martes, 31 de enero de 2012

Una historia inacabada (6)


Una tarde cualquiera, cuando empezaba ya a anochecer, un automóvil llegó por el camino de tierra que cruzaba el bosque hasta el internado. Vimos las luces aproximarse y cómo una de las hermanas salía a recibir a sus ocupantes.

Aquello era motivo de excitación, nunca recibíamos visitas, yo sólo recuerdo unas pocas ocasiones similares en las que varias parejas vinieron para adoptar a alguna de las niñas más pequeñas. Cuando se pasaba de los seis años, las posibilidades de que una familia quisiera acoger a alguna de las huérfanas eran mínimas. Aún así, las visitas siempre resultaban un interesante tema de cotilleo, aunque simplemente fuera por romper nuestra aburrida rutina.

Cuando la Hermana Adele entró en la sala y dijo mi nombre se me aceleró el pulso. ¿Sería mi padre? ¿Era de verdad?, me apresuré a la puerta tratando de mantener la compostura, pues a las hermanas no les gustaba que corriéramos por los pasillos. Estaba a punto de llorar de alegría.

Él no había venido a visitarme desde que tenía diez años. Había escrito muchas cartas al principio pero poco a poco dejó de hacerlo. Aunque en esos momentos, soñando que venía por fin a buscarme, olvidé todos los malos ratos, los reproches que internamente le había hecho, las veces que lloré jurándome no volver a pensar en él. La alegría del momento me invadía, lo olvidé todo… Él venía a por mí.

Me recibió con un frío y formal abrazo, mencionó algo sobre lo mucho que había crecido y que ya era toda una mujercita. Su distancia me sobrecogió. A su lado, un paso más atrás había una mujer de cabello castaño claro, casi rubio, joven, bien vestida, tocada con un sombrerito de terciopelo negro muy coqueto y unas graciosas gafas en forma de mariposa. Su secretaria personal, me anunció él. Mi castillo de naipes se empezaba a tambalear. Algo me decía que no traía buenas noticias y mis ilusiones de abandonar el internado se desdibujaban por momentos. No puedo explicar exactamente que fue lo que me condujo a esa suposición, pero allí estaba yo, plantada frente a mi padre esperando escuchar lo que tuviera que decirme con el corazón helado.

Él me pidió que me sentara a su lado, su expresión se dulcificó falsamente, me tomó de la mano y casi sin dejarme respirar me comunicó la muerte de mi madre. La enfermedad la había vencido hacía tres días. No había querido llamar por teléfono porque prefería que lo supiera directamente por su boca. La habían enterrado esa misma mañana en el cementerio cercano a nuestra casa en la ciudad. Ella había pedido que me transmitiera cuanto me quería…. Él debía partir de inmediato pues sus negocios así lo requerían, y yo tenía que permanecer en el internado. Él estaba seguro de que era un buen lugar donde cuidaban de mi formación tanto personal como intelectual y que, después de consultarlo con Julie (ahora era Julie, de ser sólo su secretaria había pasado a ser Julie, dicho con una suave y cariñosa entonación) habían decidido que lo mejor para mi era continuar allí mis estudios hasta que me graduase, ya que no era conveniente para una chica de mi edad tener que viajar de un lado a otro del país constantemente. Después de la graduación podría trasladarme de nuevo a la casa familiar para fijar allí mi residencia.

Miró a Julie como si buscase su aprobación y ella le dedicó una sonrisa complaciente sin quebrantar su silencio. Mi padre no me dejó abrir la boca. Una vez hubo finalizado su rápida y ensayada elocución se levantó sin darme tiempo a reaccionar y se marchó. Esta vez decidió regalarme un beso en la mejilla, un gesto igual de frío y calculado que su recibimiento.

Mamá, mi madre… ya no estaba y yo no sabía qué era lo que sentía en esos momentos. Tantos años allí sola, soñando con su recuperación, con regresar a su lado… pero ella se había ido para siempre. ¿La echaría de menos? En aquellos momentos no sabía si mis calladas lágrimas las causaba la pena de su muerte o la rabia por haber desperdiciado todos estos años en aquel maldito lugar, lejos de ella, por haberme perdido sus últimas miradas, sus últimas sonrisas, sus últimas palabras para mí, o tal vez por la rabia y el desprecio que sentía por mi padre por haberme impedido estar con ella y haberme confinado a aquel horrible lugar, que desde hacía ocho años había sido y seguiría siendo mi único hogar.

