miércoles, 6 de enero de 2010

Prólogo

Eran las dos de la madrugada. A mediados de Septiembre, por las noches, ya hacía bastante frío en Madrid. El lugar elegido para la reunión era el parque de la Torre Picasso. A esas horas, entre semana, estaba casi desierto y había muchos recovecos donde sentarse y mantener una discreta charla lejos de los ojos de los curiosos. Dos hombres vestidos con traje oscuro se movían inquietos. Uno de ellos fumaba tratando de aparentar tranquilidad, sentado en un banco de piedra, mientras que el otro caminaba de un lado al otro y se asomaba ligeramente a los pasadizos que rodean la zona. De entre las sombras apareció una tercera figura, un hombre menudo y enjuto de piel oscura y pelo moreno.

Los tres hombres se saludaron cortésmente y se sentaron en el banco. No había nadie por los alrededores, ni siquiera se veía a los mendigos que a veces habitan la zona. En voz muy baja empezaron a hablar. El hombre que fumaba dijo:

- Será complicado, necesitaríamos más tiempo
- Sí señor, pero es tiempo lo que no tenemos, usted mejor que nadie debe saber que este negocio se basa en la rapidez, en que podamos tener la información antes de que el producto salga oficialmente al mercado. El beneficio está precisamente en adelantarnos. – dijo el hombre enjuto con un marcado acento indio.
- Pero… - intentaba contestar el otro hombre
No, señor. Nosotros hemos llegado a un acuerdo, Queremos la información completa en menos de una semana.
- Mire, si cree que otras personas pueden hacerlo mejor, pues entonces pídaselo a ellos – volvió a intervenir el otro hombre – es más, yo me retiro… este asunto me viene grande, no quiero formar parte de esto…
- Me temo que eso ahora no es posible, señor – repuso el indio – hemos llegado a un acuerdo y ahora no puede echarse atrás… lo que ya sabe sobre nosotros le vincula a la operación. Espero que entienda lo que quiero decir…

Durante unos minutos discutieron sobre este tema. El hombre que fumaba había abandonado su estudiada pose calmada y ahora se mostraba muy nervioso, trataba de convencer al otro de que mantuviera su participación, de que no se echara atrás, de que ya era tarde para eso.

El indio estaba tranquilo, hablaba muy pausadamente, sin alterarse lo más mínimo mientras sus dos interlocutores se enervaban por momentos. Discutían entre ellos. El hombre que fumaba intentaba tranquilizar al otro sin éxito, convencerle de que, simplemente, no podía retirarse.

- ¿ Me estás amenazando? – preguntó airado.
- No, yo no te amenazo, pero, por favor, piénsalo, esto no es un juego, esta gente…
- No, me voy, no quiero saber nada más del tema… no estoy dispuesto a que nadie intente amedrentarme. Se acabó, y punto.

En ese momento, en cuestión de décimas de segundo, el hombre indio se levantó con parsimonia del banco y se aproximó a los dos hombres que seguían discutiendo en voz baja pero muy acalorados. El indio sacó un arma de su chaqueta, una pistola con silenciador. El terror se dibujó en los ojos de los dos hombres. Sin mediar palabra disparó al que se había encarado en la frente.

El hombre yacía en el suelo inerte, el pánico aún se reflejaba en sus ojos. El fumador estaba en pie, paralizado, con la boca entreabierta incapaz siquiera de respirar.

El hombre indio no miraba al fumador, mantenía sus ojos fijos en el cadáver. De pronto levantó un brazo e hizo un gesto con la mano. Del mismo lugar de donde él había aparecido unos minutos antes salieron otros dos hombres ataviados con un estilo que recordaba a los años setenta, americanas de color indefinido con dos cortes atrás y camisas sin corbata. Recogieron el cuerpo del suelo y se lo llevaron en volandas ante la atónita mirada del fumador.

- Espero que ahora usted entienda que un trato es un trato y que no es posible romperlo – dijo el hombre indio sin apenas mostrar un ápice de inquietud

El fumador no fue capaz de responder, se limitó a asentir levemente con la cabeza. El hombre moreno se marchó, dándole la espalda sin la menor preocupación.
Allí quedó él unos segundos, seguía petrificado por lo que acababa de presenciar. Cuando al fin reaccionó, sólo pudo caminar rápidamente hacia su coche. Una vez dentro cerró los seguros y arrancó. Condujo deprisa Castellana abajo, en dirección a la Plaza de Colón. Trataba de encender un cigarrillo pero le temblaban las manos ¿le habría dicho su socio a alguien que estaría con él esa noche? No, seguramente no… Pero ¡Dios! ¿Qué demonios había pasado? ¿Cómo había llegado a suceder todo aquello? Estaba muy tenso.

Al llegar a Colón entró por Génova y giró a la derecha para llegar a Monte Esquinza, allí, aparcó su coche en la calle y sacó una llave de su bolsillo. Abrió el portal del número cinco y subió al segundo piso. Entró en la casa y fue directo al dormitorio. Allí había una mujer tendida en la cama. Dormía tranquila. Se desnudó y se duchó con agua muy fría, frotando su cuerpo enérgicamente con la esponja. Después se metió en la cama junto a la mujer, la despertó, ella gruñó un poco. La abrazó con fuerza y la besó con violencia, metió su mano entre los muslos de ella y le abrió las piernas. La chica protestó un poco pero se dejó hacer. Él la penetró y se descargó sobre ella. Después, los dos se durmieron.

Para empezar el año...

Como alguno ya sabe, tengo una novela que no he publicado y a partir de hoy voy a ir colgando los capítulos aquí en el blog...

La verdad es que me encantaría recibir los comentarios a lo que vayais leyendo, así que adelante, vía libre para la crítica :-)

¿Empezamos?