viernes, 17 de febrero de 2012

Una historia inacabada (10)


Las primeras luces del alba me despertaron. Parece que finalmente me había dormido. Sentía el cuerpo dolorido y un cansancio extremo. La tensión que había sufrido se dejaba sentir en cada uno de mis músculos, de mis huesos.

Me levanté pronto para ducharme y vestirme. Desayuné en el primer turno, deprisa, sin apenas probar el cacao caliente. Quería dejar tiempo suficiente para hacerle una breve visita a mi amiga Eanny. 

Dispuesta a entrar en la enfermería me encontré con la férrea defensa de Sor Madelaine.

- No, definitivamente no puedes entrar
- Pero…
- Claire, Breanna está muy enferma y necesita descanso para restablecerse lo antes posible… además no querrás contagiarte, ¿verdad?
- No… yo…  - titubeé
- Pues eso, niña. Anda, vete al salón hasta que empiecen las clases, o pídele a Adele un poco de leche y un bizcocho extra, ¡que te estás quedando en los huesos!

Me alejé de la enfermería por el largo corredor. No pude evitar recordar las palabras de Sor Madelaine “te estás quedando en los huesos” me detuve un momento a contempar mi reflejo en uno de los ventanales que como soldados en formación custodiaban ambos lados del pasillo. De pronto me sentía una extraña dentro de mi propio cuerpo que en los últimos meses no sólo había perdido unas cuantas libras. Consciente, por primera vez en mucho tiempo, de mis formas me vi unos dedos alargados, los tobillos se me habían afinado mucho, al igual que mi cintura. También debía haber crecido unos cuantos centímetros. Mis muslos se habían estilizado y mis caderas, aunque estaban faltas de relleno, se habían ensanchado y redondeado. También lo habían hecho mis senos. Tal y como Eanny aventuraba, a los 15 años estaba empezando a convertirme en una mujer.

El aislamiento de mi mejor amiga me daba pocas oportunidades de conocer lo que ella había averiguado la noche que enfermó. Sabía que quería contarme algo, pero no le había sido posible. Yo no tenía su coraje y no me atrevía a andar sóla por las noches entre las lápidas del cementerio, pero la creciente curiosidad me hacía cosquillas en el estómago y las cosquillas siempre me exasperaban. Tenía que idear un plan para que me llevasen a la enfermería junto a Breanna, así podríamos hablar. To qué instintivamente mi frente para comprobar si mi temperatura no había subido… pero no… estaba fresca y lozana como una rosa recién brotada. Tampoco me dolía el estómago… Ay que ver, estaba deseando enfermar para poder estar al lado de mi amiga.

De pronto recordé ora vez lo que me había dicho Sor Madelaine, estaba muy delgada… no me iba a costar demasiado fingir un ataque de debilidad, aunque no creía que eso fuera suficiente para que me llevasen a la enfermería… No, a lo sumo, me encerrarían en el dormitorio guardando un poco de reposo… no quedaba más remedio que echarle un poco de teatro. A nadie le extrañaría que tras la muerte de mi madre, alejada de mi mejor amiga, y con esta “debilidad” que me acosaba, sufriera un ataque de histeria. Esa era la solución. Habría que esperar el momento justo. Unos gritos, un fingido desmayo y derechita a la enfermería, seguro.

2 comentarios:

  1. Gracias, amiga. La seguiré en Twiteer. Por cierto, me gustaría invitarla a la presentación de lo novela.

    http://garciafrances.blogspot.com/

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  2. Gracias, me encantaría asistir. Nos seguimos ;-)
    Un saludo

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