La hermana Adele me sostuvo unos minutos por los hombros, tratando quizá de insuflarme fuerzas para que pudiera moverme o para que fuera capaz de articular una palabra.

Me empujó con ternura hasta la cocina donde me preparó un chocolate caliente con mucho azúcar.

lunes, 30 de enero de 2012

Una historia inacabada (5)


Me condujo entre las lápidas hasta un pequeño claro desde donde se veía la casita. Allí, más adelante, se adivinaba una edificación que, a primera vista, parecía un panteón un poco más grande que los demás. Yo contenía la respiración y agarraba la mano de Eanny con todas mis fuerzas. Caminábamos muy despacio tratando de acallar el sonido de nuestras pisadas. Los ojos de Breanna estaban muy abiertos. La escasa luz de la luna hacía brillar algunos de sus cabellos que, rebeldes, se escapaban de la trenza que colgaba a lo largo de su espalda. Volutas de vaho salían de su boca a un ritmo creciente según aumentaba su excitación. De pronto una titilante luz se abrió paso entre las tumbas. ¡provenía de la casita! Yo me tragué un grito de horror y clavé mis dedos en la mano de mi amiga, quien dio un respingo y trató de zafarse de la insoportable presión de la mía.

Estábamos paralizadas cuando noté que alguien caminaba a nuestra espalda. La sensación de frío, de que la sangre y la vida se me escapaban por los pies, me impedía volver la cabeza para ver lo que estaba ocurriendo.

Quien fuera caminaba sin cuidado, no esparaba no ser descubierto, oímos petrificadas cómo se acercaba inexorablemente hacia nosotras.

Cuando la hermana Adele puso sus manos en los hombros de Eanny pensaba que había llegado nuestro fin. Su dulce vocecilla nos sorprendió, fue un alivio indescriptible el descubrir que era ella quien nos había seguido.

La hermana Adele era una mujer mayor, de unos cincuenta y pico años, rechoncha y callada, de mejillas sonrosadas y mirada alegre. Era algo así como la mujer de los recados. Considerada inferior por el resto de la congregación, porque no brillaba precisamente por su inteligencia, era la recadera oficial, además, ayudaba en la cocina. Tenía una debilidad por las internas de la que no hacían gala el resto de las hermanas, a cambio, todas la queríamos mucho. No era extraño ver cómo a escondidas le llevaba un bocado a media noche a la que se hubiera quedado con hambre, o consolaba a la que se hubiera quedado castigada… Tenía un corazón tierno y su dulzura se veía recompensada por el cariño que le teníamos aunque no pocas veces era reprendida por la Superiora por dejarse ablandar demasiado con nuestras carantoñas.

- Pero niñas ¿qué hacéis aquí?
- Hermana… -traté de articular
- ¡Vamos dentro antes de que alguien se entere de que habéis salido!

Sentada en un taburete de la cocina, mis piernas colgaban inertes, mis brazos estaban muertos y era como si ya no latiera mi corazón. La hermana se afanaba en prepararnos una bebida caliente mientras mis pupilas seguían dilatadas por la excitación del momento. Eanny caminaba en círculos alrededor de la enorme mesa donde se preparaban las comidas.
Adele nos miraba inquisidora y preocupada.

Nos había visto salir del edificio, decidió seguirnos para alertarnos y devolvernos al dormitorio antes de que ninguna otra de las hermanas nos viera y evitarnos el castigo.

Adele estaba preocupada, nunca nos delataría, pero en sus brillantes ojillos castaños se adivinaba cierta tristeza y decepción provocada por nuestra negativa a contarle qué nos había impulsado a ir al cementerio escapando del dormitorio, contraviniendo las normas.

Tanto Breanna como yo éramos alumnas ejemplares, buenas estudiantes y disciplinadas, respetuosas con las normas…. Nuestra excursión nocturna no encajaba, en absoluto, con nuestro comportamiento.

