lunes, 30 de enero de 2012

Una historia inacabada (5)


Me condujo entre las lápidas hasta un pequeño claro desde donde se veía la casita. Allí, más adelante, se adivinaba una edificación que, a primera vista, parecía un panteón un poco más grande que los demás. Yo contenía la respiración y agarraba la mano de Eanny con todas mis fuerzas. Caminábamos muy despacio tratando de acallar el sonido de nuestras pisadas. Los ojos de Breanna estaban muy abiertos. La escasa luz de la luna hacía brillar algunos de sus cabellos que, rebeldes, se escapaban de la trenza que colgaba a lo largo de su espalda. Volutas de vaho salían de su boca a un ritmo creciente según aumentaba su excitación. De pronto una titilante luz se abrió paso entre las tumbas. ¡provenía de la casita! Yo me tragué un grito de horror y clavé mis dedos en la mano de mi amiga, quien dio un respingo y trató de zafarse de la insoportable presión de la mía.

Estábamos paralizadas cuando noté que alguien caminaba a nuestra espalda. La sensación de frío, de que la sangre y la vida se me escapaban por los pies, me impedía volver la cabeza para ver lo que estaba ocurriendo.

Quien fuera caminaba sin cuidado, no esparaba no ser descubierto, oímos petrificadas cómo se acercaba inexorablemente hacia nosotras.

Cuando la hermana Adele puso sus manos en los hombros de Eanny pensaba que había llegado nuestro fin. Su dulce vocecilla nos sorprendió, fue un alivio indescriptible el descubrir que era ella quien nos había seguido.

La hermana Adele era una mujer mayor, de unos cincuenta y pico años, rechoncha y callada, de mejillas sonrosadas y mirada alegre. Era algo así como la mujer de los recados. Considerada inferior por el resto de la congregación, porque no brillaba precisamente por su inteligencia, era la recadera oficial, además, ayudaba en la cocina. Tenía una debilidad por las internas de la que no hacían gala el resto de las hermanas, a cambio, todas la queríamos mucho. No era extraño ver cómo a escondidas le llevaba un bocado a media noche a la que se hubiera quedado con hambre, o consolaba a la que se hubiera quedado castigada… Tenía un corazón tierno y su dulzura se veía recompensada por el cariño que le teníamos aunque no pocas veces era reprendida por la Superiora por dejarse ablandar demasiado con nuestras carantoñas.

- Pero niñas ¿qué hacéis aquí?
- Hermana… -traté de articular
- ¡Vamos dentro antes de que alguien se entere de que habéis salido!

Sentada en un taburete de la cocina, mis piernas colgaban inertes, mis brazos estaban muertos y era como si ya no latiera mi corazón. La hermana se afanaba en prepararnos una bebida caliente mientras mis pupilas seguían dilatadas por la excitación del momento. Eanny caminaba en círculos alrededor de la enorme mesa donde se preparaban las comidas.
Adele nos miraba inquisidora y preocupada.

Nos había visto salir del edificio, decidió seguirnos para alertarnos y devolvernos al dormitorio antes de que ninguna otra de las hermanas nos viera y evitarnos el castigo.

Adele estaba preocupada, nunca nos delataría, pero en sus brillantes ojillos castaños se adivinaba cierta tristeza y decepción provocada por nuestra negativa a contarle qué nos había impulsado a ir al cementerio escapando del dormitorio, contraviniendo las normas.

Tanto Breanna como yo éramos alumnas ejemplares, buenas estudiantes y disciplinadas, respetuosas con las normas…. Nuestra excursión nocturna no encajaba, en absoluto, con nuestro comportamiento.

Yo había enmudecido, esperaba en silencio a que Breanna quisiera contarle a la hermana nuestro secreto. No me sentía con derecho a hacerlo yo misma. Ante el persistente silencio de mi amiga, la hermana nos dejó apurar el chocolate caliente antes de enviarnos de vuelta al dormitorio no sin antes abrazarnos amorosamente.