lunes, 22 de noviembre de 2010

Un cuento

a lo largo de esta semana os voy a ir colgando fragmentos del cuento que le he escrito al mediano de mis hijos, quien es un fanático de los elefantes y al que encanta tocar el violín. Dedicado a él os dejo el principio de "Banyu, el elefante que quería tocar el violín"

Hace muchos años, en el lejano país de Indonesia, vivía en la selva una manada de elefantes. Eran libres y vivían en paz, lejos de los hombres, libres de trabajar para ellos.

La manada estaba liderada por la matriarca Uma, una vieja elefanta muy sabia y amorosa, que había traído al mundo a la mayoría de las hembras que componían su grupo y a otros tantos elefantes que, de jóvenes se habían separado de éste para buscar otras elefantas con las que tener sus crías. El elefante más joven de la manada se llamaba Banyu, que en nuestro idioma significa agua, porque sus ojos tenían el color de los mares del país, y sólo hacía seis meses que había nacido. Era el cuarto nieto de Uma, nacido de Anjali, y era el miembro más protegido del clan, además de la única cría del grupo.

Por su pequeño tamaño, el bebé elefante era fácil presa para sus depredadores, como los tigres, y por ello, todas las elefantas del grupo lo protegían con celo. Cuidaban de que no se despistara de la manada y le procuraban los brotes de plantas más tiernos para que pronto se hiciera un elefante fuerte y grande. Siempre acompañado de su madre y sus tías, a Banyu le encantaba nadar y también remojarse en pequeñas lagunas donde el agua apenas le cubría sus patitas.

Los hombres se acercaban cada día más al lugar donde vivía la manada de Uma. Llegaban con sus máquinas y derribaban los árboles, dejándoles cada vez menos espacio a los elefantes. Si se quedaban allí, donde siempre habían vivido, pronto no había bosque donde refugiarse y los hombres les capturarían para obligarles a trabajar transportando la madera de los árboles que talaban.

Así, una mañana, cuando Banyu ya era lo suficientemente mayor como para aguantar el viaje, las elefantas caminaron durante horas buscando nuevos lugares tranquilos donde los pastos fueran más verdes y las aguas más claras, lejos de los taladores. Finalmente, llegaron a una zona del bosque donde nunca antes habían estado y les pareció hermosa. Había árboles muy grandes y verdes, y charcas de agua fresca por todos lados. Decidieron asentarse allí durante una temporada.

Mientras las elefantas descansaban del largo caminar y se refrescaban, Anjali aseaba a su pequeño, remojándole con su trompa y chapoteando con él en el agua. De pronto, de entre las sombras del espeso bosque comenzó a salir una fina melodía. El sonido era suave y agudo, las notas de aquel instrumento cautivaron al jovencito Banyu, quien pronto se sintió hipnotizado por tan bello sonido. Preguntó a su madre si sabía qué lo producía, pero ella no supo contestarle. Tampoco sus tías, o su abuela pudieron darle una respuesta.