Yo había enmudecido, esperaba en silencio a que Breanna quisiera contarle a la hermana nuestro secreto. No me sentía con derecho a hacerlo yo misma. Ante el persistente silencio de mi amiga, la hermana nos dejó apurar el chocolate caliente antes de enviarnos de vuelta al dormitorio no sin antes abrazarnos amorosamente.

viernes, 27 de enero de 2012

Descubriendo a Mr. Twitter, o como dejar de fumar en "10 trinos"

Maravilloso y sorprendente mundo... sí señor...

Gracias a Santiago he descubierto las posibilidades de esta red, gracias a él, a sus ánimos, a sus amigos (mi #FF a Almudena y Juan Carlos) , he encontrado gente que es realmente una fuente de inspiración, un acicate para convertirse en alguien mejor. Y es que Twitter está poblado de personas que siempre tienen algo interesante que decir, que te ayudan, te animan y te impulsan... te acogen como a alguien más de su gran familia de twitteros... Gracias de corazón: ,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,, (mi seguidor más fiel), y todos los demás...

Eso sí, absorbe muchíiisimo, porque hay tanto, tanto que leer! Por supuesto hay días que no llego a todo, muy a mi pesar, pero trato de seguir "de verdad" a todos. simplemente, me encanta...

Ah! otra cosa digna de mención, paso tanto tiempo leyendo que he reducido drásticamente mi consumo de cigarrillos. Mucho mejor que los parches!!!!!

Un abrazo a todos seguidores y seguidos.
:-)


jueves, 26 de enero de 2012

Un historia inacabada (4)

Fuera la lluvia arreciaba y no podíamos entretenernos en el patio para que Breanna continuara su historia. Las clases estaban a punto de reanudarse, el descanso tocaba su fin. Yo le suplicaba con la mirada, pero ella se limitó a coger la manga de mi chaqueta y arrastrarme dentro de la residencia antes de que acabásemos caladas.

Por la noche, cuando todas las demás dormían yo la animaba a continuar nuestra conversación. Ella, a regañadientes, empezó a narrar de nuevo cómo se había escapado en plena noche de la habitación y había llegado hasta la iglesia.
- Vi una lucecita en mitad del camposanto. Imagínate qué susto, pero de pronto la lucecita se apagó, quedando todo el paisaje frente a mí de nuevo a oscuras. Creí que había sido una alucinación, pero mientras trataba de convencerme de ello, la luz volvió a encenderse unos segundos para volver a desaparecer de nuevo. No sé qué me impulsó a atravesar la verja del cementerio para buscar la fuente de aquella luz. Me vi caminando entre las tumbas, silenciando mis pasos cuando…

- ¡Niñas! – rugió la hermana vigilante – callaos u os vais a ver castigadas por mucho tiempo

Ante tal difusa amenaza, Breanna puso cara de circunstancia y se dio media vuelta en la cama con intención de dormir. Yo, refunfuñando hice lo mismo.

Cuando por fin me había quedado dormida, sentí como alguien me zarandeaba.

- ¡Eanny! ¡Qué susto!
- ¡Shhhhh! - Me urgió – La hermana Adele ya duerme… mi mejunje con valeriana ya ha hecho sus efectos ¿me acompañas?

Yo me levanté en silencio. Breanna ya estaba envuelta en su chaquetón y se había puesto las botas. Yo hice lo mismo y la seguí fuera del dormitorio.

- Escucha – me dijo – Cuando entré en el cementerio la curiosidad me pudo, no sé qué decir, vi aquel resplandor y tuve que averiguar qué era. Caminé por el interior al cementerio y encontré algo increíble. Por cierto... no te imaginas lo enorme que es ese lugar... Allí, en medio de los mausoleos había una casa.
- ¿Cómo?
- Sí, eso mismo pensé yo... al principio me pareció un panteón como los demás, un poco más grande, pero cuando me acerqué vi que la puerta tenía cristales y había ventanas... Todo estaba oscuro así que me acerqué a la puerta. La empujé un poco y estaba abierta. Del interior salía frío y olía a moho...
- Breanna, estás loca..
- Déjame terminar – me urgió mi amiga- ¿qué pinta una casa en medio del cementerio… que yo sepa no hay ningún guarda.. ¿no?

