martes, 15 de junio de 2010

El valor de un beso

Ayer leía un artículo en un periódico sobre los besos, sobre cómo el beso es una forma de comunicación tanto consciente como inconsciente, cómo a través de un beso no sólo decimos muchas cosas si no que tomamos mucha información de aquel al que besamos. Sin saberlo intercambiamos hormonas que nos hacen saber si alguien es o no compatible con nosotros, si genéticamente formamos una buena pareja (dicen que por eso una mujer nunca se acuesta con un hombre si no le ha besado antes… sustrato primitivo de nuestra necesidad reproductiva). Pero al margen de consideraciones científicas, el beso es la caricia más necesaria de la vida. Sé que hay culturas en las que sus miembros no se besan nunca, tal vez porque han sustituido este bello y dulce gesto por otro de significado equivalente. Yo no puedo pasar un solo día sin besar a las personas que amo, mi marido y mis hijos. Con mis besos les doy los buenos días, las buenas noches, les digo que les he echado de menos, que les necesito y que lo daría todo por ellos. A los niños que estoy, y estaré siempre para protegerles, para dar mi vida por ellos, a mi esposo que necesito de él y que lo mismo estoy dispuesta a darle para que se sienta amado.
Tantas cosas con un simple beso, un maravilloso gesto del que nadie debería prescindir.
Os dejo un extracto del artículo publicado en El Mundo:
Cada beso que se da consume 12 calorías. Quizás sea porque para emplearnos en ello, debemos mover hasta 36 músculos, o bien porque las pulsaciones del corazón aumentan de 60 a 100 latidos cada vez que unos labios se unen a otros. La huella de cada ósculo va más allá, viaja hasta el cerebro, no sólo deja rastro en nuestra memoria sino que interviene en un gran número de circuitos neuronales.
Buena parte de nuestra felicidad depende de la cantidad de besos que nos dan o damos. Al juntar nuestra boca con la de otra persona, el sistema límbico, situado en el centro del cerebro, se encarga de transmitir esta información a otras áreas como la corteza o al tronco del encéfalo que regula los mecanismos vegetativos de la respiración, el ritmo cardiaco, la tensión arterial, el tono muscular, la salivación o la secreción hormonal.
Según diferentes estudios científicos, cuando besamos apasionadamente se liberan un buen número de hormonas, como las endorfinas, que generan una sensación de bienestar y tienen efecto analgésico. A ellas se les une la oxitocina y la testosterona, la primera relacionada con la lactancia y la excitación sexual, mientras que la segunda está involucrada en un gran número de procesos fisiológicos incluido también el relacionado con el deseo sexual. A éstas les seguirá la adrenalina y noradrenalina, que elevarán la tensión arterial y los latidos del corazón.
"Los besos van directamente al cerebro".

viernes, 4 de junio de 2010

Los riesgos del deporte

Si ya lo decía yo… el deporte tiene sus riesgos, y lo estoy experimentando en mis propias carnes.
Yo que había decidido ponerme en forma ya que se acerca la hora de ponerse el bañador….
Pues eso, mirando mi repertorio de ropa de baño, y digo ropa, porque soy de las que llevan bañador de cuello vuelto (ya os contaré otro día sobre mi aversión a los bikinis) me he dado cuenta de que tan poca tela no tapa las cartucheras, ni los michelines tan bien como lo hacen mis queridas camisolas hippies y los vestiditos corte imperio. Así que, como estamos en crisis y no está la cosa para dejarse un dineral en pareos, me había decidido a seguir los consejos de mi amigo Ramón y ponerme a hacer ejercicio, y como no soy de sufrir por sufrir, había elegido un deporte que me encanta, que lo puedo compartir con mis hijos y que es divertido: Patinar.
Hace una semana estrené mi nuevo par de patines (los viejos deben andar en el baúl de los recuerdos en casa de mi madre) Son chulísimos y se abrochan fácilmente, nada que ver con los interminables agujeros y ganchitos con los que tenía que asegurar mi viejo par de “patines de bota” (sí, en aquellos tiempos se llamaban “patines de bota”). En mis tiempos yo patinaba muy bien, y no hace mucho que estuve con los enanos en una pista de hielo y comprobé que no todo se había perdido, así que, a petición de mi hijo mediano, me enfundé mis nuevas maravillas para enseñarle cómo se patina hacia atrás.
Unas cuantas vueltas, unos pocos giros y yo ya tenía de nuevo controladísima la situación. Hasta que minutos más tarde fui a dar con mi cuerpecillo de treintañera avanzada en el suelo. Tuve mala suerte, y el resultado es una mano izquierda escayolada y un amor propio muuuuy dolorido. Pero no creáis que lo peor ha sido el golpe, bueno, el golpe físico, quiero decir, lo peor ha sido el golpe psicológico, cuando el pipiolillo del traumatólogo va y, tras preguntarme lo que me había pasado, se sonríe y en tono jocoso, así como para quitarle hierro, va y me dice que es que ya no tengo edad…. ¡¿Pero cómo que ya no tengo edad?!, pues bien, esta semana he oído la misma coletilla unas… 40 veces! Entre mis amigos, en la oficina… hasta el camarero que me pone el café por las mañanas ha soltado el comentario… Al final me lo voy a tener que creer…
Me parece que este fin de semana voy a meditar seriamente sobre ello… quien sabe a lo mejor el lunes voy a la mercería y me compro un par de agujas para hacer calceta, o a lo mejor alquilo un parapente y le demuestro al listillo del traumatólogo de 26 añitos de lo que somos capaces las nacidas a principios de los 70!