y ella, oyéndole fue a su encuentro. Banyu se sintió tan bien al verla aparecer... pidió perdón por haber desobedecido y su madre, contenta por haber encontrado a su pequeño finalmente sano y salvo le perdonó y le hizo mil mimos y caricias. Banyu estaba preocupado por sus amigos humanos así que juntos fueron a la casa de Luar para ver si todos estaban bien. Pero al llegar, Alania muy preocupada, le dijo que el niño había salido a buscarle y que no había regresado.

El padre de Luar había ido a su encuentro y ahora estaba en la jungla llamando desesperadamente al niño perdido. Al momento Banyu y Anjali se unieron a la búsqueda junto con el resto del clan. Incluso Uma, la vieja elefanta, les acompañaba afligida porque le hubiera podido pasar algo malo al niño humano que había conquistado el corazón de su nieto. Ella comprendía, por fin, que no todos los hombres eran iguales y que algunos de ellos también podían ser buenos y respetuosos con su libertad.

Los elefantes llamaron a Luar sin obtener respuesta. De pronto Banyu oyó algo, un sonido lejano pero muy conocido para él. A lo lejos, y muy bajito, se oían las notas de un violín. Banyu siguió ese rastro musical y llegó a la entrada de la cueva donde se había quedado atrapado Luar. Entre todas las elefantas consiguieron retirar los troncos que taponaban la entrada. Una vez el camino al interior de la cueva quedó despejado, el pequeño Banyu corrió al interior al encuentro de su amigo. Cuando Luar le vio, sollozando, se abrazó a su amigo elefante.

Uma corrió para ir a buscar al padre de Luar, quien seguía gritando su nombre en la espesura del bosque. Al ver a la vieja Uma el hombre se puso a la defensiva. A pesar de que su esposa y sus hijos le habían hablado de sus amigos, él, que aún no los conocía, se sentía asustado y recelaba de esos animales salvajes. Uma le habló con calma tranquilizándole, le contó que habían encontrado a Luar y que estaba sano y salvo con la manada. El padre de Luar aliviado, lloró sobre una de las enormes patas delanteras la elefanta. La vieja Uma, enternecida, le ofreció subir sobre ella. Juntos atravesaron veloces el bosque y llegaron a la entrada de la cueva. Cuando salió, Luar corrió a los brazos de su padre quien, feliz, lo llevó a hombros hasta casa.

La manada acompaño a Luar y a su padre hasta su hogar, donde Éola y Alania les recibieron entre lágrimas de alegría. Todos juntos bailaron e hicieron sonar los violines en una alegre tonada. Luar enseñó a su elefante a coger el arco del violín con la trompa y deslizarlo suavemente sobre las cuerdas del instrumento mientras él lo sujetaba. Tocaron juntos para celebrar su reencuentro, cumpliendo así uno de los sueños, quizá el más importante, del joven elefante Banyu: el elefante que quería tocar el violín.

Los padres de Luar estaban tan agradecidos que consiguieron que se hiciera una reserva para elefantes cerca de donde ellos vivían para evitar que las talas de los árboles acabasen con su magnífico bosque y que ellos fueran capturados. Querían que sus amigos pudieran vivir por siempre en libertad.

Luar y Banyu siguieron siendo siempre amigos, y tocaron juntos muchas veces más. Banyu se convirtió en el primer elefante que sabía tocar el violín.