Bajamos sigilosas las escaleras y salimos a la explanada. Hacía un frío terrible y las nubes apenas dejaban pasar algún rayo de luna que iluminase nuestros pasos. Temblaba, pero más que por el frío, por el miedo que se hacía grande en mi estómago como una incómoda bola de gas.

Llegamos frente a la verja y allí Breanna escrutaba los barrotes, los tocaba… Uno de ellos se movió. Eanny lo empujó hacia arriba abriendo un hueco por el que podíamos colarnos sin demasiada dificultad.

El suelo del cementerio parecía blando, como una moqueta de turba y musgo que se extendía bajo nuestros pies. Yo estaba aterrada, como cualquier niña de quince años lo estaría en mi situación. Entonces aún no había comprendido que a los que se debe temer es a los vivos y no a los que ya descansan en paz. Agarraba firmemente la mano de mi amiga, ella no parecía tener miedo, o eso, o su curiosidad era más fuerte que aquél.

miércoles, 25 de enero de 2012

Una historia inacabada (3)


El sol comenzaba a asomarse entre las altas copas de los árboles arrojando destellos rojizos y anaranjados y bañando con su luz los fríos muros del internado. Nuestras compañeras de habitación se iban despertando, Algunas se levantaban, aún adormiladas, para usar los baños lo antes posible.

El edificio de los dormitorios tenía cuatro plantas. En la planta baja estaban el comedor y las cocinas, además de una sala de uso común, donde las internas pasábamos la mayor parte de los pocos ratos de esparcimiento de que disfrutábamos. Después, en cada planta había cuatro dormitorios con quince camitas cada uno. Catorce de ellas las ocupábamos las niñas, la última la utilizaba una de las hermanas que nos vigilaba por las noches. También había un enorme cuarto de baño para cada planta con hileras de duchas y lavabos, y numerosas cabinas para los retretes. Por las mañanas, los baños se saturaban, había que ser muy madrugadora para poder optar a un turno en las duchas antes de que dieran comienzo las clases.

No había ningún tipo de decoración en los dormitorios, solo las camas y una cómoda por cada una de nosotras que hacía las veces de mesilla, armario y baúl de los recuerdos. En ella debíamos guardar todos nuestros objetos personales, además de la ropa. Todas llevábamos uniforme, un vestido gris de franela con manga larga y una gruesa rebeca burdeos de punto en invierno. En verano, el uniforme consistía en una falda gris de algodón un una camisa blanca de manga corta. También íbamos uniformadas a la hora de dormir, con unos larguísimos camisones de color rosa pálido muy recatados.

Breanna y yo estábamos en una de las habitaciones de la última planta, donde la luz entraba a raudales por las ventanas desnudas, y nos daba los buenos días antes que al resto de las internas.

La mañana de mi cumpleaños nos levantamos temprano y aprovechamos nuestra relativa soledad para darnos una buena ducha. Yo sabía que seguramente hasta la hora del descanso tras el almuerzo no iba a poder hablar tranquilamente con mi mejor amiga. Estaba ansiosa porque me contase algo más sobre mi regalo. Quería saber cómo y dónde lo había encontrado, cuándo había podido escapar de la atenta mirada de nuestras tutoras y más aún, cuando había podido darme esquinazo a mi, ya que solíamos pasar juntas casi todo nuestro tiempo. Yo no había notado que faltase, es más, pensaba que había olvidado ella también mi día especial, porque en los últimos días ni siquiera nos habíamos separado un rato para que ella pudiera fabricar el tradicional obsequio. La impaciencia me carcomía. No imaginaba a Breanna merodeando a escondidas por los alrededores del cementerio.

Por fin, las once de la mañana, media hora de descanso entre las clases, un respiro para pasear, despejarnos, salir al sol… bueno, cuando había sol, porque en esa mañana de mi cumpleaños llovía a cántaros. Yo necesitaba un rato a solas con Breanna, y la sala de descanso no era un lugar precisamente íntimo, pero aventurarnos a salir con la que estaba callendo tampoco parecía lo más razonable. En un alarde de valentía agarré a mi amiga del brazo y salí con ella del edificio. Breanna me miraba con los ojos muy abiertos, como si pensara que su mejor amiga se había vuelto loca, pero es que yo estaba tan impaciente por oír su historia… Corrimos por la explanada hasta la iglesia, tapando nuestras cabezas con la chaqueta. La lluvia caía con fuerza y sin tregua. Llegamos bastante mojadas y el frío del interior de la capilla nos calaba en los huesos, aquella situación no era confortable, pero allí podíamos hablar tranquilamente.

- Bueno – dije
- Bueno ¿qué?
- ¿Cómo que qué? Pues que me cuentes, dónde encontraste esa maravilla, cómo se te ocurrió ir al cementerio, cómo hiciste para que no me diera cuenta ¡¿cómo demonios me diste esquinazo?!
- Claire, estoy calada, hace frío…
- ¿Por qué no quieres contármelo?
- Porque no hay mucho que contar, fue hace dos días, por la noche, detrás de la Ermita, justo ahí – señaló hacia la pared del fondo – estaba buscando semillas para hacer una muñequita y algo me llamó la atención. Encontré la figura. Fin de la historia.
- ¡¿En plena noche!? Estás loca, ¿qué hacías ahí a esas horas?

- Oye, es una labor muy difícil buscar el mejor regalo del mundo, para la mejor amiga del mundo, sobre todo si ella está todo el día pisándote los talones, tenía que despistarte…
- Pero te saltaste la vigilancia…
- Eso no fue difícil, la valeriana crece por todos lados en este bosque… sólo tuve que echar un poco de polvos de raíz en el mejunje que toma la Hermana Marie cada noche para aligerar su intestino…

Las dos reímos al recordar los problemas de estreñimiento de la hermana y sus continuos, y cada día más sorprendentes, intentos para remediarlo. Los brebajes que preparaba contenían todo tipo de plantas y esencias difícilmente identificables… y solían tener un color parduzco y un olor repulsivo. Aún así, ella seguía probando noche tras noche para aliviar su pesadez.

- ¿y no se dio cuenta? – pregunté ingenua

Breanna me devolvió una mirada de incredulidad.

- Vale, olvida la pregunta – respondí.

Por mucho que lo intentaba no conseguía despojarme de la impertinente idea de que Breanna no me había contado exactamente toda la verdad. Su mirada esquiva, el temblor en sus labios al narrarme la historia… Después de tantos años me había convertido en una auténtica experta interpretando su lenguaje corporal.

- Eanny… ¿qué más?
- ¿cómo que qué más?
- Algo no me has contado y lo sabes…

Una voz nos interrumpió

- ¿Hay alguien ahí?

Oímos retumbar las palabras del Padre Mathew que andaba por la zona del Altar.

- ¡Padre! – Contestó Breanna – Somos nosotras…
- Pero, muchachas, estáis a oscuras, ¿cómo no habéis encendido la luz o alguna vela? Hoy hace una mañana de perros.
- Nos marchamos enseguida, no creímos que mereciera la pena – contesté.

El Padre Mathew estaba trasteando por la vicaría, era difícil que pudiera escuchar nuestra conversación, pero la aparición del sacerdote le dio a Breanna la oportunidad perfecta para escaquearse.

Nos acercamos al despacho para despedirnos educadamente del sacerdote.

- Hoy es tu cumpleaños, Claire... –dijo distraído
- Sí, ¿Cómo puede recordarlo? – me extrañé
- Ah –sonrió- es fácil, tengo apuntadas en esta agenda las fechas de nacimiento de todas vosotras, así, si alguna decide venir a la capilla por su cumpleaños en mitad de una mañana lluviosa con su mejor amiga y yo me las encuentro por casualidad siempre puedo sorprenderla felicitándola.

Yo torcí un poco el gesto ante la burla encubierta de Mathew. Le dijimos adiós y salimos de la iglesia.

martes, 24 de enero de 2012

Una historia inacabada... (2)


- Esta vez he ido a buscar un regalo especial, no iba a conformarme con cualquier cosa
- Pero ¿Dónde encontraste esto? Es tan grande y pesado...
- Te lo contaré pero no ahora, shhhhhh! – quiso hacerme guardar silencio.

Quité apresuradamente el papel y las dos margaritas aplastadas cayeron al suelo, tal era mi ansiedad que ni siquiera reparé en ellas. Bajo el envoltorio había una extraña figura de piedra, un relieve que parecía salido de una catedral. Representaba a una mujer con el pelo suelto sobre sus hombros y su pecho. Tenía un cuerpo hermoso con voluminosas caderas y sostenía lo que parecía una lengua de fuego en sus manos.

- ¡Es precioso! – exclamé - ¿cómo…?
- Quería encontrar algo muy especial para ti, los quince son una edad clave en la vida de una chica, lo encontré cerca del cementerio…
- ¡El cementerio! – exclamé elevando bastante la voz
- Calla – repitió – o vas a despertar a las demás…

Era realmente un regalo diferente y hermoso. Breanna  estaba convencida de que a los quince años nos convertíamos en mujeres y eso había que celebrarlo de una forma muy especial. Ella era unos diez, casi once meses mayor que yo, y estaba claro que también esperaba un regalo diferente en esa ocasión, yo quería cumplir con sus expectativas, no podía, no quería defraudarla, pero no me fui capaz de acercarme al cementerio para encontrarlo. Se tuvo que conformar con un pasador para el pelo hecho con madera tallada y cristales de colores.

El Internado estaba situado en una zona boscosa, muy al norte de la región. El tiempo solía ser muy húmedo y bastante fresco, pero también teníamos algunos días de sol, así que la vegetación crecía por doquier. La tierra era rica y fértil y los árboles alcanzaban allí alturas increíbles. El bosque era espeso y, debido a la sombra que proyectaban esos colosos verdes, también bastante oscuro, incluso de día.

El colegio se encontraba en el medio de un claro artificial, pues allí los árboles habían sido talados hacía décadas para levantar la edificación. El internado estaba formado por varios edificios. Uno de ellos albergaba las aulas y estaba situado en el Norte, en el Este, se levantaba el edificio residencia, donde se encontraban los dormitorios del personal y de las internas. Ambos estaban construidos de ladrillo rojizo y la hiedra forraba sus paredes como un tapiz decorativo que cubría casi en su totalidad las fachadas. Las ventanas se disponían en hileras perfectamente alineadas y quedaban casi ocultas por las verdes  ramas. Ambos, presididos por unas grandes escalinatas de piedra blanca que formaban semicírculos de diámetro cada vez menor y al final se encontraban los portalones de madera de castaño, sencillos y con enormes goznes de hierro negro. Los dos edificios sólo se distinguían por el cartel de piedra tallada situado sobre la puerta que indicaba la utilidad del mismo.

Finalmente, en la zona Sur, algo alejada de estos otros edificios, y rodeada de una hilera de álamos, se encontraba la iglesia, una pequeña capilla con los gruesos muros de granito de su frontal cubiertos de musgo. Tenía unas bellas vidrieras que no se apreciaban desde el exterior, pero dentro, cuando el sol incidía sobre ellas una sinfonía de colores teñía las paredes encaladas de su interior. El piso de mármol negro estaba tan pulido que parecía un espejo y los bancos eran de madera clara que contrastaba con el suelo. Aparte de las vidrieras, y una imagen, una imponente talla de un Cristo vestido con una túnica blanca, que presidía el espacio al fondo de la capilla, no había más adornos. Las internas íbamos allí cada sábado por la tarde, cuando el Padre Arnold venía para celebrar los oficios. Y disfrutar después de la cena con las Hermanas.

Detrás de la capilla había un cementerio. Estaba rodeado por un alto enrejado de forja decorado con férreas flores de campanilla. Allí yacían numerosas personalidades de la región, bebés que no habían tenido la misma suerte que aquellas que fueron recogidas a tiempo en las noches de crudo invierno, niñas del colegio que habían perecido de alguna enfermedad, penitentes que buscaban su salvación, y la pagaban bien, siendo enterrados en el Cementerio de Santa Brígida.

A las niñas no se nos permitía atravesar las puertas del cementerio, sólo atisbar las lúgubres lápidas que lo poblaban desde el enrejado. Para todas nosotras, el cementerio estaba envuelto en un halo de misterio, en leyendas de terror tan horribles que vencían nuestra curiosidad y evitaban que nos saltásemos las normas penetrando en el camposanto. Breanna estaba segura de que todas ellas eran invención de la directora, y que habían sido hábilmente puestas en circulación por el resto de las hermanas para mantenernos alejadas de allí. Pero yo no acababa de entender el por qué de ese interés.

lunes, 23 de enero de 2012

Una historia inacabada... (1)

Durante muchos años pensé que aquel lugar era el peor sitio del mundo. El internado donde vivía se presentaba ante mis ojos como el último rincón de la tierra donde hubiera elegido estar… Desde luego, no estaba muy equivocada.

El día de mi decimoquinto cumpleaños me sentía absolutamente devastada por la tristeza, deprimida de esa particular forma que sólo una adolescente lo puede estar. Sentada con las piernas cruzadas sobre el colchón de mi cama en el dormitorio compartido, me había despertado mucho antes que las demás. Miraba por la ventana cómo la lluvia iba a arruinar el resto de mi día. Los negros nubarrones que se aproximaban y las temperaturas en descenso no dejaban lugar a dudas. Por la tarde caería un chaparrón de aúpa. Típico de esta estación. ¿A quién se le ocurre cumplir años en Octubre? Mis últimos ocho cumpleaños, es decir, desde donde alcanza mi memoria, habían estado pasados por agua. Cuando alguna de las otras niñas cumplía años, si lucía el sol, se preparaba una modesta fiesta, con galletas rancias y té amargo…. ¡Pero al menos era una fiesta! En mi caso, ni siquiera eso tenía. Así que otro año más sin que nadie se enterase de que era mi día especial… Bueno, sí había alguien. Breanna siempre se acordaba de mi cumpleaños, al igual que yo del suyo. Siempre nos hacíamos un modesto regalo, algo hecho por nosotras mismas, algo impregnado de magia, de la magia que esperábamos un día nos transportase lejos, muy lejos de allí.

Breanna, o Eanny, como la llamábamos todos, era huérfana, alguien la abandonó a las puertas del colegio cuando era sólo un bebé, como a tantas otras niñas, criaturas dejadas de la mano de Dios, en la mayoría de los casos hijas ilegítimas de algún ricachón y su amante criada, o de prostitutas que no tenían medios para mantenerlas. Las mujeres que dirigían el internado nos recogían y se ocupaban de dar techo y comida, además de una educación básica a aquellas que por unas razones u otras llegábamos a sus puertas.

Mi caso era distinto. Había entrado en el internado con casi siete años. Mi madre había enfermado gravemente y pasaba largas temporadas en el hospital, y mi padre, dedicado a sus negocios no tenía tiempo para ocuparse de mí. Al principio él me escribía cartas una vez al mes, me hablaba de la enfermedad de mi madre, de que no parecía mejorar… después las esperas se hicieron cada vez más largas y en aquel momento, hacía un año y diez meses que había recibido su última misiva. Él tampoco se había acordado esta vez de mi cumpleaños.

Mis hondos suspiros despertaron a Breanna que dormía en una cama junto a la mía. Ella remoloneó un poco y al final abrió los ojos, con una soñolienta sonrisa me dedicó su mejor “Feliz Cumpleaños”, y se arrebujó de nuevo entre las mantas para seguir durmiendo. Era demasiado temprano, pero no iba a dejar que el sueño impidiese que mi mejor amiga me prestase le atención que yo requería en ese momento, estaba segura de que ella estaba deseando que la ayudase a despojarse de su pereza, así que me senté en su cama y empecé a azuzarla y susurrarle cosas al oído para que se despertara. Ella, paciente y generosa, volvió a sonreírme y se incorporó en la cama. Tal y como yo pensaba, estaba deseando madrugar para hacerme compañía…

La buena de Breanna, era todo corazón, nunca me negaba nada. Yo era la cría mimada de familia bien que se sentía fuera de lugar en aquel orfanato lleno de niñas sin nombre. Ella se esforzaba en hacerme la vida más amable, insistía en que me tomase aquello como una estancia en una residencia temporal, que pronto todo aquello terminaría y vendrían a buscarme… Aunque Breanna sabía que, en realidad, yo estaba tan sola en el mundo como ella.

Breanna se retiró sus largos cabellos cobrizos de la cara y con gesto rápido, casi automático los sujetó firmemente en un trenza tan larga que casi le llegaba a la cintura y que después enrolló sobre sí misma haciéndose un moño bajo a la altura de la nuca. Tenía el pelo muy fino y ondulado, y unos cuantos filamentos rizados rodeaban su rostro de forma que, cuando sobre ellos incidía el sol, parecían una aureola mística que enmarcaba sus blancas y redondeadas mejillas. Tenía los ojos enormes, de un verde purísimo, igual que los helechos que crecían al abrigo de los sombríos y húmedos muros del internado. Sus labios eran carnosos y sonrosados y la nariz pequeña, un poco respingona y salpicada de pecas color canela suave.

En cuanto yo me retiré de su cama ella rebuscó bajo el colchón y sacó un paquetito atado con cuerda y envuelto en papel de revistas viejas, Había colocado dos margaritas a modo de adorno, pero se habían chafado un poco de estar en su escondite entre el somier y el colchón, era más grande de lo habitual. Solíamos regalarnos dibujos, poemas, collares de flores o adornos para el pelo hechos de trozos de corteza de árbol tallada. Aquel paquete era pesado y de buen tamaño, podía tener unos veinte centímetros de largo. Yo estaba muy sorprendida, no podía ni imaginar de qué se trataba.

Empezamos...

Hoy quiero empezar a compartir con vosotros algo que estoy escribiendo, una historia de ficción, pero cargada de aventuras y sentimientos, una novelilla juvenil en la que llevo trabajando un tiempo. Espero que os guste y que me animéis a seguir. Me encantará leer vuestros comentarios :-)

martes, 17 de enero de 2012

Cosas...

Hemos empezado el año, nuevos proyectos, nuevas metas, nuevos propósitos para no cumplir...

Por mi parte he comenzado asumiendo mi nueva situación de parada, sin trabajo "oficial", porque ocupaciones no me faltan! con lo bien que se estaba en la oficina! jajajajaj ahora no tengo casi un minutos de descanso. No sólo me he propuesto reactivar este blog, darle un poco de caña con nuevos temas interesantes si no que he abierto otro dedicado exclusivamente a las mascotas. el blog se llama "Entre Perros Gatos y más" y ya cuenta con 19 seguidores fijos y más de 800 visitas. http://animalandia-de-mina.blogspot.com.

Tengo también otra novela en marcha (a ver si esta sí soy capaz de terminarla) y algún que otro proyecto del que no quiero hablar por aquello de que igual se gafa...

En fin, Año nuevo, vida nueva ¿no?

martes, 3 de enero de 2012

Feliz 2012

Hola! ya tenemos nuevo año, otras 365 nuevas oportunidades para hacer que nuestra vida sea un poco más feliz.

No os imagináis lo diferente que es mi situación con la que tenía hace un año, y aunque no soy muy partidaria de estas cosas, no he podido evitar hacer balance... sí, ya sé... no soy de ese tipo de persona que sopesa y evalúa en estas fechas lo que ha sido su vida, no soy de las que se proponen metas nuevas según suenan las campanadas, pero este año... este año sí he echado un vistacillo atrás, y ¿sabeis? me ha venido bien, porque me he dado cuenta de que soy muy feliz, que a pesar de haber sido un año con cosas malas al final me ha hecho sentirme nuevamente YO (con mayúsculas) he ganado mucho, pero la mayor de mis ganancias ha sido recuperarme a mí misma... mi confianza, mis ilusiones y las ganas de vivir... Vamos que estoy pletórica!

Quien me ha visto y quien me ve... Ale! ahora a animaros a todos a hacer balance (esto que estoy diciendo me suena raro hasta a mí misma, pero es que me ha dado tan buen resultado....)

Os deseo lo mejor para el año que empieza. ¡¡¡Por cierto!!! Son 366 días, 366 oportunidades, chachi ¿no?